Del autor que sostiene que el hombre convivió con los dinosaurios, que la sábana santa prueba la resurrección de Jesús de Nazaret, que seres de Orión levantaron las pirámides de Egipto, que existía comercio entre Europa y América antes de 1492, que los astronautas del Apollo 11 encontraron ruinas extraterrestres en la Luna y que Jesús se sentó en el Coliseo romano años antes de que el edificio existiera, llega a las librerías Estoy bien, su versión del clásico de la literatura paranormal Vida después de la vida (1976).
El ufólogo y sindonólogo Juan José Bénitez se pone en este libro en la piel del parapsicólogo Raymond Moody para vender la idea de que hay pruebas de que “la vida continúa tras la muerte y al otro lado hay luz”. Casi nada. En su larga trayectoria, el autor navarro -que vive semirretirado en una casa con forma de platillo volante a pie de playa en Zahara de los Atunes- ha recogido innumerables testimonios de encuentros con extraterrestres con el resultado que todos conocemos, así que no es muy arriegado aventurar que sus “160 casos documentados de la vida después de la muerte” se desharán a las luces de la razón como un cubito de hielo al Sol.
Bastaría una prueba para convencernos a los escépticos de la realidad de cualquiera de las excentricidades que ha propuesto Benítez desde que escribió Existió otra Humanidad (1975), libro en el que daba por buenas las fraudulentas piedras de Ica, para él, el legado de una civilización de hombrecillos cabezones, narigudos, que vestían con taparrabos y se cubrían con tocados de plumas, hacían trasplantes hasta de cerebro, volaban en pájaros mecánicos, viajaban a otros mundos, habían declarado la guerra a los dinosaurios, construyeron las pirámides de Egipto y acabaron huyendo a las Pléyades. ¿Pruebas? Menos que de la existencia de los Reyes Magos. Sólo unas piedras talladas por los lugareños para satisfacer a un pobre médico que creía haber descubierto vestigios de una Humanidad antediluviana.
“En ese nuevo mundo hay vida física”
Estoy bien es más de lo mismo. Testimonios; simples testimonios. Como los encuentros con hadas, brujas y alienígenas. Según la editorial, todo empezó en 1968 cuando Benítez conoció al periodista, fotógrafo y cámara de televisión Miguel Paris (1922-2004), quien -copio del dossier de prensa de Planeta- “durante la Segunda Guerra Mundial había formado parte de la División Azul y servido en Novgorod, Rusia, en donde observó a un soldado español caminando por la nieve. Lo vio y habló con él con total naturalidad… más de dos meses después de que hubiera fallecido en el campo de batalla. El testigo no sabía que su compañero, militar y amigo Francisco Bacaicoa de Marcos había caído en el campo de batalla, hasta que posteriormente sus compañeros se lo contaron antes su propia incredulidad… ¡Había visto a una persona que llevaba tiempo muerta! Imposible, pero cierto. Lo más inquietante es que aquel aparecido ayudó a Miguel París a salvar su vida en mitad de la ventisca siberiana y de las bombas rusas, ya que le indicó el camino a seguir para reunirse con sus compañeros y ser atendido de las heridas que sufrió en un ataque enemigo. «Tira por aquí», le indicó. «Yo continúo», remató, y después, aquel viejo amigo que conocía de anteriores batallas, prosiguió su camino en mitad de la nieve”.
Ése es el mimbre a partir del cual Benítez teje su último libro, apoyado por documentos que carecen de cualquier valor probatorio. Así, en el caso de Miguel Paris y su amigo muerto, el autor presenta “expedientes, certificados e información para demostrar que, cuando su compañero había visto a aquel soldado, el aparecido había fallecido tiempo”. Como si eso demostrara algo. El quid de la cuestión es que los testimonios, sin más, no demuestran nada: sólo que quien nos cuenta una historia cree haberla vivido, presuponiendo la honradez del testigo. La clave está en la leyenda de la portada: “Si tan sólo uno de estos testimonios fuera cierto, el Más Allá sería real”. Pero es que no lo es ninguno, en el sentido de prueba de nada. No hace falta que los testigos engañen. Ellos pueden creer su historia, pero eso no significa que haya pasado en el mundo real. Paris pudo tener un sueño o una alucinación en una situación límite, por ejemplo. Y lo mismo cualquiera de los otros testigos que presenta el ufólogo. Un buen periodista tendría en cuenta eso antes de echar las campanas al vuelo; un misteriodista -como los llama Mauricio-José Schwarz- ve una aparición mariana en una pareidolia o un visitante de otra dimensión en una visión hipnagógica.
“«Estoy bien». Ésta es la frase más repetida a lo largo de este libro, puesto que eso es lo que transmiten los entrevistados por J.J. Benítez a propósito de lo que transmiten los fallecidos que se les aparecen. Que la muerte es un tránsito a otra vida, que volvemos a ver a nuestros seres queridos, que nos encontramos de nuevo con ellos, que el cielo es real, aunque no sea como nos han trasmitido las religiones y sus doctores”, explica el dossier de prensa. Los muertos dicen cosas como: “En ese nuevo mundo hay vida física”; “La muerte no es lo que creemos”; “En ese nuevo mundo no existe la enfermedad, ni la tristeza, ni el dolor, ni los lazos familiares, como los conocemos en la Tierra”; “En el más allá, nadie juzga a nadie. El Infierno es un invento de las religiones”; “La muerte es un dulce sueño”; “Morir es una mudanza; sólo eso”… Básicamente, el mismo tipo de mameluconadas que repiten los médiums desde que, el 30 de marzo de 1848, dos niñas hicieron una broma a su madre y nació el espiritismo moderno.
Con este libro, Juan José Benítez se convierte en nuestra Anne Germain. No esperen de sus resucitados ninguna revelación que merezca la pena; tampoco la hicieron nunca sus extraterrestres.
(FUENTE: blogs.elcorreo.com)
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