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domingo, 23 de agosto de 2009

La revolución de los espíritus (4)



Se inicia la conspiración de los espíritus
“…Manuelito Cenzano comenzó a interpretar al espíritu de Sánchez Cerro,… y los libretos pertenecían a Haya de la Torre” –prosigue la historia César Atala, testigo presencial y partícipe de la Revolución de los espíritus-, “al fin me llevó Manuelito a presentarme a los “hermanos espiritistas”, entre ellos, al “hermano” Rodríguez (Ministro de Gobierno de Benavides) Yo me imaginaba a un hombre rencoroso, que debía maldecir a los apristas cada vez que le dolía el pedazo de bala que se le quedó incrustado en el hueso, en el atentado de Miraflores, pero no, todo lo contrario: era un tipo muy limpio; no era culto, pero sufría de una inmensa ansiedad histórica,… en realidad demandaba a los espíritus que le dijeran si la suya era “la causa correcta”: imagino que sentía la miseria del Perú, que se daba cuenta del abandono de los pobres, y él era justamente el guardián del sistema, el perseguidor, el hombre más temido del país. No es una exageración decir que tenía el poder sobre la vida y la muerte de los gobernados: encima suyo, solo el Presidente y Benavides le tenía confianza casi total, por eso, parecía preguntarse si estaba en el bando espiritualmente bueno”.




“Ya incorporado yo a las sesiones espiritistas, pude comprobar que Cenzano era un artista incomparable: había llegado a dominar a la perfección el papel de Sánchez Cerro. Tenía también otros “personajes”: un cura dominico, un oficial voluntario que había muerto en la Batalla de Chorrillos, y de vez en cuando, para ponerle emoción, “dejaba entrar” a “un espíritu del mal” (que los “hermanos” llamaban “larvas”), y que jodía, se negaba a responder, y no quería irse”.

“Para esto, no se podía romper la cadena: todos agarrados de las manos, en torno a una mesa de tres patas y sin clavos, en la parte trasera de una joyería en el centro de Lima, hasta que “llamaban a un espíritu bueno” y entonces, Cenzano se retorcía, sudaba, botaba saliva y “expulsaba la larva”,…y entonces se oía la misma voz de Sánchez Cerro, saliendo de sus labios: era impresionante,…”




“Rodríguez pidió que las sesiones se repitieran con más frecuencia. “El Viejo” se mandaba unos libretos buenísimos; Manuelito tenía una memoria bien entrenada, casi prodigiosa. Poco a poco, le “abrió” la inteligencia a Rodríguez: hubo un momento en que estaba ya convencido de que no podía apoyar al nazismo ni al fascismo contra la democracia ni contra los valores espirituales y el bien del Perú. Comenzó a identificar esos valores con los valores del partido (el APRA) Poco a poco, se fue convirtiendo al aprismo” –, relata Atala.

“Yo sabía ya que podíamos confiar en él, y que había llegado el momento de que se encontrara con “El Viejo”, así que fui y se lo propuse. Entonces saltó Jorge Idiáquez (amigo y guardián personal de Haya de La Torre), y me increpó duramente”:

-“¡Eres un instrumento: esto es una confabulación para matar al “Jefe”, cómo se te ocurre proponer semejante barbaridad,… que salga a darse encuentro con quien ha sido nuestro cuchillo!!!”,…

“Le respondí que yo iría solo con Rodríguez, disfrazado como chofer del ministro:

-“…Tú anda con todos “Los Dorados” que quieras, armados con ametralladoras. Estoy seguro que Rodríguez no va a tener consigo ni siquiera una lima de uñas”-, le dije.



“Entonces finalmente intervino “El Viejo”: “averigua primero qué quiere Rodríguez y consúltame. Tampoco creo que se trate de una emboscada: hemos ido demasiado lejos. Ese hombre ha escuchado muchas ideas que no conocía; tienen que haber tenido efecto en su conciencia”.

“Me pareció decisivo para cambiar el curso de la historia” –prosiguió su relato César Atala-, “y al día siguiente me fui a buscar a Rodríguez a su despacho”.

- “¿Podemos hablar con toda franqueza? -, le dije.
- Claro que sí, amigo Atala.
- ¿Usted sabe que yo soy aprista, que he estado preso, que mi hermano Carlos está en El Frontón?,…
- Por supuesto -, me dijo.
- Bien, yo he venido a decirle, Ministro, que el señor Haya de La Torre estaría feliz de reunirse con usted, pero que piensa que puede tratarse de un complot contra su vida,…”

“Rodríguez se quedó en silencio, reflexionando”.

- Yo también tengo interés en conocerlo,… -me dijo el Ministro.

