Buenas noticias para los creyentes en las llamadas “medicinas alternativas”: Guatemala ha decidido erradicar las “enfermedades sobrenaturales mayas” y para ello va a dotar el calamitoso sistema hospitalario del país con medios para combatir dolencias tan nocivas como la “pérdida de alma”, los sustos, antojos y el mal de ojo, todos ellos contemplados en la cosmovisión (o superstición, depende del punto de vista) maya, la población indígena original del país, la más abundante y también la más pobre.
La ocurrencia surge de la nueva ministra de Salud, Lucrecia Hernández que hereda el cargo del anterior ministro Alfonso Cabrera, que dimitió “acuciado por la crisis sanitaria que sufre Guatemala, con escasez de medicinas en los hospitales que obliga a los pacientes a comprar los medicamentos”, según la prolija crónica de Aiser Vera en El Mundo.
Hernández, que asumió el cargo el pasado 28 de julio, ha prometido hacer de la necesidad virtud y utilizar los escasos medios de la sanidad público para combatir siete dolencias sobrenaturales mayas, a saber, el mal de ojo, los “malhechos”, la pérdida del alma, el “chipe”, el susto, el flujo y los antojos. En una guía editada para instruir a los galenos sobre estos y otros males se afirma por ejemplo:
“Para defenderse de las influencias de malos espíritus, es necesariro conocer el trabajo malo que hacen los “aj itz”, es decir, reconocer cuando se está bajo la influencia de un espíritu maligno, identificar cuándo una enfermedad o situación en la persona se trata de algo sobrenatural”.
La guía trata de servir de intérprete entre la tradición maya y la medicina del hombre blanco. Así, explica que el mal de ojo puede ser causado por la debilidad o mala alimentación de la madre que no amamanta bien a su hijo por lo que “el contacto con una persona de vista fuerte se produce un desequilibrio en el estado de calor normal del niño”.
Peor solución tiene la “pérdida del alma”, enfermedad en la que el espíritu del convaleciente “se disocia del cuerpo al contacto con seres sobrenaturales, dueños de los cerros, del agua, la llorona, el cadejo o el duende”. Los síntomas de la pérdida del alma son la irritabilidad, el sueño intranquilo, la falta de apetito y los vómitos, mientras que la curación requiere de “la intervención de una persona especialista, quien por medio de oraciones y plantas especiales que son frotadas en el cuerpo, trata de convencer a los espíritus que retienene el alma que la liberan, para que vuelva a su cuerpo”.
¿Quién se encargará de lidiar con los males procedentes del mundo espiritual, los médicos o los curanderos? Un equipo interdisciplinar de unos y otros, según explica Los Replicantes:
“Los ambulatorios pueden necesitar una persona especialista para estos pacientes como terapeutas mayas o abuelas comadronas. Para ello, doctores y ‘especialistas’ deberán trabajar codo con codo”.
Consciente del escepticismo que puede despertar la atención de estas dolencias entre la comunidad científica, la ministra entrante pone la tirita (y una ofrenda a Quetzal) antes de la herida:
“Independientemente de que ustedes crean o no en eso, se ha visto que es necesario esta vigilancia [de estas enfermedades] porque está asociada a la mortalidad infantil”.
El anuncio de la inclusión de estos males inducidos por los espíritus en los centros de salud del país ha sido recibido, bien con burla, bien con condescendencia, por los medios extranjeros.
(FUENTE: blogs.publico.es)
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