Hoy en día, hablar de soledad resulta más complejo que nunca. Aunque estamos cada vez más expuestos al contacto masivo y cotidiano que implican las grandes urbes, lo cierto es que cientos de personas experimentamos la soledad, y más aún: la vivimos como algo nocivo.
Esto se debe quizá a que la soledad viste hoy peculiares disfraces –por ejemplo, el de las redes sociales, que se han convertido en espacio de múltiples y paradójicos aislamientos–. Pero también a que hemos hecho de la soledad un tabú, señalándola como algo nocivo e indeseado.
No obstante, la ciencia se ha interesado en desmitificar la soledad, para poder comprenderla en toda su dimensión y como parte inherente de la condición humana. Así tenemos que hace poco se comprobó que estar solos modifica la química de nuestro cerebro, y puede hacerlo para bien.
Esto es algo que, al parecer, las personas más inteligentes saben instintivamente, según se concluyó en un reciente estudio de psicología evolutiva. Para realizar esta investigación, publicada en el British Journal of Psychology, se partió de lo que se conoce como “la teoría de la felicidad de la sabana“. Esta teoría plantea la hipótesis de que aquello que hacían nuestros ancestros en la sabana africana podría servir para saber qué tanto seguimos teniendo una programación biológica heredada por ellos, y por qué algunas cosas muy concretas nos hacen felices.
En el caso de la soledad, podría ser que siga siendo necesaria para nosotros, como lo era para nuestros ancestros…
Pero, ¿por qué?
En dicho estudio se analizaron datos de 15,000 adultos, que incluían estatus socioeconómico, así como cociente intelectual y el estado actual de sus relaciones personales. La información arrojó elementos en común como, por ejemplo, que los participantes que vivían en entornos de alta densidad poblacional estaban menos satisfechos con su vida, en comparación con quienes vivían en zonas menos pobladas o rurales.
Pero otro elemento salió a relucir: las interacciones sociales parecían hacer más felices a quienes tenían un menor cociente intelectual, mientras que los que tenían un cociente intelectual superior a la media eran más felices si pasaban menos tiempo con amigos o en lugares con mucha gente.
Esto podría explicarse desde un enfoque evolutivo con la teoría de la sabana, pues nuestros ancestros vivían en entornos con una población no mayor a los 150 habitantes y en grandes extensiones territoriales muy alejadas de otras tribus. Según los investigadores, el cerebro humano evolucionó para programar una convivencia de ese tipo y no como la actual, que implica que compartamos el mundo con 8,000 millones de personas.
Así que quienes tienen una inteligencia mayor a la media podrían estar dejando evolucionar a su cerebro, no en un sentido de adaptación –es decir, de tener que acostumbrarse a ambientes densamente poblados–, sino de mantener algunos elementos que se hallaban en nuestros ancestros y que actualmente pueden potenciar la inteligencia –y nuestra felicidad–, como lo es el saber estar solos.
Aunque claro, citando a Honoré de Balzac:
"La soledad está bien, pero necesitas a alguien para contarle que esa soledad está bien".
Es verdad que, a fin de cuentas, somos seres sociales y nos necesitamos mutuamente. Pero aprender a estar solos es restablecer un vínculo con lo ancestral sin dejar de evolucionar. Es una manera, incluso, de aprender otros caminos a la felicidad, que no necesariamente tienen que estar cimentados sobre la vieja idea de que “a más amigos, mayor felicidad”. Más bien se trata de qué tanto sabemos ser nuestros propios amigos –estando en soledad– y cómo eso puede hacer que reinventemos nuestra convivencia.
(FUENTE: ecoosfera..com)