Por: Reynaldo Silva Salas.
Casi al inicio de mis periplos por el mundo del esoterismo, una de las primeras prácticas ocultistas que realicé fué precisamente la Ouija. Como podrá ver el lector, este testimonio lo planteo más bien en primera persona, por haber sido yo testigo presencial del hecho; también lo relato en algunos pasajes, desde la retrospectiva que le permite a uno sacar algunas conclusiones, no desde el punto de vista del totalmente convencido de una creencia, sino más bien en la cual, se vive una experiencia no planificada, y que le termina dando a uno la oportunidad de comprobar una vez más, que el mundo de los espíritus realmente existe.
Este es un testimonio de mi cosecha personal por así decirlo, y que deseo compartir con el amigo lector: no sólo relata una circunstancia en la cual participé, sino que también nos demuestra hasta qué punto el “juego de la Ouija” puede llegar a encender miedos y resquemores, aún entre “personas cultas e instruidas”, como podrán ver más adelante.
Aconteció a mediados del 2,001. En aquella época me encontraba yo trabajando para una de los principales canales de televisión de mi ciudad: mi labor consistía en conducir el segmento referente a temas esotéricos en el programa semanal más sintonizado de esa televisora, logrando en mi empeño cosechar – a mi humilde parecer-, una bien ganada popularidad y una excelente reputación de veracidad entre el público arequipeño.
No fue extraño entonces para mí recibir la solicitud de la Productora General del programa: deseaba que grabase una sesión de Ouija para presentarla en televisión. No existía ningún motivo en particular, solo que explotásemos mis conocimientos en la temática esotérica para realizar una serie de reportajes especiales. La Productora quería comenzar con el que -a su parecer-, podía ser el más impactante, y que nunca antes había sido mostrado en la televisión local.
Tras algunas coordinaciones logré que me ayudasen, en calidad de colaboradoras: mi secretaria en aquella época, una joven de 22 años a quien llamaré L, quién antes de entrar a trabajar conmigo ya se había introducido por su cuenta en el mundo de lo paranormal, habiendo logrado algo de experiencia incluso en la comunicación con los muertos. La segunda participante era una amistad que ya pasaba de los 55 años y que había dedicado buena parte de su vida a aprender los secretos de las Ciencias Ocultas, a quién llamaré V. El canal me envió a dos personas: un reportero del noticiero y un camarógrafo de planta, ambos muy jóvenes. Eran un dúo algo dispar: el reportero era excesivamente serio, e iba con el único ánimo de hacer su trabajo y nada más. Al camarógrafo lo conocía bien: era un muchacho robusto, alegre y muy dicharachero, que había pedido ser designado para la ocasión: no creía en la Ouija pero le parecía divertido filmar el asunto.
El lugar donde se realizó la grabación de la sesión fué la trastienda de mi tienda esotérica, la cual funcionaba en ese entonces en la más céntrica galería comercial de Arequipa. Un sábado a las 5 de la tarde fue la hora escogida. Tras una corta entrevista y una introducción apropiada de mi parte, nos aprestamos a realizar la sesión. Consciente de las implicancias que una transmisión de esa naturaleza podía tener, consideré oportuno dictar a los televidentes una serie de recomendaciones acerca de la importancia de realizar esa experiencia, y solamente cuando se contase con la presencia de personas experimentadas en estos menesteres. Tras algunas preguntas de rigor realizadas por el reportero, dimos comienzo con la sesión.
Mientras realizábamos la oración adecuada para mostrar nuestro respeto a los espíritus con los que planeábamos contactar, el camarógrafo comenzó a girar alrededor de la mesa, filmándolo todo, mientras que el reportero me apuntaba con el micrófono, tratando de ayudar a la filmación, buscando que mi voz fuese claramente registrada, dado mi papel de “cabeza de la mesa”. Una vez realizados los pasos preliminares, decidí invocar a un espíritu conocido: “Lucky” era el nombre con el cual prefería el espíritu que se le nombrase.
