De la saga Martes 13 a El Resplandor (de Stanley Kubrick), el universo de las películas de terror da para –casi– todo.
Es un territorio fértil para grotescos, reflexiones sobre la naturaleza humana, moralinas implantadas, emociones huecas y/o mensajes trascendentes. Cada cual elige.
En la Argentina, la tradición del género todavía es modesta (al menos en términos de repercusión y presencia). Por eso, el estreno de Necrofobia, la primera película 3D de terror hecha en nuestro país, adquiere un valor simbólico más profundo.
Pautado para principios de octubre, el film dirigido por Daniel de la Vega articula con elegancia el lenguaje y la estética del género, trabaja mucho con lo no dicho, y encuentra en el híperprotagónico de Luis Machín la mejor herramienta para traspasar la pantalla.
“Conozco a Daniel de la Vega explica Machín- desde hace muchos años. En 1993 me vine de Rosario a Buenos Aires y vivía con actores, autores y realizadores en un gran departamento en Rivadavia y Anchorena. Daniel era amigo de dos de los muchachos, y nos empezamos a tratar casi casualmente. Con el tiempo, empezó a mandarme guiones de sus diferentes proyectos y todos me gustaban.
Pero por diferentes asuntos nunca terminábamos trabajando juntos. En algún caso, porque el proyecto no se concretó, y en otros porque el personaje que me ofrecía no me sentaba cómodo. En este caso, leí el guión y quedé encantado de una. Me imaginé como Dante (el protagonista). Pero Daniel me ofrecía hacer del sacerdote. Lo hablamos personalmente y terminé siendo Dante. La relación que generamos en el set y los resultados me parece que dicen que no me equivoqué”, dice Machín a Tiempo Argentino.
El actor rosarino de 46 años supo construir una carrera sólida y siempre en ascenso trabajando en teatro, cine y televisión. Luis Machín ganó un lugar de prestigio sin denigrar sus convicciones artísticas e ideológicas.
El encuentro para esta entrevista se concretó bastante entrada la noche y después de una jornada de casi doce horas de filmación para la tira Viudas e hijos del rock & roll (Telefé, 21.15). Su rostro reflejaba un cansancio profundo y su voz parecía un eco lejano. Pero una vez que comenzó la charla, el actor recobró la energía casi de la nada. No se trató de una actuación para la venta de un producto –en este caso la película Necrofobia–, porque Machín se apasiona al hablar y reflexionar sobre la pasión que marcó y domina su vida: la actuación.
–Necrofobia trabaja mucho con lo que no muestra. Incluso en algunas tomas se reconoce a Buenos Aires, pero parece atemporal y pudo haber sido filmado en cualquier lugar.
–Absolutamente. Esa fue una de las cosas que me atrajo del guión. Al trabajar con lo no dicho, dejás que el espectador tenga más aire y pueda jugar más con la imaginación. Y lo que me parece que también le dio un valor agregado a la película fue cómo abordamos los personajes. Le propuse a Daniel que no ensayáramos.
Cada uno tenía bien aprendido su personaje y podía probar diferentes alternativas ante las cámaras. Incluso también le pedí a Daniel que me hablara mientras grababa. Que si veía que se necesitaba más drama, menos subrayado o lo que fuera, me lo fuera pidiendo “en vivo”. Total, su voz después se podía sacar. Ese clima de ida y vuelta permanente del que participamos todos los actores le dio una cosa muy dinámica a las performances y a la historia.
–¿El hecho de que sea una película en 3D condicionó de alguna manera tu trabajo?
–No. Uno ve que hay una cámara distinta, que tiene dos ojos y no uno. Incluso se filmó toda la película con dos cámaras al mismo tiempo. También se escucha que se trabaja con el punto de convergencia y alguna que otra particularidad técnica más. Pero desde la actuación es lo mismo. En principio, me parecía que el 3D era una gran excusa para convocar gente. Primero vi la versión tradicional en el BAFICI, pero cuando vi la película en 3D noté que le agrega cosas extra a la experiencia de disfrutar la historia.
