Hace una década que Peter Turchin predijo que 2020 iba a ser un año atroz. El académico estadounidense de origen ruso lo dejó escrito, negro sobre blanco, en un artículo de 2010 en la revista Nature que hoy se cita como una de las cumbres contemporáneas de la historia predictiva. Los acontecimientos, por supuesto, han acabado dando la razón a este profesional del pésimo augurio con coartada científica.
Pero lo más inquietante a estas alturas tal vez sea que el de Turchin es un pronóstico cuya fecha de caducidad no se limita al próximo 31 de diciembre. No solo dijo que 2020 pondría a las sociedades occidentales al borde del abismo: también ve muy probable que en 2021 den un (¿irreversible?) paso al frente, precipitándose al vacío.
Como lo oyen. Al funesto año de la pandemia va a seguirle, en opinión de nuestro hombre, un periodo de creciente inestabilidad política que, sobre todo en el caso de los Estados Unidos, podría conducir a un colapso violento del sistema. En su perfil de Twitter, Turchin ha fijado un mensaje del 12 de febrero de 2017 en el que aseguraba que el país está sumido en una aguda crisis sistemática que podría conducir a una guerra civil. Según ha escrito en su página web, las probabilidades de que semejante desastre se produzca en el próximo par de años le parecen ahora incluso superiores que cuando escribió el tuit. Acontecimientos recientes como la victoria de Joe Biden en las presidenciales del pasado noviembre para él no cambian nada sustancial, la convulsa marejada de fondo que conduce a la inestabilidad y el potencial desastre permanece intacta.
Así se las gasta el Nostradamus de la historia basada en modelos matemáticos. El hombre cuyos extravagantes vaticinios eran acogidos por la comunidad científica con perplejidad desdeñosa. Hasta que empezaron a cumplirse.
¿La ley del silencio?
Los seguidores más inflamados y entusiastas de sus redes sociales y su página web están convencidos de que se trata de un pensador disidente que difunde verdades incómodas y al que las autoridades intentan silenciar. La realidad es mucho más prosaica. No hay ninguna conjura gubernamental contra Peter Turchin. Nadie pretende acallar a este profesor de evolución cultural e historia de las civilizaciones de la Universidad de Connecticut nacido en 1957 en el territorio de lo que por entonces era la Unión Soviética.
Al contrario: Turchin llevaba ya un par de décadas de intensa pero oscura trayectoria intelectual y es precisamente ahora cuando se ha convertido en una estrella mediática. En abril de este año, cuando empezó a quedar claro que 2020 iba a ser, en efecto, un año de horrores, la prensa empezó a interesarse por él. Primero lo hicieron medios de corte más bien sensacionalista que tendían a tratarle como una simple curiosidad, un espécimen de barraca de feria. Por último, la prensa seria decidió prestar algo más de atención a este visionario con síndrome de Casandra. Incluso uno de sus firmes detractores, el columnista de The New York Times Ross Douthat, acabó reconociendo que Turchin, por controvertidas que puedan resultar algunas de sus afirmaciones, viene avalado por una sólida trayectoria: después de todo, hay método en su (aparente) locura.
Regreso al futuro
Graeme Wood, redactor de Atlantic, entrevistó a Turchin a mediados de noviembre. En el extenso perfil que incluye la entrevista, lo describe como un tipo excéntrico pero cabal, un antiguo biólogo, formado en la Unión Soviética y emigrado a los Estados Unidos ya en la década de 1980, que dedicó casi 30 años a estudiar especies parásitas como el escarabajo pelotero. Ya en plena madurez, tras resolver, según propia confesión “todas las incógnitas interesantes” de su ámbito de estudio, decidió dedicarse a su otra gran pasión: la historia.
Turchin entró en el ámbito de las ciencias sociales como un pulpo en una cacharrería. Las abordó desde una perspectiva original que ha bautizado como ‘cliodinámica’. Él insiste en que su trabajo no se basa en intuiciones ni conjeturas, sino en un sofisticado modelo matemático que procesa datos de los últimos 10.000 años de historia del género humano y los somete a un exhaustivo análisis cuantitativo y cualitativo para tratar de identificar patrones significativos. A partir de esos patrones, siempre según Turchin, es posible “deducir principios generales que expliquen el funcionamiento y la evolución en el tiempo de las sociedades históricas”.
Él cree haber identificado al menos uno de esos patrones: cada 50 años, se produce en los Estados Unidos un largo periodo de inestabilidad y violencia política. Ocurrió en las décadas de 1870, 1920 y 1970, y la serie histórica podría extenderse un siglo más atrás, para abarcar también 1770 y 1820, si se acepta que la última de estas décadas fue un periodo de estabilidad económica pero también convulso en lo político e ideológico. Ya en 2010, el tercer año de la gran recesión contemporánea, Turchin estaba convencido que el patrón iba a repetirse, que las placas tectónicas de la conflictividad social estaban empezando a moverse y que en torno 2020 se produciría, de nuevo, un cataclismo de graves consecuencias.
Tal y como explicaba hace unos meses en una entrevista con Vice, lo suyo, por discutible que pueda resultar, es ciencia aplicada, no astrología, quiromancia o cualquier otra modalidad de pensamiento mágico: los acontecimientos de 2020 no le han dado la razón a él, sino a la teoría en la que viene trabajando desde 2001. “Por supuesto”, reconocía el pensador, “nadie puede estar completamente seguro de lo que va a suceder. El futuro no puede predecirse en un sentido absoluto”.
El ocaso de los grandes imperios
La historia predictiva no suele gozar de muy buena prensa. Fue popular hasta mediados del siglo XX, pero sin superar nunca el estigma de disciplina especulativa y subalterna, más cercana a la disquisición filosófica o la simple astrología aplicada que al verdadero conocimiento. En España, fue practicada de manera muy notoria por Alexandre Deulofeu (1903-1978), farmacéutico de Figueres, político, filósofo y erudito, discípulo aventajado de pioneros de la historia en clave biológica como Oswald Spengler o Arnold J. Toynbee. De Deulofeu suele destacarse que, partiendo de un modelo matemático de elaboración propia, afirmó que las civilizaciones son como organismos vivos que nacen, se reproducen y se extinguen en ciclos de entre 1.700 y 5.100 años.
Ese (precario) andamiaje científico le permitió hacer pronósticos como que la Unión Soviética se desplomaría antes del final del siglo XX, Yugoslavia dejaría de existir en la década de 1990 o China emergería como nuevo poder global en el primer tercio del siglo XXI. También auguró la disolución del “imperio” español en 2029. Los seguidores de Deulofeu, entre los que se cuenta su nieto, el historiador Juli Gutiérrez, destacan el gran logro intelectual que, en teoría, estos vaticinios confirmados posteriormente por los hechos, obviando, tal vez de manera más indulgente que interesada, que este hombre renacentista realizó a lo largo de su vida múltiples pronósticos de este tipo, muchos de ellos erróneos.
Bastante más impresionante es la serie de aciertos de otro historiador con querencia por predecir el futuro, Allan Lichtman, el veterano profesor de la Universidad de Washington DC que lleva pronosticando sin error la identidad del ganador de las elecciones estadounidenses desde 1984. Lichtman insiste en que su método consiste en “ignorar las encuestas, los mensajes electorales, las crónicas periodistas, las especulaciones académicas y, en general, cualquier de los métodos convencionales y poco fundamentados de realizar pronósticos electorales”. Él centra su atención en 13 claves interpretativas que tienen que ver con aspectos como la situación económica, los éxitos en política exterior o el carisma de los candidatos. Expertos en cálculo estadístico como Nate Silver insisten una y otra vez en que el método Lichtman, por ingenioso que resulte, tiene un fundamento técnico bastante dudoso. Pero sus resultados lo avalan.
Aunque su óptica de análisis parece, sobre el papel, mucho más consistente que la de Deulofeu y Lichtman, lo cierto es que Turchin ni siquiera es un historiador en sentido estricto. Pese a que renunció a sus estudios sobre ecosistemas a finales de los 90, sigue formando parte del departamento de Ecología y Biología Evolutiva, aunque colabora también con los de Antropología y Matemáticas. Los historiadores ortodoxos de su centro académico prefieren mantenerse alejados de él, convencidos de que no compiten en la misma liga y que, muy probablemente, ni siquiera juegan al mismo juego. El centenar de artículos técnicos y los seis libros (ninguno de ellos traducido al castellano) que ha escrito Turchin en los últimos 20 años encajan más bien, en opinión de Graeme Wood, en lo que hoy en día conocemos como ‘gran historia’, una disciplina popularizada en los últimos años por grandes divulgadores como Steve Pinker, Noah Yuval Harari o Jared Diamond.
La mayoría de estos autores tienen en común, según explica Graeme Wood, que proceden de disciplinas científicas ajenas a la historia, lo que les permite asomarse a este ámbito de conocimiento “sin prejuicios, con una perspectiva más fresca, pero también con las limitaciones del que no maneja las herramientas analíticas de los historiadores ortodoxos, porque son ajenas a su trayectoria intelectual”. Sus obras resultan populares porque, en opinión del propio Harari, “intentan atribuir sentido a lo que, en apariencia, no lo tiene, saciando así la sed de relatos coherentes que tenemos todos los seres humanos”. La serie Sapiens, el gran éxito editorial de Harari, plantea preguntas complejas sobre el sentido de la evolución y la experiencia humana e intenta aportar respuestas.
Lo que diferencia a Turchin de Harari y Diamond es, en opinión de Wood, que “más que describir e interpretar la historia del ser humano en su conjunto, él pretende proyectar su mirada hacia el futuro”. El propio Turchin ha reconocido en alguna ocasión que el modelo al que aspira a parecerse no es ningún académico, sino más bien una criatura de ficción: Hari Seldon, el genio de las matemáticas creado por Isaac Asimov en su serie de novelas especulativa Fundación. Dotado de una prodigiosa capacidad de cálculo y una incomparable precisión analítica, Seldon podía predecir el auge y la decadencia de los imperios como si se tratase de organismos vivos complejos cien por cien determinados por las leyes de la evolución biológica. Ese es, en opinión de Wood, el tipo de conocimiento y de certidumbre al que aspira Turchin. Si su método funciona, si este hombre singular ha encontrado verdaderamente la fórmula para predecir con escaso margen de error acontecimientos futuros, nos espera un lustro, quién sabe si una década completa, de convulsiones y desastres.
(FUENTE: elpais.com)
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