“Él” era una entidad siempre dispuesta a dialogar conmigo por medio de la Ouija, fácilmente controlable y con el cual yo estaba contactado desde que inicié mis experimentos con la Ouija, hace más de ya 19 años (de hecho, sigo manteniendo aún contacto con “Lucky”, aunque ya muy esporádicamente. Está próximo a ascender a otro plano de realidad); si bien era lo que se puede considerar un espíritu amable, no es exento de mostrar -en contadas ocasiones-, algunos rasgos de su personalidad: entre ellos, un peculiar sentido del humor que hacía que disfrutase (a veces), con burlarse ó poner en aprietos, de distintas formas, a otros integrantes de las sesiones, cuando no tomaban la experiencia con total seriedad ó respeto, y lo cual, ya me había costado en el pasado más de alguna recriminación por parte de ocasionales participantes. A pesar de todo eso, “Lucky” es un espíritu confiable.
No tuvimos que esperar mucho para que se manifestara; ante la sorpresa inicial del reportero la copa comenzó a deslizarse por el tablero, respondiendo afirmativamente a nuestro requerimiento para que conversase con nosotros. “Lucky” accedió a responder todas nuestras dudas con su habitual colaboración. Conforme el espíritu nos comentaba acerca de su vida terrenal, la filmación proseguía, con nuestro camarógrafo, buscando constantemente obtener las mejores tomas posibles, cámara al hombro. La sesión no tuvo nada de particular hasta ese momento, pero tanto yo como mi amiga V y L, mi secretaria, comenzamos a “sentir” que “Lucky” comenzaba a inquietarse, al parecer por las evoluciones del cameraman, pero no había cómo evitarlo: había qué cumplir con el encargo recibido.
Por una extraña razón, a partir de ese momento comenzamos los presentes a seguir atentamente con la mirada las evoluciones del camarógrafo. En un momento determinado, el camarógrafo dio algunos pasos hacia un costado sin dejar de apuntar la cámara hacia el tablero en el centro de la mesa. Grande fue la sorpresa de todos nosotros cuando vimos –incluido el reportero-, al camarógrafo tropezar con “algo” que se le interpuso en su camino, casi yéndose de bruces:
- ¡Qué mierda fué eso!??-, exclamó sin ningún miramiento.
Todos respondimos negando con la cabeza. El muchacho respiraba agitadamente. Todos pudimos ver que en verdad, parecía haber tropezado con un “objeto”, el cual fue invisible para él y para todos nosotros, pero que parecía ocupar en el piso el espacio que ocuparía más o menos, un cuerpo humano agachado en el suelo. Esa fue nuestra apreciación al ver que el muchacho había doblado la rodilla, casi saltando luego para evitar la caída. Su permanente sonrisa desapareció de pronto para mostrarnos un rictus de pavor en su rostro.
Tras detener la filmación por un momento para tratar de tranquilizar al camarógrafo asustado, mi amiga V, y L, mi secretaria, intercambiaron entre ellas sonrisas burlonas: intuían que “Lucky” le estaba jugando una mala pasada al escéptico muchacho. Tras relajarse, el joven camarógrafo volvió a mostrar su eterna sonrisa, como tratando de convencerse a sí mismo:
- …¡No pasó nada!,… –dijo entonces, mintiéndose-, seguro fue el cable,… Continuemos.
Les hice saber a los dos (a él y al reportero), que preferiría interrumpir la sesión, pero ellos prefirieron continuar “para filmar cómo se cierra una Ouija”, aludieron. Acepté a regañadientes. No pasaron ni 5 minutos de reiniciada la sesión, cuando unos sollozos nos hicieron voltearnos a todos los que estábamos sentados en la mesa: era el camarógrafo. Estaba aún sosteniendo la cámara, pero ya no apuntaba a la mesa. La lente apuntaba hacia abajo. Su frente estaba perlada de sudor y mantenía los ojos cerrados. Todos nos alarmamos.
- …”Gordo”,… -le preguntó su compañero-, ¿qué te pasa?,…
Tratando de recuperar la compostura, comenzó a hablar a tropezones: mientras filmaba, había sentido una mano que se había posado en su hombro. Estaba aterrorizado y se había quedado paralizado del susto, y a pesar de que lo rodeamos, se negaba a abrir los ojos, y mucho menos de mirar atrás. Nos costó un buen rato convencerlo de que no había nadie atrás suyo. Su compañero lo acompañó a afuera de la tienda, para que se tranquilizara. Yo y mis amigas en la mesa, nos quedamos a despedir adecuadamente a “Lucky” –y no sin antes, darle una retada al espíritu por su actitud-; el espíritu se sentía satisfecho: consideraba que el camarógrafo no había tomado en serio el asunto.
