Hace más de medio siglo la raza humana arrancó en una carrera por la conquista del espacio, en busca de nuevos lugares para la vida y vida en nuevos lugares. Mientras hallamos “segundas Tierras” en distantes sistemas estelares y señales de agua en estado líquido en nuestro propio vecindario planetario, peinamos el espacio observable en busca de señales y comunicación con alguna forma de vida inteligente. No obstante, se alza la pregunta: ¿por qué no hemos cifrado nuestros esfuerzos en hallar vestigios de antiguas civilizaciones, perdidas ya en el tiempo?
Jason Wright, un profesor de astronomía en Penn State, ha subido un documento al servidor de investigaciones científicas arXiv que aborda esta cuestión. Wright cuestiona los esfuerzos invertidos en la búsqueda de evidencia de formas de vida extraterrestre espaciales (tecnoescrituras) ahora extintas que podrían haber dejado vestigios de su existencia incluso en nuestro propio sistema solar.
La mayoría de investigaciones de misiones actualmente ejecutadas en los linderos de nuestro sistema buscan vida microbiana o, en el mejor de los casos, no inteligente, “a pesar de que los artefactos tecnológicos podrían ser mucho más fáciles de encontrar”, afirma el documento, mencionando que incluso el Instituto Search for extraterrestrial intelligence (SETI) “suele suponer que tales artefactos serían de origen extrasolar, aunque se sabe que la vida ha existido en el Sistema Solar, en la Tierra, durante eones”.
Tomando en cuenta que la edad aproximada del sistema solar de 4.600 millones de años, la postura no es descabellada. ¿Por qué no pensar que incluso nuestro propio planeta pudo albergar vida inteligente anterior a la humanidad? El autor arguye que la erosión y, en última instancia, las placas tectónicas pueden haber borrado la mayor parte de esa evidencia si la especie vivió hace miles de millones de años. La roca más antigua jamás hallada en la Tierra tiene unos 3.800 millones de años, por lo que ahondar en la exploración de materiales similares, en las zonas que albergan aún capas de piedra de este tipo es primordial si queremos descartar civilizaciones más antiguas que la nuestra en nuestro propio hogar.
El caso de Venus es distinto. Su superficie es una de las más jóvenes en el Sistema Solar (300-500 millones de años) pese a que el planeta es tan antiguo como la Tierra misma (surgieron con el resto de vecinos). Un misterioso proceso geológico renovó esta superficie. Venus no tiene placas tectónicas que puedan ocasionar dichos cambios en su geología, por lo que no es claro qué lo causó. Pero lo cierto es que el proceso podría haber borrado toda evidencia de la existencia de estas formas de vida su superficie, señala Wright.
Pero otros cuerpos del sistema solar son capaces de retener material por tiempo suficiente como para ser hoy descubiertos, gracias a la protección contra meteoritos y la radiación solar, entre estos asteroides o lunas que podrían haber sido visitados por extraterrestres en nuestro sistema solar en busca de minerales, por ejemplo.
Por ello, señala hacia dos lugares cercanos que todavía podrían albergar estos vestigios debajo de las superficies: Marte y la Luna. Claro, estos dos además de la infinidad de rincones donde hurgar en el exterior del Sistema Solar.
El telescopio espacial Spitzer de la NASA reveló en febrero el primer sistema solar conocido de siete planetas de tamaño similar a la Tierra alrededor de una única estrella, la Trappist-1. Tres de estos planetas están situados con firmeza en una órbita dentro de la llamada zona habitable, un espacio alrededor de la estrella madre donde un planeta rocoso tiene altas posibilidades de tener agua en su estado líquido, requisito indispensable para el desarrollo de la vida.
(FUENTE: nmas1.org)
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