“Hay enfermedad porque si no estaríamos en el Paraíso; el mal de salud llega porque uno mismo se lo busca, pero los seres humanos somos como los árboles: nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos”, expresó Alicia Ana Pérez Rivera, que recibió ayer sábado la distinción como Tesoro Humano Vivo, otorgado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta), a través de su Dirección General de Culturas Populares (DGCP), y la Secretaría de Desarrollo Social (Sedeso), en el marco de los festejos por un año de actividades de la Cruzada Nacional contra el Hambre.
Fue la quinta y última fase de Galas Identitarias, Fiesta de las Culturas Vivas.
El verdadero Paraíso es el entorno de este pueblo, verde en sus cerros y montañas, abundante en sus frutas y recursos animales; con gente dadora, hospitalaria, que responde a la definición que dio Víctor Serge: pueblo niño.
Un gran escenario se levantó en el Parque Juan Moctezuma y Cortés, donde Pérez Rivera abrió el programa ejecutando un rito para pedir permiso a la naturaleza y a Dios por lo que seguiría: una fiesta de tradición, de la que pidió no dejarla atrás, sino continuarla. “Si algo no saben, no se queden con la duda. Pregunten, porque para todo hay respuesta.”
Un aplauso sonoro siguió a sus palabras, salidas del corazón y de una boca casi sin dientes, que suelen ocultar una sonrisa de niña, con pena y de morder el rebozo.
Desde los 13 años se interesó por la medicina tradicional en su comunidad de Coapa Pinopa; su padre era el curandero y lo iban a buscar, pero la muerte pisó el huerto y un día la fueron a buscar a ella. Había aprendido de su progenitor a preparar algunas recetas; alguno tés, ungüentos, jabones y jarabes. Curó a la persona que por primera vez acudió en su auxilio. Y de ahí, para el real.
Es fundadora de la Organización de Médicos Tradicionales Masewalltlamachilistle, constituida legalmente hace 19 años. Fue presidenta durante seis años del Grupo de Apoyo a la Medicina Tradicional; ha participado en cursos de capacitación a cargo del IMSS, el Sector Salud y la Universidad Veracruzana.
A sus 78 años se le ve fuerte, salvo unas molestias por una caída que tuvo hace tres años. Se precipitó de una azotea y se fracturó varios huesos. Ha salido adelante. “Sigo bailando, porque la vida es hermosa. Soy del pueblo y la sierra; me crié aquí, en Zongolica; después regresé a Cuopa Pinopa. Tuve a mis hijos y me vine otra vez para acá. Lo que sé hacer es por una necesidad. Cuando yo era niña no había médicos en las comunidades.
Todo comenzó cuando faltó mi papá. Siempre he dicho que una cosa es oír y otra escuchar. Yo sólo acompañaba a mi papá porque me gustaba andar con él, pero la necesidad de curar a la gente que me buscaba me hizo hacer tecitos. Tuve que aprender si esa apretada, si ese grito que les daba, les hacía bien. Debí aprender a ver el efecto de las plantas medicinales. Este saber viene de viejos a viejos, por tradición. En Tlaxiaco una vez se discutió por qué a los curanderos se les llamaba médicos.
Es porque los médicos curan, conocen. Somos médicos tradicionales porque no estudiamos, sino que aprendimos de los antepasados. De las clínicas, de las instituciones, nos fueron llamando para darnos curso, pero realmente fue un intercambio de la medicina tradicional con la química. Todo es posible curarlo si se tiene fe y confianza. Si falta eso no hay ninguna medicina que cure. Ni la química. Dios y confianza, ante todo.
La gente se enferma por no creer, porque somos como las plantas. Igual que los árboles, nos vamos secando hasta que dejamos de existir. Eso es lo natural, lo que tiene que ser, pero hay una etapa en la que nos podemos estar enfermando de tos, de un golpe, de un susto, de algo que comimos y nos cayó mal; de un derrame de bilis... lo más difícil es no creer en que Dios todo lo puede. Nuestras manos no son más que mandato divino.”
--¿Qué es la enfermedad y qué es la salud?
--Son dos temas tan enormes y tan sagrados que muchas veces nosotros no los sabemos descifrar. La enfermedad muchas veces nosotros mismos nos la buscamos. La salud, por igual. Si yo quiero estar bien, lo estoy.
--¿Si alguien se le muere?
--Entonces pienso que ya le llegó la hora, porque somos como los árboles y tenemos que dejar de existir. Si alguien se muere me da tristeza, porque se me adelantó.
“La vida no la sabemos valorar, porque si cada día nosotros dijéramos: gracias, Señor, por este nuevo día, por este nuevo amanecer, lo veríamos mejor. La vida es muy hermosa, pero no la sabemos vivir. Es bonita en todas partes.
No puede decir cuántos premios le han dado a lo largo de su vida, porque los documentos los guardan sus hijos. “Este que me acaban de dar es el tesoro más grande. Que me llamen así es algo grandioso, sublime. Es una cosa sagrada.”
--Usted es buena gente...
--¡Ni se crea! A mí me gusta el baile. Lástima porque me caí y me duele una pata para bailar, pero ¡ahí te va! Hay que moverse. Si estamos viejos y hay que sacudir la polilla. Sí, me tienen envidias, pero las envidias nunca van a acabar, porque si no este no sería mundo. Sería Paraíso. Tienen que haber de todo un poco.”
Lamentó solamente haber estudiado hasta “segundo y medio” de primaria. “Yo cuando escribo... ¡Dios y yo! Cuando termino de escribir sólo Dios lo entiende. Ni yo entiendo lo que he escrito. ¡Eso es justo? ¡Pues no! ¿Qué les voy a dejar de conocimiento a mis hijos? Les va a pasar lo mismo que a mí. No me van a entender.
--Pocos hijos tienen como madre a un tesoro vivo.
Se sonrió con un gusto, una alegría difícil de describir. Es el amor de madre.
“Quien quiera que lo cure tiene que venir acá, a Zongolica. ¿Recuerdan la película de Pedro Infante, Un rincón cerca del cielo? Yo vivo en un rincón cerca del cerro.”
(FUENTE: jornada.unam.com.mx)