Al sureste de la Ciudad Imperial, casi como escondido entre los apus, se encuentra Huasao. Sus pobladores son más que respetados, temidos por practicar artes ocultas.
Un desvío en la carretera Cusco-Urcos conduce a Huasao. Nada destacable a primera vista. Un pueblo más en las laderas del ahora hediondo río Huatanay. Pero no se confunda. No se confíe. Hechizos, maleficios, amarres, limpias y otras brujerías que han trascendido las fronteras del Cusco fueron creadas en esta oculta comarca.
Acá no lo recibirán letreros de bienvenida, sino publicidad esotérica con toda la gama de servicios de que es capaz el ocultismo andino. Huasao es más bien un pueblo mustio, de gente desconfiada. “No sabemos si vienen con buena o mala intención”, explica la señora que vende comida en la plaza. A espaldas de su puesto, está la iglesia donde un candado sobre su portón azul advierte que la fe se ha mudado. La vendedora dice que el cura solo viene algunos domingos desde Oropesa.
El vacío reina en las calles y, contrario a lo que se observa en los pueblos del llamado Valle Sur del Cusco, en Huasao las puertas de las casas permanecen cerradas. Solo hay unos cuantos restaurantes de un solo menú. Abundan, eso sí, palos con plástico rojo, señal de que se sirve chicha de jora. Aparte de eso y de un descuidado baño público, no hay infraestructura turística. Y eso que a Huasao llegan cada día decenas de visitantes de todo el mundo. Algunos buscan curar una enfermedad, mejorar la suerte en los negocios o vengar una infidelidad. Otros solo quieren esa experiencia mística de ver el futuro en las hojas de coca.
Tres hojas de coca, precisamente, forman el logotipo favorito de los brujos. Aunque maestros como Martín Pinedo no necesitan ese marketing. El patio de su casa alberga todos los días filas de gente que es capaz de esperar horas por un turno. Llevan cajas de cartón y botellas con indescifrable contenido. Los que van para hacer un pago a la tierra o limpiarse de un daño aceptan una breve conversación. Los que han ido a Huasao con malos fines, simplemente se rehúsan al diálogo, miran feo. Y, por si acaso, es mejor no insistir, no caerles mal.
No siempre es posible que atienda Pinedo. Pero otra treintena de curanderos, entre ellos Reynaldo Chillihuani, aceptan consultas por las que luego cobran cinco soles. Chillihuani, quien nombra su oficina como Apu Ausangate, abrió la puerta, previa mirada de pies a cabeza. Un cuarto oscuro, de olores penetrantes donde un cóndor de alas abiertas se luce estampado sobre unas de las paredes. A estas alturas, el sentido común solo pide salir de ese antro, dejar ese pueblo de aire espeso, habitado por presuntos estafadores que lucran con la ingenuidad de la gente. Pero la curiosidad se impone y crece cuando el brujo empieza a barajar sus cartas y tantea sobre algunos temas generales. Sus aciertos son tantos como sus desvaríos, y, otra vez, la curiosidad convoca al pensamiento selectivo.
Pido probar con hojas de coca. “Empuña, sopla y arrójalas” es la orden. Ellas caen lento y se posan mostrando en su mayoría el haz, es decir el lado más verde. Un diagnóstico alentador. Suficiente para rechazar otras ofertas, despedirse para siempre y regresar a ese desvío en la carretera, que no solo lleva a Huasao. Que conduce también a una insólita dimensión.
Qué se viene: una nueva ruta del turismo
La Dirección Regional de Turismo de Cusco prepara un plan para impulsar el potencial turístico del Valle Sur del Cusco, una zona ignorada por los visitantes, a pesar de su riqueza en cultura, gastronomía y paisajes.
Entre los diversos destinos gastronómicos y arqueológicos del Valle Sur, Huasao hace la diferencia con su bien ganado crédito de destino místico, pero donde se necesita poner orden a fin de evitar que los turistas sean estafados por algunos charlatanes.
“La idea es capacitar a la población y crear la infraestructura adecuada. Empezamos este mes con un proyecto piloto”, aseguró Víctor Hugo Pérez, jefe de la Dirección Regional de Turismo del Cusco.
(FUENTE: elcomercio.pe)
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