África.- Acusados por sus familiares de practicar poderes ocultos, sufren humillaciones, maltratos y exorcismos.
¿Su delito? Vivir bajo las desgracias de la vida cotidiana: eso basta para que se los lleven de casa y corran el riesgo de ser quemados vivos. Se trata de una lacra que afecta a más de treinta mil niños solo en la capital, Kinshasa.
Fuente: Publimetro
"Lo quemaron vivo delante de mis ojos. Lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego con una cerilla. Eudes gritaba, pidiendo clemencia, pero al cabo de un momento ya estaba envuelto en llamas”. Balndine habla con un hilo de voz y no puede contener las lágrimas mientras cuenta la terrible muerte de su hijo.
Ya han pasado unos meses desde aquel día, pero todavía sigue en estado de shock. Eudes tenía seis años y era sospechoso de ser un pequeño brujo. "Fueron nuestros vecinos los que lo mataron. Lo acusaban de hacer hechizos y de preparar fetiches mortales". Hacía tiempo que trataban de hacerle daño; la policía local lo sabía, pero no consideró necesario intervenir para proteger al niño.
"Esa mañana, aprovechando la ausencia de mi marido, lo secuestraron y se lo llevaron a su casa a la fuerza. A mí me inmovilizaron tres hombres. Eudes estaba a unos cuantos metros de mí y gritaba mi nombre mientras se quemaba". La historia de Balndine es sólo uno de muchos casos de sorcellerie, de brujería, que a menudo tienen como protagonistas a niños.
Los activistas que luchan contra la práctica de la "magia negra" se enfrentan todos los días a la indiferencia general, el silencio, la superstición y la inercia de las autoridades. Es habitual que la policía, en lugar de castigar a los autores de estas atrocidades, trate de obstaculizar que se denuncien los casos.
Según las estimaciones de organizaciones humanitarias, en Congo viven cerca de setenta mil niños sin hogar. Sólo en Kinshasa (una megalópolis pobre y fangosa de ocho millones de habitantes, la mitad de los cuales tienen menos de veinte años), los jóvenes shegué, los "vagabundos", son más de treinta mil.
Se trata de una acusación deshonrosa de la que es imposible defenderse Y que puede afectar a cualquier persona en cualquier momento, por el más trivial de los motivos.
Por lo general son los mismos padres los que quieren deshacerse de sus hijos porque los consideran malos y peligrosos, culpables de atraer enfermedades, miseria y muerte.
Armand tiene ocho años y en su distrito natal, Masina, nadie tiene el coraje de acercarse a él, incluidos sus parientes. Traería ‘mal de ojo’. Por eso lo abandonaron hace unos meses. Ahora Armand sobrevive robando entre los puestos del mercado, que por la noche se convierten en un refugio para descansar, pero no mucho: "Si te quedas dormido durante demasiado tiempo, pueden apuñalarte y robarte la ropa".
La pesadilla de Armand comenzó por una vieja radio que se rompió durante un partido de fútbol. Su padre empezó a pegarle: "Estaba como loco. Me acusó delante de todos de ser el culpable de la avería. Me dijo que era un ndoki (un pequeño brujo) y que había querido vengarme de él porque me pegaba".
La situación de Armand se precipitó un par de días más tarde, cuando las pocas gallinas que poseía su familia fueron robadas, o más bien desaparecieron inexplicablemente, porque nadie creyó que fuera un robo. "Me culparon a mí. Me acusaban de haber traído una maldición a casa". A Armand lo echaron de casa para siempre.
Su historia es similar a la de muchos otros enfants sorciers, niños sospechosos de tener poderes ocultos y condenados por ello a vivir en el terror.
A Chist, de siete años, lo echaron de casa porque su padre perdió el trabajo: "Yo no hice nada malo. Me torturaron para obligarme a confesar que había hecho una maldición contra él". Cesar, de diez años, fue acusado de brujería por su padrastro: "Mis padres están divorciados, mi padre se fue. El nuevo hombre de mi madre decía que yo era brujo, así que me echaron de casa".
