Hace cinco años, las miradas de los aficionados a la paleoantropología científica y de los adeptos a la criptozoología humana –yetis y demás– confluyeron en el mismo asunto de actualidad: un equipo de científicos había hallado en una cueva de la isla indonesia de Flores los restos fósiles de lo que parecía un diminuto hobbit de un metro de estatura, al estilo de los que poblaban la imaginaria Comarca de Tolkien. La miga científica, desmenuzada por los investigadores Michael Morwood y Peter Brown en Nature, daba la bienvenida a una nueva especie de la familia humana: Homo floresiensis.
Este eslabón se habría desgajado de la cadena humana al confinarse en una isla, donde habría sufrido un proceso de enanismo insular, una reducción de tamaño que sufren muchas especies y que les permite consumir menos energía.
Uno de los datos más rompedores del Hombre de Flores ha sido su cercanía en el tiempo: algunos restos se fechaban en 17.000 años, lo que batía el récord del neandertal como pariente humano más reciente, extinguido posiblemente a causa de una catastrófica erupción volcánica.
Mientras tanto, los criptozoólogos recordaban que los navegantes portugueses del siglo XVI hablaban del Ebu Gogo, una presunta criatura de la selva indonesia con rasgos similares al hobbit.
Pero la discrepancia más firme a la nueva especie llegó del propio campo científico; el paleoantropólogo indonesio Teuku Jacob, considerado el rey de esta disciplina en aquel país y que no participó en el hallazgo de los restos, argumentó que se trataba de humanos modernos enfermos, pigmeos afectados de microcefalia.
Aunque Jacob murió en 2007, otros grupos han insistido en sus tesis, defendiendo que la deficiencia de yodo provocó cretinismo a los humanos de la cueva de Liang Bua, por lo demás simples Homo sapiens. El pasado año, científicos de Suráfrica y EEUU anunciaban que en el cercano archipiélago de Palau se habían encontrado restos aún más recientes y claramente atribuibles a sapiens enanos, lo que avivó la oposición al floresiensis.
La corriente que aboga por la especie diferenciada ha tomado fuerza con varios estudios que tratan de noquear la hipótesis de la enfermedad analizando el conjunto de los rasgos anatómicos, que no es compatible con ninguna dolencia conocida. Dos nuevos trabajos publicados hoy en Nature inclinan el marcador a favor del floresiensis.
De hecho, sus 417 cm3 de cerebro se compadecen mal con la evidencia de que aquellos seres fabricaban utensilios de piedra, una hazaña inimaginable para otros ancestros humanos de parecido volumen craneal.
Estudiando hipopótamos del continente africano y fósiles de estos animales procedentes de Madagascar, Weston y Lister demuestran que el cráneo se redujo más que el cuerpo en estos animales durante su adaptación a la isla. Y si vale para los hipopótamos, ¿por qué no para los homininos?
El segundo trabajo, dirigido por Morwood y por el investigador de la Universidad Stony Brook de Nueva York, William Jungers, se centra en el extremo opuesto de la anatomía del hobbit. Como en sus homólogos tolkienianos, el pie del floresiensis era desproporcionadamente grande. Su morfología es propia de un bípedo, pero sugiere que no debían ser buenos corredores. Por lo demás, el pie ratifica la hipótesis de la nueva especie, pero sus rasgos primitivos plantean inquietantes dudas.
Según comenta en el mismo número de Nature el paleoantropólogo de la Universidad de Harvard, Daniel Lieberman, se podría proponer que el floresiensis proviene del Homo erectus, del que se piensa que fue el primer hominino que emigró de África a Asia hace 1,8 millones de años. El primer problema es que floresiensis posee rasgos más primitivos que erectus, acercándolo más al Homo habilis o los Australopithecus.
El segundo problema es que estas especies no se han hallado fuera de África, así que el origen del humano que se perdió en una isla aún promete mantener el suspense durante un tiempo.
(FUENTE: publico.es)
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