En las sesiones espiritistas en las que Francisco I. Madero participaba, que eran fantásticas y desmesuradas (que tal vez podrían ser un anticipo de la escritura automática de los surrealistas), trabó contacto con dos espíritus: Raúl, su hermano fallecido de niño, y José, quien fue sustantivo en su vida y, por extraña coincidencia, en la del país. Madero fue lanzado a una lucha política y moral que transformaría a la nación en su conjunto, que la sacudiría de principio a fin, de extremo a extremo.
De esta manera, siempre guiado por espíritus redactó un libro que fue fundamental en México, La sucesión presidencial y más adelante el Plan de San Luis. Fue perseguido por la dictadura y lo hizo un gran rebelde, tenaz y bondadoso, pero capaz de levantar a un pueblo en armas y realizar una gesta soberbia: la Revolución Mexicana, un movimiento cuya magnitud lo aterró y paralizó: una vez caído el dictador supuso que México sería otro, sin considerar que la estructura política y económica, y en especial militar, quedaban intactas cuando deberían ser destruidas.
Sabemos bien qué ocurrió. Entre Victoriano Huerta y Henry Lane Wilson, el embajador norteamericano, y una turba de miserables traidores acabaron con su vida de la peor forma, la de él y la del vicepresidente José María Pino Suárez y otros patriotas. El crimen provocó la furia de las mayores fuerzas que su llamado había hecho nacer: Villa, Zapata, Carranza y Obregón demolieron al ejército federal y acabaron con la estructura que consolidó Díaz en treinta años, eliminaron injusticias y barreras, México avanzó, luego de la lucha de facciones y la Constitución de 1917.
Madero no sólo supo darle a México un respiro libertario, su misma gestión presidencial si bien fue efímera, consiguió mostrarle al país lo que eran la democracia y la ausencia de tiranía. Pero la respuesta que tuvo fue brutal y nunca, por desgracia, hubo un espíritu agudo que previera el destino de Madero, el elegido sería abandonado a la peor de las suertes, a la humillación y a la muerte.
Antes, los medios de comunicación existentes, a los que les había dado por vez primera la libertad de expresión, se ensañaron con él como nunca antes lo habían hecho con un jefe de Estado, la mayoría de ellos tiranos y dictadores, hombres sin escrúpulos y seres ambiciosos sin sentido ni sentimientos políticos.
Madero no era Lenin, pero consiguió como pocos mostrarle al pueblo el camino de la libertad y la democracia. No importa que haya sido un espiritista y que hablara con ellos y que intercambiara correspondencia con otros distinguidos espiritistas, básicamente era un hombre bueno, decente, enemigo de la violencia y eso le costó la vida. Lo importante no fue su trabajo espiritista sino que dentro de esa extraña tarea, que para 1910 había entrado en decadencia, pudiera vislumbrar el futuro de un pueblo, lo orientó y lo guió. Es muy posible que sin él no hubieran surgido figuras de la talla de Villa y Zapata, ni que Carranza hubiera convocado a lo mejor del país a redactar un gran documento constitucional.
Otros grandes políticos se nutrieron de manera distinta: Napoleón en la Revolución Francesa, De Gaulle y Churchill en la lucha contra el fascismo, Trotsky en el marxismo, Madero prefirió hablar con espíritus, los que le anticiparon la tarea que le esperaba, la de ser un apóstol revolucionario de principios e ideales generosos. Fue, en apretada síntesis, un alma iluminada, un ser afortunado que creyó encontrar en el más allá las respuestas para solucionar los problemas y dificultades de México. Sin Madero, sin esos espíritus que se comunicaban con él, es probable que no hubiera habido revolución o que ésta se retrasara o que otras fueran sus características, menos épicas, menos grandiosas, las que produjeron una espléndida literatura, murales soberbios, y música distinguida.
Será, como se dice en las páginas introductorias del libro La revolución espiritual de Madero, lo que quedó de sus libretas espiritistas. Que Madero efectivamente haya escuchado voces de espíritus o simplemente se escuchó a sí mismo, atendió a sus propios pensamientos de libertad, democracia y bondad, el caso es que fue el autor de páginas gloriosas, dignas y valerosas de la historia patria y eso lo lleva a la calidad de apóstol, héroe y mártir, de personaje memorable, que estuvo a la altura que el país exigía, y para que el movimiento rebelde tuviera éxito y se convirtiera en una epopeya del siglo XX, fue capaz de ofrendar su vida.
(FUENTE: cronica.com.mx)
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