Una serie de supuestos casos de posesión diabólica concentradas en la figura de inocentes muñecas de plástico sorprendió a varias familias residentes en la localidad bonaerense de Bolívar, a 350 kilómetros de Capital Federal, las que fueron víctimas de la maléfica influencia de esos juguetes depositarios por cuestiones inexplicables de una destructiva carga de energía negativa, según se reveló hace unos días.
Desgracias, violencia, peleas, desencuentros y adversidades del más variado tono eran la constante en la vida de al menos dos familias que padecieron el efecto de lo que constituyeron versiones casi reales de Chucky, el muñeco maldito que cobró notoriedad a través de la cinematografía.
Los distintos episodios en torno a las muñecas revelados por el investigador de fenómenos paranormales Jorge Sosa, quien hace dos semanas advirtió de la presencia de energía negativa en una vasta zona del sureste de la provincia de Buenos Aires y a la cual le atribuye distintas situaciones anómalas que perjudican a los pobladores del área en cuestión, fue convocado por las personas afectadas para que las ayudara a revertir el inimaginable trance que las atormentaba.
Sosa señaló que los casos en los que intervino y por los cuales comprobó la presencia de muñecas diabólicas, alteraban la tranquilidad, concordia y hasta la salud de distintos integrantes de las familias en cuyo seno, sin que nadie lo hubiera presagiado, algo cambió de modo dramático a riesgo, incluso, de generar situaciones fatales.
El investigador, que se autodefine como cultor de la escuela de parapsicología moderna, prefirió mantener en reserva las identidades de los vecinos de Bolívar que recurrieron a sus servicios en procura de recuperar algo de la paz que habían perdido en algunos casos desde hacía varios años.
Hogares infestados
“Lo que pasó es muy fuerte y es lógico que esta gente no quiera que se sepa mucho del calvario que atravesaron y de la aterradora experiencia que les tocó padecer” aseguró, Sosa, quien afrontó uno de los casos recientes en enero pasado, cuando una mujer lo contactó para que liberara a su hogar de la “mala onda” que lo había invadido.
Según Sosa, lo que sucedía en esa casa de un barrio ubicado no muy lejos del casco céntrico de Bolívar giraba en torno al cambio de carácter que había cobrado el marido de la mujer, quien sin motivos aparentes empezó a ser agresivo con su pareja, en una actitud que fue in crescendo al extremo de llegar a la violencia física.
“La mujer tenía miedo que el hombre la matara y me pidió que hiciera una limpieza energética de la casa”. Pero fue al entrar a la habitación del matrimonio -recordó Sosa- que la presencia de una muñeca de plástico y de cerca de un metro de altura, lo sobresaltó.
“Increíblemente al verla experimenté una energía negativa que me invadía” señaló y rememoró el detalle sin duda más escalofriante: “la muñeca estaba ubicada dentro de una cuna y en verdad parecía una nena durmiendo. Pero una cuando me dí vuelta para volverla a mirar por la sensación extraña que me había causado, observé que había abierto los ojos hasta la mitad”.
La muñeca era un regalo que la dueña de casa tenía desde que era niña. Lucía un vestido floreado, su cabello era negro, contaba con un dispositivo mecánico por el cual emitía sonidos y estaba confeccionada en plástico duro, como tantos otros juguetes de este tipo que hicieron las delicias de las nenas de las décadas del 60 y 70.
¿Posesión diabólica?
Al percatarse que estaba frente a un episodio sobrenatural y al que definió como el foco de energía negativa que influenciaba a esa casa, Sosa consideró que la única manera de alejar el mal era destruyendo a la muñeca. “Hay que quemarla” recomendó, acción que minutos después puso en marcha no sin antes convencer a la mujer quien, melancólica, no quería desprenderse de la muñeca que la había acompañado casi toda la vida.
Tras rociarla con alcohol y envolverla con papeles, el parapsicólogo prendió fuego a la muñeca que en medio de la quemazón y como un capricho de neto perfil paranormal, emitió una suerte de gemido producto, aparentemente, de la acción de las llamas sobre el dispositivo sonoro del juguete.
“Evidentemente se trató de un caso de posesión diabólica que se coló en la muñeca” afirmó Sosa, para quien la razón de ser de esa influencia maligna que motivó la angustia del matrimonio de esta historia y que a poco estuvo de llevarlo a su disolución, “es el resultado de las energías negativas procedentes del universo o del más allá y que están afectando al mundo”.
Este estudioso de episodios paranormales aclaró que “no se trató de un caso de magia negra sino de otra cosa: la muñeca recibió en algún momento esa energía negativa que la transformó en un objeto maléfico que operaba sobre la personalidad del marido y en la suerte de la familia a la que absolutamente todo le salía mal”.
Ya sin la muñeca las cosas cambiaron, el dueño de casa recobró su afabilidad y hasta empezaron a revertirse ciertas tendencias: por ejemplo, la familia pudo retomar la construcción de un local al frente de la propiedad y hasta desapareció la sensación de frío que se percibía sobre todo en la cocina y que sus moradores atribuían a la humedad en los cimientos.
El otro caso que se registró en Bolívar y que también tuvo a Sosa como testigo ocurrió a principios de mes, cuando una mujer le contó al parapsicólogo que no podía conciliar el sueño y que los médicos no daban en la tecla con un molesto sarpullido que sufría en las piernas.
También en este caso, al querer detectar fuentes de energía negativa, el investigador se encontró justo sobre la cama de la dueña de casa -una anciana que vivía sola y de la que también mantuvo reserva sobre su identidad - con una pequeña muñeca también de plástico y que desde hacía muchos años era un adorno más de la vivienda.
“La muñeca está maldita”, determinó Sosa, y también recurrió al alcohol y los fósforos para poner fin a las pesadillas de la anciana que cuando el parapsicólogo se fue, quedó en el patio de su casa contemplando como las llamas erradicaban la energía negativa allí asentada.
“Sin embargo, la señora volvió a contactarse conmigo para decirme que lo único que no se le habían quemado a la muñeca eran las piernas. Hubo que prender fuego otra vez - rememoró Sosa- y recién después de eso la mujer, que también recuperó el sueño, dejó de padecer la comezón intensa que hacía tiempo afectaba sus piernas”.
(FUENTE: popularonline.com.ar)