Para los pueblos aymaras, la caída de la granizada es un castigo de Dios, ocasionado por el mal comportamiento en las comunidades. Para contrarrestarlo, encargan cada año para su observación a un individuo denominado “campo alcalde” y un reducido grupo de vigilancia. Su responsabilidad es alertar a la comunidad cuando se acerca la tormenta de la granizada. Asimismo, debe realizar misas o “ayta” (ritos a los espíritus tutelares) en diciembre y/ó enero.
Entre las prácticas acostumbradas por los comuneros, una vez alertados de la inminencia del granizo, está la que, apenas empieza a caer el granizo, comiencen a gritar al cielo:
“¡LADRONES, FLOJOS: VÁYANSE A ROBAR AL OTRO LADO DEL LAGO!”
ó
“¡OCIOSOS, VAGABUNDOS: VAYAN A LAMER LA NIEVE DE LAS CORDILLERAS!!”
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