La noche del 22 de noviembre de 2012, un telescopio robótico del Observatorio de La Sagra en Granada rastreaba el cielo en busca de asteroides cercanos a la Tierra cuando, de repente, un punto luminoso apareció en el Este. En ese momento, Jaime Nomen, director del centro astronómico, viajaba en un velero a dos millas de la costa catalana, pero, conectado permanentemente de forma remota, recibió de inmediato el aviso en su ordenador. Se trataba de un asteroide de unos 45 o 50 metros de diámetro. En cuestión de horas, el Minor Planet Center en Boston (EE.UU.), la institución encargada de recopilar este tipo de observaciones llegadas de todo el mundo, ya tenía los datos del objeto y dos días después el Laboratorio de Propulsión a Chorro (JPL) de la NASA calculaba su órbita. Con medios mucho más modestos que los estadounidenses, el equipo español había descubierto un premio gordo, el asteroide más mediático -con permiso de Apofis-, de los últimos tiempos. Se llama 2012 DA14, una especie de matrícula provisional que se refiere al año, el mes y el orden del descubrimiento, y nos visitará el próximo viernes 15 de febrero a una distancia de 27.000 km, por debajo de la órbita que ocupan los satélites geoestacionarios. Entonces se convertirá en la roca de cierto tamaño detectada que haya volado más cerca de la Tierra.
«La historia de cómo se produjo el descubrimiento del asteroide parece de película, pero en realidad refleja el trabajo que hacemos en La Sagra, siempre pegados al ordenador porque una roca como esta puede aparecer en cualquier momento y la reacción debe ser inmediata; si no, la perdemos», explica Nomen. El asteroide se encontraba entonces a más de 4 millones de km de la Tierra, nada que ver con la «caricia» que esperamos en cinco días y que los científicos descartaron hace tiempo se transforme en bofetada. No existe ninguna posibilidad de impacto en esta ocasión. Es un alivio, porque si se estrellara, liberaría una energía de 2,5 megatones en la atmósfera. No causaría un armagedón, pero sí una devastación a escala regional y si se precipitara en el mar, tsunamis incluso más peligrosos. En 1908, en Tunguska, Siberia, el impacto de un asteroide rocoso o un cometa algo menor (de 30 a 40 metros de diámetro) arrasó 1.200 km cuadrados de tundra y el fulgor de la explosión se apreció desde el norte de Europa e incluso en algunas zonas de Estados Unidos. En Arizona, un objeto metálico similar formó el famoso cráter Barringer, de 1,5 km de diámetro, cuando se estrelló hace unos 50.000 años. «Es el objeto conocido con potencial para hacer daño que más se acerca a la Tierra, eso es lo que lo hace tan interesante», dice Nomen.
Aquí abajo nos libramos, pero ¿es probable que cause algún desastre allá arriba? Tanto la NASA como la Agencia Espacial Europea (ESA) han afirmado que, aunque la trayectoria de la roca se adentra en la órbita en la que se encuentran los satélites de comunicaciones, el peligro para estos artefactos es mínimo, ya que el asteroide llega «desde abajo» y no cruza en el mismo plano el cinturón geoestacionario. Tampoco lo hay para la Estación Espacial Internacional, que orbita mucho más abajo, a menos de 400 km sobre nuestro planeta.
«Don Quijote» contra el gigante
En realidad, poco sabemos del visitante espacial. Por su brillo, los científicos estiman que tiene un diámetro de unos 50 metros y una masa de 130.000 toneladas de composición desconocida. Viaja a una velocidad de 7,8 km por segundo y es de tipo Apollo, lo que quiere decir que tiene la inquietante costumbre de cruzar periódicamente nuestra órbita. Curiosamente, solo tarda un día más que la Tierra en dar la vuelta al Sol (366,2 días). Los astrónomos lo seguirán con muchísima atención para desvelar con exactitud su verdadera naturaleza (su masa, tamaño y período de rotación), especialmente por si puede suponer un peligro en un futuro lejano, ya que la gravedad de la Tierra modificará su trayectoria.
Un asteroide del tamaño del 2012 DA14 se nos aproxima así de cerca cada 40 años y uno de ellos impacta contra el planeta una vez cada 1.200, según el Programa de Objetos Cercanos a la Tierra de la NASA. ¿Qué hacer en caso de que se nos venga uno encima? Una empresa española, Elecnor-Deimos, propone una misión, llamada «Don Quijote», que consiste en enviar una sonda exploradora, «Sancho», para estudiar la roca, y después impactar a gran velocidad otra de entre 500 y 1.000 kilos, «Hidalgo», para que pueda desviarla. La ESA lo considera el método más eficaz, al dar una respuesta inmediata y segura, y funcionaría con pedruscos de hasta un kilómetro de diámetro. «Con desviarlo cien micras por segundo ya sería suficiente. Para rocas mayores, como la que acabó con los dinosaurios, no habría más remedio que recurrir a una explosión nuclear, pero puede haber metralla y el riesgo de un fallo todavía es muy grande», explica Miguel Belló, director gerente de la compañía.
Con unos prismáticos
La máxima aproximación de 2012 DA14 se producirá a las 20.24 hora peninsular española sobre el océano Indico, en las costas de Sumatra. «En España, se podrá ver como un punto de luz relativamente veloz a partir de las diez de la noche, aunque ya estará alejándose de la Tierra. Sobre las once se situará cerca de la Estrella Polar», apunta el responsable de La Sagra. Solo hacen falta unos prismáticos. Como ocurre con todas las observaciones astronómicas, es necesario buscar un lugar oscuro alejado de las luces de las ciudades y que el tiempo acompañe.
Los científicos estiman que existen aproximadamente 500.000 asteroides cercanos a la Tierra del tamaño de 2012 DA14. De ellos, apenas se han descubierto el 1%. Un buen motivo para seguir escrutando el cielo.
6.500 asteroides en cinco años
J. DE JORGEMADRID
El observatorio robótico de La Sagra, ubicado en las montañas cerca de Puebla de Don Fadrique, en Granada, y operado por el Observatorio Astronómico de Mallorca, está dedicado a la vigilancia del entorno espacial de la Tierra. Sus tres telescopios ópticos rastrean el cielo cada noche y obtienen unas 1.500 imágenes en las que buscan dos tipos de objetos: asteroides cercanos a nuestro planeta (los denominados NEOs, por sus siglas en inglés) y chatarra espacial proveniente de naves o satélites. En los últimos cinco años, el equipo ha descubierto nada menos que 6.500 asteroides que ayudan a cartografiar el Sistema Solar. «Todas las noches aparece alguno, pero la mayoría se encuentra más allá de Marte y no conlleva ningún riesgo», explica su director, Jaime Nomen. Pero de ellos, 67 son NEOs, como el famoso 2012 AD14, y esos sí que suscitan un gran interés. «Los estadounidenses descubren el 97% de los NEOs; nosotros, en torno al 2% y el resto del mundo, el 1%», asegura Nomen. «Y lo hacemos con recursos mucho más limitados, pero hemos desarrollado herramientas de software potentes para hacer una buena labor».
(FUENTE: abc.es)
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