“Ví que abría su escritorio y sacaba unas hojas:

- … Y dígale usted, mi querido amigo, que le estoy dando estas páginas que describen la vida cotidiana del señor Haya de la Torre, con quiénes se ha visto, a quiénes ha hablado y dígale que esto lo sabe el General Benavides, a quien no le interesa tenerlo preso. Puede usted decirle de mi parte que, si yo quisiera, lo tendría adentro en menos de quince minutos. Y dígale algo más,… dígale que toda esta información la tenemos gracias a un dirigente de su partido,…”

“Me entregó las hojas y todo estaba ahí, exacto” -, aseguró Atala.

“Yo tuve varios encontronazos con El Viejo, antes de la entrevista con Rodríguez” –cuenta Atala-, “yo era de la opinión de que debíamos infiltrarnos en el gobierno, que los apristas más leales obtuvieran “carnet de soplones” y, con las armas del gobierno, tomar el poder. El Viejo me contestó que no tenía confianza en los cuadros del partido. Siempre desconfió de las milicias populares opuestas a un ejército de oficiales profesionales. Recordó la experiencia de 1932”.

-¿Quiénes son esos cuadros?-, me espetó Haya.

“Tuve que callarme: salíamos con Armando (Armando Villanueva del Campo, legendario dirigente aprista, aún con vida), a tirar latas rellenas con pólvora o dinamita, para hacer ruido, para mantener despierta a la población: eso era todo. Finalmente, se dio el encuentro”.


Víctor Raúl Haya de la Torre

El encuentro entre Rodríguez y Haya de la Torre
“Fue tremendamente emotivo: el perseguido y el perseguidor. Ambos eran peruanos, ambos querían lo mismo: la división la habían puesto intereses ajenos a ambos. Se abrazaron. Se miraron,… tengo la impresión de que hubo lágrimas en los ojos; debe haber sido una experiencia tremenda para los dos. Conversaron a solas, sin que nadie pudiese interrumpirlos. Hablaron mucho rato. Cuando salió Rodríguez, ya el Golpe de Estado estaba en marcha,…”



La historia final de las ánimas fracasadas
“Aprovechamos una ausencia de Benavides” –finaliza su relato César Atala-, “el General Benavides estaba ese día en un buque de la escuadra; Rodríguez era dueño de Lima. Tenía todo bajo su mando,… sin embargo, todo salió al revés”.

“Hubo órdenes que se perdieron en el camino y, a mi juicio, una falta de definición: ¡mejor hubiese sido que Rodríguez anunciara públicamente su vinculación con el APRA, a la vez que confirmaba su adhesión a los sistemas democráticos y su rechazo a los sistemas totalitarios y fascistas! Los apristas le tenían desconfianza y temor; había sido duro: muy duro”.

“El partido debió poner gente en la Plaza de Armas y esa gente no llegaba: terrible,.. un ambiente muy pesado. Rodríguez era dueño del poder y a la vez de nada; ¿quién lo vitoreaba?, nadie. Bastó que fallaran ciertos enlaces en la hora crítica: a Rodríguez lo seguían 60, 80 oficiales, pero no estaban ahí ni los apristas ni los antiapristas: una soledad tremenda. Manuelito Cenzano estaba junto a Rodríguez”.



“Rodríguez ya era Presidente: hubiese salido el pueblo a vitorearlo y asunto concluido. El manifiesto lo escribió Victor Raúl,… y no llegó a leerlo por que no estaba ahí la Radio Nacional. ¿Por qué no se movilizaron las bases del APRA?, misterio. ¿Dónde se quedaron detenidas las órdenes?, misterio”.


“En un ambiente cada vez más difícil salió Rodríguez y su junta al patio de honor de Palacio de Gobierno. A su derecha estaba Cenzano. Rizo Patrón, que estaba al mando de una ametralladora, no tenía idea de la conexión entre Rodríguez y el APRA: él era uno de los oficiales que el APRA tenía en el Ejército. Rizo Patrón pensó que si Rodríguez tomaba la presidencia, iba a producirse una matanza de apristas; esa era la fama que tenía: entonces alzó la ametralladora y la vació completa”.

“Cayeron todos los que estaban en la puerta en aquel momento: todos, menos Cenzano, a quien no lo tocó ni un solo proyectil,… deben haber salido 60, 70 balazos y ni uno le dió a Manuelito; Rodríguez terminó deshecho. Cenzano me dijo que miraba a los muertos y a los heridos en derredor suyo y se miraba a sí mismo, buscándose sangre, y luego miró atrás,… y vió lo que es el Perú: los “insurrectos” sacaban la pistola para tomarse presos unos a otros; muerto Rodríguez, eran de Benavides. Pertenecían a quien estuviese al mando, al dueño del poder. Así de simple”.



Un humilde homenaje a:
GUILLERMO THORNDIKE
(1940-2009)

A mi humilde parecer, uno de los mejores escritores que ha tenido el Perú.

Post anteriores:


FUENTE: "La revolución imposible", de Guillermo Thorndike, 1988, editorial EMISA.

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