El Claustro Menor de la UNSA (Universidad Nacional de San Agustín), está ubicado en la calle San Agustín N° 106, en el Cercado, en pleno centro histórico de Arequipa, Perú. Actualmente es un complejo cultural y un centro de convenciones donde se realizan distintas actividades culturales y académicas organizadas tanto por la Universidad.
La antigüedad de dicho complejo, ha hecho que prácticamente toda la historia de la ciudad haya pasado por sus añejos muros, por lo que no nos extraña el hecho de que tenga una conocida tradición fantasmal.
Se sabe que cuando el libertador Simón Bolívar llegó a Arequipa, se enteró de que en los Claustros de San Agustín, sólo moraban ocho padres agustinos, de inmediato ordenó que los religiosos lo abandonen y determinó que allí funcione una institución educativa, pues en ese entonces la ciudad sólo contaba con el Seminario San Jerónimo, como el único centro de estudios superiores, convirtiéndola en una de las instituciones educativas republicanas de mayor importancia en la primera mitad del siglo XIX, y que fue bautizada con el nombre de Academia Lauretana de Arequipa. Este centro del saber funcionó en uno de los ambientes del segundo piso de los claustros.
Bolívar pasó varios días en el acogedor lugar y en esa breve estadía también fundó en una de sus salas, el Colegio de la Independencia Americana. Continuando con esa iniciativa bolivariana, el 11 de noviembre de 1828 se crearía la Universidad Nacional de San Agustín, otorgándole la casi totalidad de los claustros para su funcionamiento.
La construcción del antiguo claustro agustino fue iniciada en el siglo XVI y se suspendió a finales del mismo siglo (1571), por orden del virrey Francisco de Toledo, ya que la licencia de edificación no había sido tramitada. Luego de solucionado el impasse se continuó el levantamiento, hasta tomar la forma que hoy conserva.
Con el paso de los años, sus muros pasaron por diversas manos: el añejo convento fue utilizado también como hospital, cuartel militar, y -según se dice-, incluso cárcel en alguna época de la levantisca y revolucionaria historia arequipeña. El local se fue deteriorando, conforme la Universidad crecía, siendo ocupado hasta la década de los ‘90s por la Escuela de Artes y la Facultad de Psicología, y hasta quedar ahí solamente la especialidad de Artes, cuando se inició un profundo proceso de restauración: los reportes más fidedignos de apariciones espectrales, proceden de aquella época.
Los ambientes del segundo patio del claustro –conocido como claustro menor propiamente dicho-, y que lindan con la iglesia de San Agustín, y los ambientes del segundo piso del complejo, eran ocupados en aquella época por los estudiantes de Artes, siendo asiento de sus talleres y salones de clases; era frecuente observar “sombras” recorriendo una y otra vez los solitarios pasillos, principalmente a partir de las 6 de la tarde (curiosamente, la hora del Àngelus)
“Los salones de Quinto Año quedaban entonces en el segundo piso del claustro” -, nos relata un egresado de Artes Plásticas del año ’95 y que prefiere permanecer en el anonimato-, “yo no te aseguro si las “sombras” y los pasos eran monjes, por que de las paredes de los salones sacábamos a cada rato, balas viejas empotradas ahí,… quizás desde el ’50; imagino que hubo gente que murió ahí,…-, aseveró, dado que el edificio mostraba cicatrices de viejas revoluciones, quizás de la Revolución de 1950.
“Cuando te quedabas por las noches en el taller, NUNCA estabas solo” –prosiguió su testimonio el ex alumno, hoy profesor de la Escuela-, “siempre te sentías “acompañado”: era una rara sensación; como si “alguien” te viese, ocultándose tras los caballetes. Tampoco era raro sentir respiraciones y el crujir de los pisos de madera. Con el tiempo, terminabas acostumbrándote”.
Otra de las manifestaciones frecuentes en aquel entonces -y recordada por alumnos y profesores de aquella época-, era descubrir que los salones de clases del primer piso (las antiguas celdas del convento), aparecían frecuentemente trabadas inexplicablemente ¡desde dentro!; lo cual resultaba insólito, dado que dichas “celdas” eran habitaciones en forma de bóveda, cada una con una única vieja y pesada puerta de madera: aparte de eso, sólo tenían una diminuta ventana de ventilación, que no permitía acceso ni a un niño pequeño. Por años, los estudiantes de Artes –tanto de la especialidad de Arte como de la de Música-, tuvieron que casi echar abajo los vetustos portones a empujones,… para descubrir que “alguien” se divertía, trabándolos desde dentro, con una escoba o un pupitre,…
Quien les escribe pudo tener acceso a estos testimonios de primera mano e incluso viví una de aquellas raras experiencias: en 1994 ingresé a estudiar Artes Plásticas y pasé mis primeros años en aquellos antiguos salones. Una noche, decidí –como era costumbre en la carrera-, quedarme hasta tarde, para terminar mis trabajos. En el taller de Primer Año (ubicado en uno de los ambientes del segundo piso), me quedé absolutamente hasta pasadas las 9 de la noche. Concentrado en acabar una pintura, noté con el rabillo del ojo, que “alguien” entró al salón. Como estaba próxima la fecha de entrega de trabajos semestrales, no me inmuté: pensé que era un compañero de clases. Mientras pintaba, sentí claramente la respiración de alguien, así como su presencia. Tras media hora me acerqué al caballete de donde percibía todo ello: “¿me prestas un poco de blanco,…?” apenas llegué a decir,… ¡pero ahí no había nadie!,...
Intrigado, preferí retirarme del taller: fue la primera vez que vivía algo parecido. Decidido a irme, fui al taller de modelado en arcilla, para recoger un trabajo que había dejado yo ahí, ¡cuando encontré la vieja puerta de ese taller trabada firmemente desde dentro, con una escoba!; las ventanas de esa clase en particular estaban cerradas permanentemente con barrotes de hierro forjado y demasiado elevado del suelo como para que un bromista se diese el trabajo de subir. Esa noche fue la última vez que me quedé a trabajar en los talleres antiguos.
Un par de años después, el edificio fue totalmente remodelado: hoy, los viejos salones y las antiguas celdas del convento han pasado a convertirse en el Paraninfo, cuatro salas de conferencias y exposiciones, oficinas administrativas, salones de la escuela de idiomas, etcétera. Si el personal actual del complejo ve o ha visto apariciones en los ambientes remozados, es algo que se mantienen en reserva.
Los que vivieron esas experiencias, opinan que las presencias del claustro menor han desaparecido; tal aseveración tiene motivo en un extraño suceso del que se habló dentro de la UNSA durante la remodelación: algunos obreros de la casa de estudios aseguraron que dos obreros, un domingo, tras echar abajo una pared del recinto en remodelación se toparon con un hallazgo macabro: el cadáver de una mujer emparedada, vestida con prendas de la Colonia; igualmente se dijo que los obreros salieron despavoridos ante tal espectáculo y que la noticia fue “silenciada” por la Iglesia,… no pasaría de ser una mera leyenda estudiantil a no ser por que, dos o tres años después del inicio de la restauración de los claustros, saltó en la prensa arequipeña un hallazgo similar: en un colegio para señoritas, que ocupaba una antigua casona colonial –y curiosamente vecina a la Iglesia de San Agustín-, unos obreros descubrieron tras una pared, todo un pabellón de fetos momificados. Apenas se publicó en los diarios arequipeños, que podrían ser “pecados” ocultos del pasado, la noticia rápidamente “desapareció” de los periódicos,...
-Reynaldo Silva Salas
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