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sábado, 29 de octubre de 2016

El salón que conecta con el Más Allá



El multifacético Parapsicólogo peruano Reynaldo Silva, se ha destacado, con el transcurrir de los años, no solamente en su área profesional, sino también en la narrativa y el cuento: acá les presentamos uno de sus cuentos de miedo, los cuales serán publicados en 2017. 

Un relato de: Reynaldo Silva Salas

Mi tío Francisco era un tipo de esos rudos que no creían en fantasmas ni nada que se le parezca; no lo culpo. Él, a sus 60 años había sido educado en una época en que si los padres de un crío le escuchaban hablar de aparecidos y cosas de esas, consideraban que mentía, y la mejor forma de quitarle la costumbre de decir mentiras eran unos buenos azotes. Por eso me fue muy interesante cuando, una noche en una reunión familiar, me contó una experiencia que le había ocurrido cuando niño.

“Quiero que sepas que te cuento esto sólo a ti” –me dijo-, “no quiero que nadie en la familia piense que estoy loco”. Tras hacerle entender que su secreto estaría bien guardado conmigo, el tío Francisco se acomodó en su sofá y se sirvió otro vaso de cerveza para acompañar su relato. Estábamos en una sala de su casa; era un día de fiesta: el cumpleaños de su hermana, mi tía Claudina. En realidad no eran tíos míos; eran parientes sí, pero el vínculo familiar era tan lejano que, cuando me explicaban el árbol genealógico de la familia, desistía de entenderlo. Para mí y para mi familia, eran nuestros parientes y ya.

Su inmensa casa, de construcción muy antigua, contaba con varios salones, por lo que no era difícil alejarnos del jolgorio como en esa ocasión en que estábamos ambos solos, en un salón apartado, en total confidencia. “Tú sabes que en este pueblo siempre se cuentas historias de duendes y aparecidos” –prosiguió su relato-, “a mí siempre me han parecido cosas de vagos, de gente que no tiene otra cosa que hacer que inventar tonterías. Igual, de esta casa, cuentan siempre la historia de los hijos de la empleada que desaparecieron sin dejar rastro….”. Sí había escuchado esa historia, que decían pasó en la época del bisabuelo del tío Francisco.

“….Pero una vez, cuando era niño, me pasó algo que hasta ahora no puedo entender: te lo cuento para que tú me digas qué fué…”. Veía en los ojos de aquél hombre la necesidad de saber la verdad de un capítulo oculto de su vida. Mintiendo descaradamente, le dije que yo desentrañaría lo que le aflijía. “Yo tenía 12 años”- recomenzó a relatar su experiencia-, “había una fiesta así como ahora; era el cumpleaños de la abuela Petronila. En esos tiempos, los cumpleaños duraban tres días, venía todo el pueblo, había mucha comida y bebida. Los hombres se sentaban en los salones, y las mujeres cocinaban para todos los visitantes. Los niños no podíamos estar ni en los salones ni en la cocina; debíamos jugar en el patio”.

“Para esa fecha, mis padres me vistieron con un traje nuevo, de camisa blanca, chalequín azul, pantalones arriba de las rodillas, medias altas y los zapatos del domingo: yo estaba furioso por eso. Yo vivía feliz correteando sin zapatos por el campo, subiendo árboles, cogiendo higos de los huertos, robando huevos de pato en el sembrío del vecino,….”- decía mientras reía recodándose como un pequeño mataperros-, “….ese traje era como un castigo para mí; para contentarme, mis padres me compraron también una enorme pelota roja. Estando ya en el patio, con los demás niños, y todos se burlaban de mi aspecto”.

“No aguanté mucho; me peleé con todos y me metí a la casa, buscando paz. Sin pedir permiso a nadie, me metí en el salón viejo. Estaba prohibido en mi casa que yo o mis hermanas jugásemos ahí: en ese salón estaban las pinturas de los parientes, el reloj de péndulo y el viejo fonógrafo. Me imagino que mis papás no querían que los rompiésemos. No había nadie en el salón, así que me puse a jugar, solo, con mi pelota. Me paré frente a la pared donde estaba el reloj y comencé a botar mi pelota contra ella. Tirana la bola al suelo, rebotaba, golpeaba la pared y la cogía con mis manos; así una y otra, y otra vez. ”

“De pronto, el viejo reloj comenzó a repicar: eran las tres de la tarde. Años después escuché decir al cura del pueblo que las tres de la madrugada era la hora del diablo y de los duendes, pero en ese momento eran las tres de la tarde. Paré un rato, tomando mi pelota con ambas manos, mientras el reloj daba las tres campanadas. Una vez que el reloj dejó de sonar, lancé la pelota contra el suelo. El balón golpeó contra los ladrillos del piso y sonoramente, se elevó hacia la pared……¡Y LA ATRAVESÓ POR COMPLETO!, ¡NO TE MIENTO, POR DIOS: LA PELOTA DESAPARECIÓ, COMO SI HUBIESE ATRAVESADO UNA PUERTA ABIERTA, LA PARED ESTABA INTACTA Y LA PELOTA NO ESTABA!!!.”

“Yo era un niño; estaba más maravillado que temeroso. Pude escuchar a través de la pared cómo el balón rebotaba contra el suelo, muuuy lejos, haciendo un grave eco. Me acerqué a la pared y tendí mi mano,….y pude ver casi sin creérmelo cómo mis dedos y luego toda mi mano desaparecían frente a mis ojos, a medida que atravesaban la pared. ¡Jamás en mi vida había visto yo algo así ni lo volví a ver!; yo sentía claramente que mi brazo estaba en un lugar frío; podía mover dentro los dedos. Cuando retiré mi mano de ahí, ésta estaba envuelta en una pequeña película grasosa y transparente,… como cuando te frotas aceite. Volví a meter mi mano un par de veces para constatar el prodigio. En ese momento, “algo” me dijo que debía dejar de hacerlo. Saqué de nuevo la mano de la pared y pensaba en cómo recuperar mi pelota cuando ví que la pared se arqueaba hacia afuera…”

“No me dió tiempo para reaccionar: ¡UNA MANO HORRIBLE, DE UÑAS COMO GARRAS, NEGRA, NEGRÍSIMA, SALIO DE LA PARED Y ME AGARRÓ FUÉRTEMENTE DE LA MUÑECA!, ¡ERA FRÍA Y VISCOSA, SE AFERRABA A MI PEQUEÑA MUÑECA COMO UNA SERPIENTE, COMO UNA BABOSA, ERA HORRIBLE!!....sólo sé que esa “cosa” no era humana….. Me quedé paralizado del miedo mientras esa “cosa” me arrastraba, en silencio hacia la pared. Estaba tan aterrado que no grité: sólo atiné a defenderme pataleando, jalando, berreando, golpeando con mi puñito, tratando de zafarme. Tenía una fuerza superior a la mía,…. muy superior a la de un hombre. No pude hacer nada mientras sentía cómo, inexorablemente, introducía todo mi cuerpo dentro de la pared, en medio de una oscuridad profunda, en la que no había ningún atisbo de luz….”

“No sé cuánto rato pasó, pero comencé a sentirme muy liviano. Era una sensación fría y opresora. Oía yo por todos lados risas inhumanas, llantos, gemidos, y gruñidos de criaturas que no pude identificar. Era muy oscuro. Más oscuro que lo que jamás haya visto. Si abría los ojos, era como si aún los tuviese cerrado. No flotaba en el aire, era como si más bien flotase en un líquido muy espeso y frío. Ya siendo mayor, una vez metí mi mano en un barril de petróleo: era una sensación muy similar. Pero no estaba solo: aparte de las voces que venían de ningún lado, y que me aterraban,…algo más había ahí conmigo,…. Era como si unas criaturas “nadasen” alrededor mío,…. Las sentía moverse a mi lado, rodearme, gruñir,….era horrible. En un instante, sentí algo redondo cerca de mi cara: le toqué y supe que era mi pelota. Al tratar de cogerla, una de esas “criaturas” se me abalanzó y me mordió: grité muy fuerte al sentir esos colmillos que se incrustaban en mi mano. Me recogí en mí mismo, sollozando. Me puse en posición fetal. Parecía que aquellas criaturas de ese horrendo lugar disfrutaban con mi dolor. Las escuchaba riendo gravemente”.