También Rudelle, de doce años, es una pequeña bruja; sus padres la han llamado tantas veces ndoki que se ha convencido de que lo es. "Todas las noches mi alma se separa del cuerpo y entra un perro malvado que muerde y mata sin piedad", explica. Un caso de autosugestión como muchos otros.?
Los enfants sorciers están un poco por todas partes. Llevan ropa gastada y sandalias sujetadas con cuerdas. Tienden la mano a los transeúntes para pedir dinero y comida, pero por lo general sólo recogen insultos y miradas de desprecio. Al final del día, los niños se encuentran entre los puestos del mercado, donde, para aliviar el sufrimiento, inhalan los vapores de disolventes y se emborrachan con preparados alcohólicos artesanales.
Hasta hace unos años el fenómeno de los enfants sorciers era casi desconocido en Kinshasa. Por supuesto, no faltaban casos de brujería, que forman parte de la cultura tradicional. Pero en el pasado los que eran acusados de magia negra eran siempre adultos, que corrían el riesgo de ser quemados o, los más afortunados, eran brutalmente expulsados de la comunidad.
Hoy en día este es el destino de niños indefensos, cuyo único delito es vivir bajo las desgracias cotidianas. No es casualidad que los enfants sorciers siempre provengan de familias pobres y necesitadas: la acusación de brujería se convierte en la excusa para deshacerse de una boca que alimentar.
Para complicar las cosas, en los últimos años han intervenido varias sectas pentecostales, que aquí son carismáticas como ninguna otra institución religiosa. Acogen a muchos creyentes y les ‘comen’ la cabeza mezclando la Biblia con las creencias locales. Las autoridades les han dejado hacer y la caza de brujas se ha extendido de una forma espectacular.
Muchos de los enfants sorciers son encomendados por sus familiares a los pastores de las sectas, que, según las creencias locales, son capaces de liberar a los "pequeños brujos" de los espíritus a través de violentos rituales de purificación.
Algunos niños dicen que fueron detenidos, retenidos bajo llave durante semanas, torturados con hierros candentes, enterrados hasta la cabeza, obligados a tragar grandes dosis de medicamentos que inducen el vómito. "Es todo mentira: no se utiliza la violencia para curar a los pequeños endemoniados", asegura el pastor Onokoko, autoproclamado profeta de Cristo, uno de los exorcistas más reconocidos de Kinshasa (asegura que en treinta años de actividad ha exorcizado a trescientos niños, pero ha sido acusado de abuso y maltrato infantil).
En su maltrecha residencia del barrio de Masina ofrece "protección espiritual" a cientos de niños. Onokoko está orgulloso de enseñar a los visitantes muestras de demonios vomitados: un langostino entero, la concha de un caracol, incluso dos bagres. "Salieron de la boca de niños que estaban poseídos", explica.
Invita a presenciar el exorcismo de una niña de ocho años, que dice estar poseída y asegura haber matado a sus padres con un hechizo. Bastan dos minutos de oraciones y un poco de agua "bendita" para exorcizarla: la niña, arrodillada frente al pastor, de repente sufre violentas arcadas y su estómago se contrae por los calambres. Escupe un pedazo de carne cruda, que el pastor recoge y muestra con orgullo: "El diablo", dice.
El fenómeno de los enfants sorciers también existe, en formas y dimensiones distintas, en Benín, Nigeria, Liberia, Angola, Sudáfrica y Camerún. En la República Democrática del Congo se ha disparado como consecuencia de la crisis socio-económica en que está inmersa la población: el noventa por ciento de los congoleses no tienen trabajo, el sida ya afecta a un millón y medio de personas y la guerra ha dejado diez millones de huérfanos.
(FUENTE: zocalo.com.mx)