–Más allá de la estética y el título, la película parece tratar sobre la locura.
–La necrofobia es un punto de partida. De la fobia a la muerte no se habla demasiado. Es una excusa estética y argumental. También un guiño a la historia del cine en general y a la del género en particular. Cuando uno interpreta a otra persona siempre es una forma de jugar con la locura. En mayor o menor medida, todos somos neuróticos y los actores tenemos un permiso social extra.
–¿Tuvo alguna experiencia personal con la locura? ¿Algún miedo, alguna historia cercana?
–Viví situaciones extremas que me llevaron a pensar algunas cosas distorsionadas, producto del estado que vivía en ese momento. Tuvo que ver con momentos complejos de salud. En ese período sentía que me podía desbordar. Viví un miedo o preocupación profunda. Pero me abracé al psicoanálisis como una tabla salvadora y no la solté mas. Desde el '96 voy todas las semanas a terapia. Me lo tomo religiosamente.
–No es fácil moverse permanentemente en tres ámbitos tan diferentes como la televisión, el cine y el teatro, ni desde lo artístico ni desde lo profesional. ¿Cómo lo logra?
–Creo que esos diferentes lenguajes y exigencias de cada medio se pueden resolver en la medida que uno sea un apasionado de esto. Y definitivamente es mi caso. Yo no tengo hobbies, no me interesa viajar por viajar, ni me atropello con mayores excentricidades. Recién ahora que tengo una familia y dos hijos chicos me planteo seriamente el asunto de las vacaciones. Todo el resto lo vivo para actuar. El teatro es la génesis de la actuación. Casi no tiene elementos artificiales ni mediatizaciones. Es lo que más me apasiona. No puedo vivir demasiado tiempo sin hacer teatro. El cine es más complejo porque exige estructuras y convenios muy grandes. Y la televisión te da una llegada amplia, pero está cada vez más condicionada por factores por fuera de lo artístico.
–¿Cómo resuelve esos condicionamientos de la televisión?
–Tomando algunas decisiones internas y aplicando cierta resignación. Por ejemplo, mi trabajo personal nunca se verá condicionado por un punto más de ráting. Me abstraigo completamente de eso, por lo cual no representa un problema. Pero esos criterios sí impactan en la edición, en el cambio de guiones y/o en recortes groseros. Estas últimas circunstancias me enojan mucho. Me hacen mal. Incluso pueden hacer que no quiera ni ver el programa en cuestión. Pero al otro día voy a grabar y me olvido de todo. No quiero que esos factores afecten mi trabajo.
–¿El encanto del cine también puede pasar porque permite trabajar con una gestualidad mínima?
–Sí. Evidentemente. En mi película anterior, Destino anunciado, compuse mi personaje con esa premisa. Pero ojo: también puede ser una trampa. Anthony Hopkins en Lo que queda del día concretó una actuación brillante y muy influyente. Su performance estaba totalmente contenida, era mínima, pero a la vez transmitía una vida interior profunda. Lo que cansa es tanto actor de cine argentino que con dos gestos cree que es un artista. ¡Y no son Anthony Hopkins! Son verdaderos alfeñiques de la actuación. Creo que un verdadero profesional tiene que administrar una paleta amplia. Justamente como Hopkins, que por ejemplo en Picasso la rompe con una sobreatuación sublime.
En Necrofobia juego mucho con tonos altisonantes. En algunos casos me gusta mucho la ampulosidad. La permite el género, la película y el personaje. Es una tradición que vi mucho en el cine italiano y me apasiona. Yo lo llamo "Que haya fiesta, estallarla". Hay que saber administrarlo y, como todo, rinde cuando se aplica en el debido momento. Pero cuando funciona se pueden generar momentos mágicos para los actores y el público.
(FUENTE: todoshow.infonews.com)
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