Los petroglifos de Pusharo constituyen un testimonio cultural sobresaliente de los pueblos amazónicos que habitaban la selva de las actuales regiones de Cusco y Madre de Dios en un pasado remoto. La gran concentración de signos grabados en un panel de piedra natural, de dimensiones monumentales, convierte a estos petroglifos en una de las manifestaciones de arte rupestre más importantes de la amazonía peruana y en un innegable Lugar de Poder espiritual del universo amazónico.
A pesar de que el sitio es conocido desde hace más de ochenta años, recién fue reconocido en el 2003 como patrimonio arqueológico por el Instituto Nacional de Cultura del Perú.
Para muchos exploradores, buscadores de tesoros y seguidores de la corriente esotérica y mística, la zona de Pusharo y los grabados rupestres estarían relacionados con el legendario Paititi , por lo que desde hace varias décadas recibe la visita -sea ilegal o autorizada mediante un permiso especial de la Jefatura del Parque Nacional del Manu-, de grupos extranjeros o nacionales, entre los que figuran aventureros y buscadores de tesoros, productores de cine, escritores, expedicionarios y también miembros de la hermandad mística-religiosa “Rahma”, la que afirma haber entrado en contacto con extraterrestres frente a la pared de los petroglifos, probablemente bajo el efecto de plantas alucinógenos como la ayahuasca.
Los miembros de la comunidad nativa de Palotoa Teparo consideran a Pusharo como territorio de sus ancestros e interactuaban con los petroglifos todavía hasta hace pocos años atrás en el marco de sus rituales vinculados a acontecimientos de caza colectiva de animales silvestres.
Ubicación
Pusharo está ubicado en la cuenca media del río Palotoa, distrito y provincia de Manu, departamento y región de Madre de Dios, al suroriente del Perú, a una altura de 529 m.s.n.m., dentro del Parque Nacional del Manu, integrante del Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (SINANPE), y bajo la jurisdicción y tutela del Instituto Nacional de Recursos Naturales (INRENA) Pusharo forma parte de la Zona Histórico-Cultural del PNM, que abarca 18252.68 has y se encuentra localizada en el sureste del área protegida.
El acceso desde el Cusco es por la carretera de penetración a la selva. Pasando por el pueblo andino de Paucartambo y los centros poblados amazónicos de Pillcopata y Salvación, tras un recorrido de unas 7 horas, al km. 250, en el que se encuentran el embarcadero de Santa Cruz y un Puesto de Vigilancia del PNM, en el que deben registrarse los visitantes, autorizados por la Jefatura del PNM en el Cusco para visitar a Pusharo. El viaje prosigue en "peque peque" (bote de madera con motor de dos tiempos), siguiendo primero, río abajo, el Alto Madre de Dios, hasta cerca del poblado y misión dominica de Shintuya; luego se surca el río Palotoa hasta el Tambo Palotoa, en la margen izquierda, donde se puede pernoctar, previa coordinación y pago al representante de la comunidad encargado del albergue.
Si el caudal lo permite, se puede llegar el mismo día hasta el refugio Pusharo, ya en el PNM, y surcar o caminar al día siguiente hasta el pongo donde se encuentran los petroglifos. En estiaje, el viaje en bote termina en el Tambo o, río arriba, en la desembocadura del tributario llamado Avaroa (lugar también conocido como Rinconadero), donde existe un conjunto de casas pertenecientes a un grupo familiar de la tribu Matsiguenka llamado "Japón".
Su descubrimiento y las primeras expediciones
Los petroglifos de Pusharo parecen haber sido encontrados por primera vez en 1909, durante una "correría de indios" por un cauchero anónimo, quien los describió como letras góticas esculpidas. Doce años más tarde, el 14 de agosto del 1921, el misionero dominico Vicente de Cenitagoya, acompañado por el fraile de su congregación Jesús Broca y el sacerdote José Rodríguez, así como por tres guías Matsiguenkas, llegó a Pusharo desde la misión ubicada en la boca del río Manu y realizó los primeros dibujos de algunos petroglifos. Registró el lugar bajo el nombre de Río Shinkibenia.
Desafortunadamente perdió luego sus apuntes y tuvo que reelaborarlos de su memoria para un artículo que publicó veintidós años más tarde. Llegó a la conclusión de que se trataba de una escritura oriental y gótica y de “escenas del Viejo y Nuevo Testamentos, como el hecho de la creación, el primer pecado, la Virgen con su hijo, el arrepentimiento y la promesa de redención”.
Desde 1921 pasaron casi cincuenta años sin que se produjeran reportes de visitas a Pusharo. En julio de 1969, llegó al sitio el legendario médico y explorador arequipeño Carlos Neuenschwander Landa, buscador del legendario Paititi, quien, al verse impedido de aterrizar con el helicóptero a su disposición en la meseta de Pantiacolla, optó por la visita a Pusharo, junto con Santiago Yábar Calvo, empresario turístico del Cusco, los hermanos Corisepa (indígenas Huachipaires del poblado de Shintuya), y el taxidermista Celestino Kallinowski, entre otros.
