Un libro de bellísima estampa: "Espíritus rumberos: deidades yorubas de Cuba" (Editorial Plaza Mayor) reúne a dos colaboradores en dos islas diferentes que provienen de una misma cultura y una misma nación. Desde la isla de Puerto Rico, en San Juan, el artista gráfico, diseñador, caricaturista, pintor y chef cubano José Luis Díaz de Villegas, director gráfico por muchos años del diario El Nuevo Día; desde la isla de Cuba en La Habana, la narradora, coleccionista, etnóloga autodidacta, artista, y devota y estudiosa de las religiones afrocubanas, autora de numerosos libros, como Los orishas en Cuba, quien fue también directora del Museo Nacional de Bellas Artes, Natalia Bolívar.
Díaz de Villegas pintó una serie de figuras que se le antojaron eran una inspiración basada en los “orishas” o deidades afrocubanas. “En el 1987 un amigo me trajo una libreta de papel de acuarela, y comencé a pintar: hay medio mixto, acuarelas, y algunos son exclusivamente pluma y tinta”, cuenta el artista, “cuando ya tenía dibujado como dos terceras partes del libro, Natalia vino de visita a Puerto Rico, y la conocí en una reunión, porque ella es cuñada de [una amiga] Teresita Bolívar. Allí le llevé la libreta a Natalia, quien me dijo: ‘¿por qué no hacemos este libro juntos?’ ”
Díaz de Villegas estableció entonces una identificación básica de sus pinturas, pero ella cambió luego algunas figuras para que coordinaran con sus historias. “Ella se sabe el panteón [todos los santos] completo”, aclara el artista. “Orula aparece mucho, porque es el dueño del Ifá, al que le dieron el carisma de la adivinación”.
Este era el primer viaje de Bolívar a Puerto Rico a ver a su hermano en 1990. En la reunión que tuvo con el artista convinieron en que ella escribiría los “patakíes”, cuentos de la mitología yoruba, llamada Regla de Ocha en Cuba o santería, que correspondieran con los dibujos. Aunque Díaz de Villegas sabe de la religión afrocubana, y piensa que hay muchos misterios difíciles de explicar, él no se ha hecho santo, no es de esa religión. En la introducción comenta, sin embargo, que no comenzó dibujando a Elegguá, que es el dios que abre los caminos, y por eso quizás demoraron tanto en publicar el libro, que ha sido editado ahora por Patricia Gutiérrez (de editorial Plaza Mayor) y diseñado por Díaz de Villegas, hijo, con prólogo de Ricardo Alegría. Comenzó con Yemayá, “casada con Orula, gran adivinador de la tierra de Ifé”, según las palabras de Bolívar. Los “patakíes”, bellamente narrados por ella, siempre terminan con “la moral de la historia”, al igual que sucede con las parábolas de la Biblia.
Ambos colaboradores pertenecen a una generación que bebió toda la cultura de la década de los años 50 en La Habana, en la que se inscriben ambos artistas, quienes se enriquecieron con una serie de aportes al arte, en pintura y arquitectura, y a los estudios, que incluían la cultura afrocubana. Fernando Ortiz, ya muy cambiadas sus opiniones desde que escribió Los negros brujos, daba clases sobre este tema en la Universidad de La Habana, y allí traía a los sacerdotes, los “babalawos”, y a las “santeras”, “incluso a Merceditas Valdés y a Celia Cruz que cantaban en las ceremonias de la Plaza Cadenas”, cuenta Díaz de Villegas, quien estudiaba ingeniería, pero muy pronto comenzó a pintar caricaturas para los periódicos y pasquines premiados para el Carnaval de La Habana. “Era un fermento de innovación”, acota el pintor. “Lydia Cabrera estaba haciendo estudios, los babalawos me decían que se había hecho santo, pero ella me dijo que no dejaba que nadie ‘le quitara’ la cabeza”.
Bolívar era estudiante de arte. “Yo fui a la anexa de San Alejandro, y soy graduada del Sagrado Corazón del Cerro”, relata la escritora. “Soy prima hermana de Rita Longa, la escultora, primera mujer que hizo esculturas monumentales en mármol. Me gustaba mucho la pintura, pero empezaron las revueltas contra Batista y una vez salí herida de la anexa; entonces busqué trabajo en Bellas Artes, que se estaba construyendo en aquel tiempo, con Octavio Montoro, porque me enteré de que Lydia Cabrera iba a montar su sala de etnografía y yo siempre estuve interesada en las religiones de origen afrocubano”.
Así fue cómo comenzó de manera formal a recoger historias orales de informantes que le presentaba Cabrera, pero también ya sabía algo desde la cuna. “Mi nana era de origen congo, nacida en el seno familiar, de los que habían sido esclavos en la familia, se llamaba Isabel Cantero”. Del Congo es de donde viene la religión del Palo, de la que es devota Bolívar. “Me gusta estar en el Palo, pero yo las estudio todas, e Ifá es importantísima, porque te vaticina el presente, pasado y futuro, y cuando hay cualquier cosa importante voy al pie de Orula para saber qué va a pasar. Nunca se equivoca, son 16 patas, o sea principales letras que casadas entre ellas forman 256 combinaciones, que a su vez casadas entre ellas forman 4,000 combinaciones, siempre es muy certero el ‘babalawo’ que sabe manejar Ifá”. En su archivo, Bolívar tiene cuatro gavetas con todas las libretas de los antiguos, cuando empezaron a hacer la trascripción de los “patakíes” a principios del siglo XX. “Si no adivinas, no proyectas”, apunta.
Uno de los temas en Espíritus rumberos es el del tabaco, que Díaz de Villegas pensaba que no tenía interpretación. “Pero sí tiene, porque varios ‘oddunes’ [caminos que marca la letra] de Ifá hablan del tabaco”, expresa Bolívar. “Es una apropiación que hicieron los africanos de los indígenas cubanos, y es la forma de llegar a los dioses como hacían los indígenas, porque el humo purifica”. El tabaco le recuerda también sus experiencias de joven con la nana. “Ella era una mujer muy fuerte, nos duró 102 años”, recuerda. “Se fumaba unos tabacos que le mandaban de Pinar del Río, larguísimos, y tomaba café en los antiguos jarritos de esmalte, que lo llenaba del café fuerte de los cafetales de mi familia en Oriente, y mojaba el tabaco con él. Y me lo daba a fumar. También me daba el tabaco a mascar, porque yo estudiaba 24 horas o dos días antes de los exámenes, y cuando me veía que daba un cabezazo me daba el tabaco y el café”.
Esto la hizo aprender el idioma yoruba que entrelaza constantemente en la conversación. “Lo sé desde que nací, me pueden estar hablando en yoruba o en bantú”, dice la escritora. “Lo estudié después con los informantes de Lydia Cabrera, dos muy allegados, el niño Santos Ramírez, ‘abakuá’ y también tenía ‘hecho santo’, que organizó la Comparsa del Alacrán, y Odilio Urfé, el musicólogo”.
Entre los libros que ha escrito Bolívar como consecuencia de esos trabajos se encuentran Ta Makuende Yaya y las reglas de Palo Monte; La muerte es principio no fin. Quintín Bandera, que ella recomienda con gran entusiasmo; y en colaboración con su hija Carmen González Díaz de Villegas, Ituto: la muerte en la mitología afrocubana y sincretismo religioso”.
(FUENTE: elnuevoherald.com)
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