En un pequeño pueblo cerca de la sierra madrileña, en España, un astrofísico argentino escrutina el espacio desde uno de los tres complejos de Comunicaciones del Espacio Profundo que hay en el mundo.
No busca hombrecitos verdes, aliens o naves intergalácticas de las películas de ciencia ficción, sino minúsculas, ínfimas partículas. Cuando el astrofísico argentino Ricardo Rizzo se asoma a la soledad del espacio lo hace para rastrear pequeños peldaños de vida en ese océano oscuro.
Sus extraterrestres no tienen cabezas con forma de bombilla, son microscópicos, moleculares.
"No son organismos vivos pero admiten las partículas de la vida. Es la química prebiótica, previa a la vida. Hasta el momento no se ha detectado vida fuera de la Tierra. Se han encontrado indicios; sin embargo, estamos muy cerca de encontrar formas más complejas. Es casi insostenible creer que no hay más vida más allá de la Tierra", comenta el experto a BBC Mundo.
Rizzo es el responsable de gestionar el tiempo de esas búsquedas en el Centro de Astrobiología, que opera en la estación de comunicaciones de la NASA del poblado madrileño de Robledo de Chavela.
A las afueras de Madrid, escondida entre colinas de madroños, funciona una de las tres estaciones del Deep Space Communications Complex (Complejo de Comunicaciones del Espacio Profundo) que tiene la agencia espacial para observar el universo las 24 horas. Las otras dos están en Australia y Estados Unidos.
Aunque la de Robledo (1964) es la más eficiente en transmisión de datos y la que más tiempo permanece en contacto con Marte, es poco conocida. Desde allí se ubicó al robot Spirit después de que se perdiera en el suelo marciano en una de las últimas misiones al planeta rojo.
"Aquí además se recibió la primera comunicación del hombre cuando llegó a la Luna. Trabajé con personas de ese equipo, lo vivieron intensamente como si estuvieran en el propio satélite. Ahora casi todos están jubilados. Es algo que no sale en las películas. Todo el mundo piensa en Houston, no en Robledo de Chavela", sonríe el astrofísico.
Las misiones de Rizzo son más silenciosas. Con los radiotelescopios de la estación analiza rincones del espacio donde flotan mantos de moléculas alrededor de estrellas que explotaron. Es el reino de los extremófilos, precursores de la vida, microorganismos que sobreviven a las condiciones más hostiles.
Muy cerca de encontrar vida
Mientras su generación crecía con personajes como E.T., el extraterrestre, o películas como "Encuentros cercanos del tercer tipo", que plantean la posibilidad de un contacto con vida inteligente, Rizzo observaba los cambios de color que tenían las estrellas en sus caminatas por los pueblos de la provincia de Buenos Aires.
"No creo en hombrecitos verdes a menos que se aparecieran de una forma rotunda como en las películas. La realidad es que la vida inteligente tiene que estar muy lejos. Ahora bien, estamos subiendo rápidamente peldaños, ya estamos detectando aminoácidos", explica el experto.
Rizzo cree que falta poco para encontrar vida fuera de la Tierra.
"Estamos viviendo una época maravillosa en radioastronomía. Accedemos a regiones que hace 100 años eran un sueño. No se puede descartar que quede algún resto de vida en el propio Sistema Solar, ya sea en Marte o en uno de los satélites de Júpiter, mucho más propicios para la vida que el propio planeta rojo", detalla el astrofísico.
El viaje espacial ideal
Sus observaciones ya no se corresponden con la imagen del científico que se asoma al ojo de un telescopio, sino con muchas computadoras que transmiten datos numéricos.
"Es poco romántico", admite el científico, a pesar de que su imaginación lo lleve de viaje a lugares remotos.
Si tuviera una nave como la del astrónomo Carl Sagan en la serie de televisión Cosmos, se daría un paseo por el Sistema Solar, luego saldría de la Vía Láctea para comprobar si realmente tiene brazos espirales y después, sin dudarlo, se iría al centro de la galaxia.
"Es, probablemente, uno de los ambientes más apasionantes del universo, con un agujero negro y cientos de estrellas masivas con un millón de veces la luminosidad del Sol. Son estrellas monstruosas que están a una distancia planetaria y no se chocan. La nave, obviamente, tendría que ser muy buena, porque si no te achicharras", sonríe Rizzo.
De regreso a la Tierra, cuenta que tiene dos hijos pequeños y que hace catorce años se instaló en España, entre otras cosas porque "mi esposa es gallega". Al igual que él, sus hijos no creen en marcianos.
"Pero me encanta la ficción. Cuando veo una película o leo un libro lo que pido es que me saque de la realidad. Ahora estoy releyendo 'Los Tommyknockers' de Stephen King, una historia que empieza muy racional y luego se convierte en un delirio absoluto con una nave extraterrestre enterrada en la parcela del protagonista", comenta Rizzo.
Latinoamérica mira al espacio
Astrónomo de la Universidad de La Plata, en Argentina, Rizzo ve un momento de eclosión en recursos e investigación espacial en América Latina.
"La potencia tradicional es México, seguida por Brasil y Argentina. Chile está viviendo un momento de esplendor con la instalación de nuevo observatorios internacionales. Esta es una ciencia sin fronteras: un grupo de astrónomos liderado por un coreano, un ruso y un francés pueden desarrollar un proyecto en un radiotelescopio de Hawai", explica.
En cierto sentido, recuerda la sensación de hermanamiento de los equipos de la NASA durante el drama del Apolo XIII, cuando un tanque de oxígeno explotó y dejó en vilo el regreso a la Tierra de sus tripulantes.
"En Robledo de Chavela todo era nerviosismo. La gente dormía en los sofás y no se quería ir a sus casas. Lo más difícil fue cuando la cápsula pasó detrás de la Luna, no se sabía lo que iba a pasar. Aquellos hombres no iban a regresar a sus casas, se iban a quedar solos en el espacio. Al final estamos hechos de emociones", detalla.
Cuando le preguntan sobre el universo a Rizzo le gusta aterrizar sus explicaciones. "¿Qué pasaría si redujeramos las estrellas masivas de la galaxia al tamaño de una luciérnaga? ¿A qué distancia estarían una de otra? A 300 kilómetros. Una en Madrid, otra en Valencia. Y en la mitad nada. El espacio es un lugar muy solitario", subraya.
(FUENTE: latercera.com)
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