Un año más tarde, en 1970, el Padre dominico Adolfo Torralba fotografió el panel de petroglifos para el archivo de los Misioneros Dominicos. El misionero español Joaquín Barriales, de la misma congregación, investigador aficionado del arte rupestre (quien en 1982 publicara el trabajo del alemán Christian Bües sobre los petroglifos de la cuenca del Alto y Bajo Urubamba, en la región amazónica del Cusco), hizo dibujos a partir de las fotografías de Torralba y los incluyó en la publicación referida.
En 1975, los aventureros Nicole y Herbert Cartagena (pareja franco-peruana) llegaron a Pusharo y en su libro "Sobre la pista de los incas" lo describieron como un nuevo descubrimiento realizado por ellos. En 1978, el cusqueño Fernando Aparicio Bueno, quien recibió una distinción de parte de la empresa Rolex, por sus méritos en la búsqueda del Paititi, visita el sitio, mientras que Carlos Neuenschwander continúa pasando por Pusharo en varias de sus múltiples expediciones durante los años setenta y ochenta.
Gregory Deyermenjian, junto con gente local, un guarda parque, tres Matsiguenkas de Palotoa-Teparo y guiado por Santiago Yábar Calvo, visitó Pusharo en octubre de 1991 durante su expedición en búsqueda del Paititi, patrocinada por el Instituto Nacional de Cultura del Cusco. En otras expediciones visita el complejo arqueológico inca de Mameria, descubierto por el explorador peruano Ludwig Essenwanger.
Como vemos, Pusharo ha recibido constantemente visita de investigadores que han tratado de debelar sus misterios, pero para aclarar la situación, se considera como su descubridor oficial a Vicente de Cenitagoya y los dominicos, y a Ludwig Essenwanger, como quien lo hizo conocido para el mundo.
Los petroglifos en sí
En general, se describen como los petroglifos de Pusharo como si solo fuesen los descubiertos por Cenitagoya en 1921, pero en viajes de prospección a la zona de Pusharo realizados entre los años 2000 y 2005, se han localizado y estudiado otros dos sectores con grabados, los que, han sido nombrados por los investigadores como “sectores” B y C, respectivamente. Los tres sectores se encuentran en el tramo final del Pongo de Meganto. El sector B, fue encontrado por Santiago Yábar y Neuenschwander (1983) en una de sus visitas a Pusharo y revisitado por Deyermenjian en 1991.
Las figuras más llamativas y las que saltan primero a la vista, de estos enigmáticos petroglifos, son los diferentes tipos de representaciones de “caras” o máscaras, provistas de rasgos faciales, aisladas o entrelazadas con simples o complejos motivos de forma geométrica. Su tipo más frecuente, es de forma “acorazonada” (rostro en forma de corazón), que, por ser el motivo más representativo del sitio, se ha convertido en el emblema de Pusharo. Tres de estas máscaras o cabezas están contorneadas con líneas que salen de la hendidura en la parte superior de la cabeza y terminan en el mentón, y que podría tratarse de la representación del cabello. Otras de las cabezas-máscara, desprenden líneas onduladas, que terminan en un gancho: posiblemente sea la estilización de un adorno plumario. Las demás cabezas o figuras mascariformes son más abstractas, representando ojos en forma de espiral. La boca está generalmente indicada por una raya horizontal y, ocasionalmente, por un hoyuelo: la nariz, por una raya vertical, por un hoyuelo o está ausente.
El resto de figuras presentes en los petroglifos son igual de intrigantes y han generado todo tipo de interpretaciones: “relojes de arena”, símbolos en forma de “T”, cruces de motivos amazónicos que nada tienen que ver con el símbolo cristiano), rombos, rejillas, formas sinuosas y un largo etcétera, totalizándose hasta 275 símbolos de significado desconocido.
Para algunos investigadores, Pusharo sería una suerte de “mapa” que permitiría descubrir una serie de ruinas ocultas en la selva: específicamente, el legendario Paitití, también conocido como “El Dorado”. Para otros, serían muestra de contactos entre el hombre amazónico y “dioses” de origen extraterrestre, mientras que para otros serían la prueba de la existencia de una antigua y desconocida civilización amazónica.
Para los arqueólogos, la interpretación es la que los petroglifos tienen un origen chamánico: los petroglifos serían representaciones abstractas de la cosmología, del mundo mítico y espiritual plasmadas en la roca por los "soñadores" del mundo amazónico, poseedores de una percepción global y precisa del universo que les es dada en el momento del trance chamánico producido por plantas alucinógenas (Ayahuasca o el extracto de otras plantas).