“No sé cuánto tiempo estuve ahí: parecían siglos. Me empezó a llenar una infinita sensación de abandono, de dolor, que me oprimía el pecho. ¿Alguna vez has sentido miedo a la muerte?, pues yo sí y muchas veces,…. pero esa sensación era distinta, no sólo temía no volver nunca, no ver de nuevo a mi familia,… era una sensación a desaparecer, a estar solo siempre,….era terrible; es algo que no quiero volver a sentir jamás….” – en ese punto, el tío Francisco comenzó a sollozar. Gruesas lágrimas comenzaron a derramarse por sus arrugadas mejillas, juntándose en su enorme nariz. Trató de sobreponerse, de volver a tener entereza, pero no podía. Mientras aguardaba, pude ver un par de alargadas y triangulares cicatrices en el dorso de su mano derecha: siempre había pensado que eran producto de alguna pelea.

“Nunca supe qué pasó después…” –retomó de pronto su relato-, “abrí lentamente los ojos y estaba tirado en el suelo de la sala, junto al reloj. Caminaba como borracho. Ya estaba oscuro, el reloj marcaba las 7 de la noche. Nadie se había percatado de mi ausencia. Cuando fui donde mis padres, me reprendieron: tenía esas marcas en una mano y llegaba sin mi pelota y como embadurnado de aceite de pies a cabeza. Mi traje era una lástima. Ni qué decir que me dieron una buena zurra: seguro que me estuve peleando con algún mocoso, pensaron. Mientras mi madre me limpiaba, recriminándome, me di cuenta de que sostenía un papel en la otra mano: era éste….”

Sacando un papel viejo de su cartera, el tío Francisco me dijo que lo guardaba consigo desde entonces: era un papel muy viejo y arrugado. Por un lado estaba impreso un programa de misas de la parroquia del pueblo,…y la fecha era 16 de Mayo de 1868. Definitivamente estaba impreso con tipos antiguos. Al reverso, un dibujo: un niño parecía haber dibujado una vaca y tres personajes con carbón: una mujer mayor y dos niños.

“Mis padres querían a toda costa que les diga quién me había golpeado y robado mi pelota, eso era lo que creían. Nunca me atreví a contarles nada. Mi papá me compró una bicicleta y la puso sobre un ropero en mi cuarto: me la daría si confesaba. Nunca dije nada y la bicicleta se quedó ahí muchos años. Esa es la historia; dime, ¿dónde estuve?”.

Tuve que ser sincero y decirle que no podía responderle. Lo tomó con calma. “Cuando me dicen que cumplo años, me río por que pienso que me faltan cuatro horas de mi vida,… pienso que me faltan cuatro horas en todo” –me dijo. Le prometí que trataría de investigar-, “….no me da miedo ya morirme, a mi edad,…pero me da miedo pensar en que si muero,….tal vez vuelva a ese sitio….”

La noche ya avanzaba cuando terminó la fiesta y junto con mi familia, me apresuré a despedirme de la parentela. Una vez más, demostrándome a mí mismo que no puedo con mi genio, decidí salir de la casa de mi tío por el camino más largo: atravesando el salón antiguo. Estaba oscuro y en orden: nadie estuvo ahí durante la fiesta. Estaba limpio y ordenado, como siempre. Atravesando la penumbra, me paré frente a esa pared, al lado estaba el viejo reloj, que aún funcionaba. Miré un buen rato la pared, hasta que me dí cuenta que el reloj estaba marcando cinco minutos para las tres de la madrugada. No había bebido casi nada,…pero sentí como si el piso se inclinase hacia ese lado del salón. No me atreví a quedarme hasta esperara que fueran las tres.

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