A lo largo de los años, diferentes representaciones artísticas se han encargado de popularizar el concepto de fantasma como una figura etérea y flotante, de apariencia blanquecina y semitransparente, que permite ver parcialmente lo que hay detrás de ella.
Esta representación debe su origen a las fantasmagorías, el espectáculo místico de terror ideado a finales del siglo XVIII por el físico, aeronauta e ilusionista Étienne-Gaspard Robert, conocido como “Robertson”, y que consistía en la representación de una serie de ilusiones ópticas, haciéndole creer a los espectadores que se encontraban en una habitación en la que se aparecían fantasmas.
De manera gradual, la función comenzaba a través del engaño sensorial, donde se combinaba un extenso número de estratagemas como los efectos sonoros, imágenes en movimiento y cambios de tamaño.
Todo formaba parte de un intrincado proceso en el que para crear la fantasía se combinaban luces, sombras, espejos, humo artificial y linternas mágicas, un aparato predecesor del cinematógrafo que proyectaba diapositivas a color en las paredes de una habitación oscura, creando un efecto óptico sin precedentes en aquella época.
“Robertson” inventó la fantasmagoría en 1797, gracias a sus profundos conocimientos de la óptica, dando lugar a un espectáculo que hoy en día se considera el antecesor del cine de terror. La primera representación tuvo lugar en el Pavillon de l’Echiquier en París, hacia finales de la Revolución francesa.
“Robertson” atraía a las audiencias populares a su espectáculo, en el que él mismo hacía de maestro de ceremonias y narrador. El habitáculo en el que se llevaba a cabo debía estar forrado de un tapiz negro y debía contar con unas dimensiones de al menos 25 metros de largo por 8 de ancho.
Su narrativa estaba basada principalmente en el Antiguo Testamento, la mitología griega y la literatura gótica, proyectando imágenes de esqueletos, cabezas del monstruo mitológico Medusa, sepulcros y todo tipo de simbología que evocara a la muerte. Su éxito fue tan grande que su inventor hizo demostraciones por toda Europa durante dos décadas, visitando ciudades como Berlín, Praga o Madrid.
Si bien es cierto que el espectáculo requería de una ambientación macabra y terrorífica, la finalidad del mismo no era crear un relato fraudulento acerca de la existencia de los espectros, sino todo lo contrario: la fantasmagoría ayudó a dar una explicación lógica a las supersticiones a través de espejismos e ilusiones ópticas, ayudando a la destrucción de los mitos y creencias sobrenaturales.
En cualquier caso, la falta de cultura de las clases populares, que no tenía conocimientos para poder explicar racionalmente el funcionamiento de aquel novedoso espectáculo, hizo que habitualmente muchos espectadores creyesen que las apariciones espectrales que se mostraban fueran reales.
El éxito de estos espectáculos estableció una estética visual que influyó en la literatura de la época. Escritores como Charles Dickens, que acudió personalmente al espectáculo de la fantasmagoría de “Robertson”, incorporaron descripciones de fantasmas semitransparentes en sus obras, como se aprecia en ‘Cuento de Navidad’, publicado en 1843, donde el fantasma de Jacob Marley es descrito como una figura a través de la cual Scrooge puede ver la pared.
La posterior llegada del cine heredó esta representación visual y el pionero de los efectos especiales, Georges Méliès, utilizó la sobreexposición y la doble exposición para crear fantasmas traslúcidos en sus cortometrajes de finales del siglo XIX, ayudando todo ello a la consolidación de este arquetipo en el imaginario colectivo.
(FUENTE: historia.nathionalgeographic.com.es)
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