En el caso de los Matsiguenkas, el trance que producen estas plantas posibilita el contacto de los chamanes con los “Saanka’rite” o espíritus protectores que habitan en el bosque y cuando el chaman, en vez de tomar ayahuasca o tabaco, ingiere otros jugos vegetales, puede lograr visiones donde aparece un jaguar poderoso, quien protege a los Matsiguenkas, y cuya verdadera figura es humana.
Sobre el efecto de la ingestión de Ayahuasca entre indígenas amazónicos, los participantes en las experiencias de Ayahuasca logran ver todas las divinidades de la etnia, la creación del universo, los primeros seres humanos y animales y hasta el establecimiento del orden social. Entre las funciones de los rituales donde se emplea la Ayahuasca, ellos mencionan la comunicación con los ancestros y la iniciación de los adolescentes varones a la vida adulta.
Los efectos rituales de la ayahuasca
Es interesante señalar que la ingestión del brebaje a base de Ayahuasca suele producir, en la primera etapa, entre otros síntomas, la visión de objetos con doble o triple línea de contorno (comparable con los petroglifos), y secuencias largas, similares a sueños donde aparecen felinos, reptiles y otras imágenes. La segunda etapa está caracterizada por un proceso alucinatorio profundo durante el cual se activan imágenes de formas irregulares (diseños geométricos) y aparecen visiones de animales, figuras humanas, monstruos y escenas mitológicas, como por ejemplo, el espíritu del jaguar.
El estudio de los mitos puede, sin embargo, ayudar a descifrar algunos de los símbolos. Por ejemplo, el motivo de las cabezas que aparecen grabadas, muy probablemente representen máscaras, pues era y sigue siendo costumbre muy difundida entre los pueblos amazónicos el representar a los seres extrahumanos de sus mitos mediante máscaras hechas de diferentes materiales (calabaza, barro cocido, madera y corteza de árbol). Para los piros, shipibo-conibos y matsiguenkas, estos seres mitológicos son los dueños espirituales y protectores de los recursos del bosque, particularmente de los animales de caza a los que, como son peligrosos y feroces, hay que neutralizarlos mediante las máscaras en las que estos se han transformado.
Para los Matsiguenkas y otras etnias amazónicas son importantes determinados sectores de los ríos, secciones peligrosas del mismo (rápidos) y lugares donde existen formaciones rocosas: estos lugares, y particularmente los bloques grabados en las orillas de los ríos, son concebidos como residencias de los espíritus o seres míticos, que vivieron anteriormente en el territorio y que, al final de su vida terrestre, fueron encerrados en las piedras.
Otros petroglifos en la región
-Los cusqueños Santiago Yábar y Eduardo Cáceres, que acompañaron al médico arequipeño Carlos Neuenschwander en su expedición de 1969, informaron haber encontrado en un trayecto de 5 Km., siguiendo la pared rocosa del acantilado de Pusharo.
- El explorador Vega Centeno menciona una comunicación personal de los Matsiguenkas de Palotoa-Teparo, según la cual existen petroglifos "río arriba del Pongo de Shinkibenia, llamados "Manique".
-El explorador estadounidense G. Cope Schellhorn publicó un artículo en la Revista "Ancient American" (2000, N° 30) sobre una expedición hacia las cabeceras del Inchipiato, donde su guía Santiago Yábar encontró petroglifos en una pared casi vertical sobre el lecho de lo que ellos denominaron el "brazo No.3 del río Inchipiato". Al observar la foto del artículo surge la duda sobre si se trata realmente de grabados o de fisuras naturales de la roca.
-Jorge Ladrón de Guevara, al explorar, "…las cabeceras del Carene o Colorado en el punto donde casi tocan con las del Nusiniscato,…"-, afirma haber encontrado "en un cañón muy profundo, tallados en una inmensa pared de roca, petroglifos iguales,…" a los de Pusharo.
-Los petroglifos de Queros (o Jingkiori en el idioma Huachipairi) en el distrito de Kosñipata, provincia de Paucartambo, a unos 50 km en línea recta de Pusharo, hacia el sureste, fueron descubiertos, fotografiados y calcados por el Padre dominico José Álvarez el 13 de diciembre del 1942, durante su corta visita a un grupo de Huachipairis del río Eori o Queros.
Pusharo hoy en día
En el actual mundo globalizado, donde los paradigmas religiosos han entrado en crisis en muchos lugares del planeta, hace tiempo que ha comenzado una búsqueda de nuevos valores que den sentido a la existencia humana. Parte de esta búsqueda se expresa en las corrientes esotéricas-místicas que han identificado al Perú como un país privilegiado en cuanto a la existencia de lugares mágicos y cargados de energía. Los petroglifos de Pusharo se han convertido en un destino obligatorio para algunos de estos grupos.
Lamentablemente, no existen disposiciones, mecanismos administrativos ni recursos financieros apropiados para garantizar la conservación del sitio ante una futura afluencia de visitantes: esto es preocupante ya que los petroglifos, como se sabe, constituyen un bien no renovable, único, frágil e irreparable.