Terminado todo salimos a la trastienda. El reportero y el camarógrafo se nos unieron al rato: unos cuantos cigarrillos y un paseo por el centro comercial, le habían devuelto la tranquilidad y el buen humor al muchacho. Pasé casi media hora respondiendo las dudas del reportero. Su compañero prefería conversar de otras cosas.
- …Estoy bien, en serio,… –decía a cada rato, más como para convencerse a sí mismo-, seguro fueron imaginaciones mías,…
- …¡Pues vaya experiencia! –agregó el reportero-, lo bueno es que está toda registrada,…
Entonces L, y V, se miraron en silencio, como en tono de confidencia. Tras una afirmación con la cabeza de V, a mi secretaria, volteó al camarógrafo y le dijo: “no va a salir la grabación”. El joven camarógrafo sonrió casi burlonamente: “¡Que va!” –, le respondió muy confiado. Volvía a tener la seguridad de antes del inicio de la sesión-, “todo está grabado. El cassette es nuevo y las baterías también; no hay de qué preocuparse”. Ambas amigas se vieron nuevamente a los ojos, en silencio: eran bastante intuitivas y yo lo sabía.
Dos días después me encontré con el camarógrafo y el reportero de nuevo en la puerta del canal, cuando yo me retiraba tras terminar mi presentación en el programa. Ambos me dieron alcance, mostrándose a la vez eufóricos y asustados:
- Algo no está bien,… -, fueron las palabras del reportero.
Luego pasaron a informarme acerca del inexplicable suceso que los tenía así: mientras revisaban la grabación, al día siguiente de la sesión, se habían dado con la sorpresa de que varios momentos de la sesión no habían sido filmados: simplemente algunas respuestas de “Lucky” no aparecían, dejando en su lugar una fuerte y prolongada señal de estática.
- ...No entiendo nada; el cassette era nuevo, las pilas también… -, repetía una y otra vez el camarógrafo azorado, moviendo la cabeza de un lado a otro, queriendo negar lo que pasaba.
- …Hemos estado tratando de editar la grabación con todo el mundo en el canal y nadie entiende,… –comenzó a explicarme a la carrera el reportero-,... la primera media hora está bien,… pero a partir de ahí, se va cortando la grabación; se ve sólo pura estática,…
Ambos estaban intrigados; sus miradas de temor me decían que, a pesar de que habían visto casi de todo en sus cortas vidas como profesionales, como reporteros televisivos, para aquello no tenían explicación.
- ...¡A partir de que comenzaron a molestar al “gordito”!,... -, exclamó el reportero, refiriéndose a su camarógrafo-, ¡tú hacías una pregunta y cuando iba a responder, comienza la estática. Dura toda la respuesta y luego apareces de nuevo tú!
- …¡Ocho veces seguidas pasa lo mismo: no lo entiendo; la cámara estuvo conectada a la pared todo el tiempo! –agregó el asustado camarógrafo. Era cierto: yo recordaba perfectamente que antes de iniciar la grabación, conectaron la cámara al tomacorriente para poder ahorrar baterías.
¿Y toda la sesión está así?-, les pregunté yo, preocupado por si el material estuviese inservible para la presentación en el programa. Ambos se miraron antes de contestar:
- No sabemos. Aún no hemos terminado de verla toda. El técnico del canal está revisando la cámara - agregó el camarógrafo-, dice que las baterías están totalmente descargadas y que el cassette está bien.
Ambos buscaban una explicación y me la pidieron insistentemente: acostumbrados a confiar en sus cámaras para registrar los sucesos cotidianos, no tenían respuestas para su primer encuentro con lo desconocido. Yo, ya más habituado a vérmelas ante hechos inexplicables, y para los cuales, muy frecuentemente existen varias teorías posibles, simplemente me encogí en hombros. Tras rogarles que editasen lo que se pudiese rescatar, los dejé envueltos en sus propias conjeturas. Tanto en mis experiencias personales como en las de otros investigadores paranormales, sabía yo perfectamente los efectos que algunas apariciones ocasionan en los aparatos electrónicos, más no les dije absolutamente nada para evitarles más angustias; además, prefería que hiciesen su trabajo bien y sin interrupciones. Anhelaba yo ver la grabación el lunes; y sobre todo, cuando me avisaron por teléfono, que la habían podido editar finalmente.
Pasados los días, regresé al canal a hacer mi presentación del reportaje especial: ahí me dieron la noticia. “No sale el reportaje: órdenes de arriba”. Cumplí ese día con mi segmento habitual, pero no con poca molestia. Terminé mi parte del programa y me retiré del set molesto: me habían convencido de hacerlo, a pesar de mi reticencia, y luego no lo sacaban al aire,...
