Sus pasos se pierden por los salones y pasillos de la escuela Ildefonso Vázquez y sus palabras nunca encuentran un buen oyente. Siempre sale del baño de la institución básica con su hábito perfectamente blanco y se desaparece pocos pasos después, reseña La Verdad.
Nadie sabe de dónde viene ni adónde va. Tampoco hay día ni hora definida para que se deje ver, aunque obreros, maestros y alumnos dan fe del fantasma de la monjita que un día vivió en la edificación construida hace 300 años.
Antes de convertirse en colegio, hace al menos 65 años, la estructura funcionaba como hospital de beneficencia y punto fijo para que las madres de Santa Lucía y de las barriadas aledañas acudieran por seis o 12 botellas de leche diarias para sus hijos.
De esta hipótesis da fe Gunther Castillo, artista plástico, quien vive justo al lado del colegio desde hace 24 años. “Hace al menos 80 años la sede funcionaba como una extensión del programa social Una Gota de Leche para Maracaibo. Una congregación de hermanas de la caridad vivió allí hasta que en 1945 una crisis económica obligó a los creadores a cancelar el beneficio”.
Allí comienza esta historia. La mañana en la que las monjitas partieron ocurrió una desgracia. Una de ellas, de quien se desconoce el nombre, subió a la segunda planta de la estructura a recoger sus cosas y accidentalmente cayó por la ventana. Desde entonces muchos la ven y la escuchan, pero jamás le hablan.
Alma blanca
Si es cierto que una hermanita camina todos los días los pasillos de la edificación de dos pisos, para la comunidad educativa “la aparición” no es un problema. Aydée Valles, directora con 27 años de servicio en la escuela Ildefonso Vázquez, la considera el espíritu protector de la institución.
Nunca la ha visto, pero el misterio que reina en el lugar, las voces que nunca callan y las anécdotas que a diario escucha le da fuerza al mito. “En este mundo todo es posible. Estas historias se transmiten de generación en generación y eso es lo que pasa en este colegio, pues los niños que hoy estudian aquí son hijos de exalumnos”.
Los alumnos son quienes más comentan la aparición de la monja y, para ella, esto se debe a la sensibilidad de los muchachos para percibir fenómenos paranormales o ver y escuchar seres de otro mundo.
En las reuniones de docentes en la biblioteca, cuando no hay clases, las miradas sorprendidas de los presentes se encuentran agitadas buscando respuestas a los ruidos y voces que vienen de los salones de arriba. “Se escuchan cadenas arrastrándose, escritorios y pupitres moviéndose, y nosotros nos asustamos, pero luego de un rato se nos olvida y seguimos con el trabajo”, se dicen varios educadores a la salida de las clases.
Lejos de tener miedo, la comunidad educativa, unos más crédulos que otros, coincide en que la institución está llena de almas buenas y que la monja los protege y los aleja del mal. Por eso, a pesar de lo peligroso de la zona, la delincuencia no los visita a menudo.
(FUENTE: lapatilla.com)
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