Me desentendí de todo el asunto hasta la siguiente semana. Grande fue mi sorpresa al lunes siguiente, cuando al llegar al canal, un amigo de confianza me hizo la revelación: el especial había sido vetado. Mi amigo -del equipo de producción del programa-, me dijo lo que había sucedido, a grandes rasgos: el dueño del canal se había enterado del especial que pretendíamos sacar al aire, cuando ya había sido editado y se hallaba listo. Pocos o casi nadie, de entre los trabajadores del canal sabían a ciencia cierta qué ocurrió después. Se hablaba a media voz en los pasillos sobre la indignación del dueño tras ver detenidamente el video en su oficina; se decía que hubo más de una áspera reunión; se rumoreaba sobre fuertes llamadas de atención a más de una persona, desde el Productor General hasta la Productora de ese programa.
Yo no fui incluido en aquellas llamadas de atención: el motivo lo desconozco hasta el día de hoy. Sospecho que, como es habitual en el mundo de la televisión, yo aún era necesario para mantener alta la sintonía del programa. Las razones posibles del por qué la grabación fue vetada son varias: una, que enterado del tema del especial a realizar, algún auspiciador del programa, preocupado por las implicancias comerciales que podía acarrear eso en una sociedad como la arequipeña (excesivamente conservadora), para con su inversión publicitaria, haya finalmente decidido ponerse en contacto con la alta gerencia del canal y hubiese presionado para su censura. No sería nada raro puesto que casos como esos se ven diariamente, en la televisión mundial. Otra sería la marcha atrás decidida por la misma productora del programa, tras contrapesar los efectos que podría acarrear a su carrera; ambas teorías las considero las más lógicas.
Otro de los motivos podría ser el siguiente: el propietario del canal pertenece a una de las familias más antiguas y respetadas de la ciudad, y siendo Arequipa marcadamente religiosa y con una notoria influencia católica en sus altas esferas políticas y sociales, no sería raro suponer que dicha transmisión, de haberse realizado, podría haber enrarecido las buenas relaciones entre el propietario y ciertos sectores muy estrechamente ligados a la Iglesia ó ella misma. Esta razón, personalmente la considero solamente como probable.
Una razón que también me fue esgrimida por mis antiguos compañeros del canal, raya más bien con lo fantástico e incluso ha terminado convirtiéndose en una suerte de “leyenda urbana” entre los antiguos trabajadores de esa televisora; que en realidad la grabación original contenía mucho más de lo que habíamos observado: algunos años después varias personas me confesaron que “sabían” (lo pongo en comillas por que sólo lo escucharon de terceros: jamás lo pudieron comprobar), que se habían grabado “imágenes” de entidades vaporosas, “voces” sólo audibles en dicha grabación, la fugaz aparición de “luces” que aparecían y desaparecían raudamente frente a la lente, todo eso, aunado a las fallas inexplicables de la cámara y el testimonio del camarógrafo de lo ocurrido durante la sesión, crearon una suerte de “leyenda” sobre lo ocurrido en aquella ocasión. De haber sido así, aquel testimonio visual habría sido de una inmensa importancia, por lo cual su destrucción hubiese sido lamentable, y es lamentable también que no sobrevivió a la censura ni el original, ni siquiera una copia de respaldo ni nada que se le pareciera, no permitiéndome corroborar los testimonios que luego se vertieron de aquella inolvidable experiencia.
Pasado un tiempo, el personal del canal que estuvo involucrado en el suceso y yo mismo terminamos abandonando el canal, por diferentes circunstancias, y todas de tipo laboral. Con el paso de los años, ha terminado siendo muy difícil volver a entrar en contacto. Muchos creerán que este testimonio es inventado, más la buena reputación de mi trabajo en aquella casa televisiva así como la veracidad de mi relato vivido por mi persona y los compañeros de televisión en aquella época me dejan con la tranquilidad de este testimonio no difiere en nada con lo que cinco personas vivimos aquel sábado por la tarde de 2001.
Este relato verídico y muchos otros, se encuentran reseñados en: “El libro de la ouija,… lo que nunca se ha dicho”, de Reynaldo Silva Salas (Editorial Mundos Ocultos, 2009), Derechos reservados.
Disponible a la venta en formato Ebook en: