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martes, 2 de julio de 2019

Los OVNIs y el grandioso Complejo megalítico de Pariahuanca en Ayacucho


No se imaginaba Pascual, aquel niño de nueve años que pastoreaba su rebaño de ovejas por la pampa de Pariahuanca (tierra roja de altas piedras), que 45 años más tarde daría a conocer al mundo uno de los complejos arqueológicos más grandes del planeta, formado por cerca de 700 monumentos megalíticos, entre menhires, círculos de piedra y formas dolménicas. Pascual ya desde temprana edad se sentía fascinado por aquel lugar donde pastoreaba su rebaño y que era conocido desde hacía tiempo atrás con el nombre de: CENTINELAS DE PARIAHUANCA. Aún recordaba en sus correrías de pastor por el aislado lugar situado en la pampa de la montaña, a casi cuatro mil metros de altitud, los objetos luminosos que de día y de noche llegaban al lugar, y que eran vistos también por los pocos moradores de la zona, recuerda todavía cuando tenía doce años y a plena luz del día sentado al lado de una de las altas piedras como torres, llegó un objeto de forma circular y características metálicas por su brillo, el cual se posó a unos cien metros de donde se encontraba, la visión duró apenas unos veinte segundos, cuando de pronto y a una velocidad solo comparable a la de la luz se perdió en el cielo, y así numerosas veces durante mucho tiempo. Luego, en 2015 cuando tenía 53 años, vivió otra experiencia parecida, esta vez contrastada por la marca quemada sobre la hierba que dejó el objeto y que hoy en día se puede apreciar todavía.

El gigantesco mapa astronómico y calendario neolítico, como así lo define Pascual, se encuentra en la comunidad campesina de Pariahuanca del distrito Los Morochucos, provincia de Cangallo, departamento de Ayacucho de la nación peruana, situado entre los 3,650 y 4,000 metros de altitud extendida a unos 9 km². A 58 km de la población de Ayacucho, capital del departamento del mismo nombre.

La palabra PARIAHUANCA, según la tradición quechua, significaría Piedras Sagradas o Altas Piedras sobre tierra roja. En el año 2000, Pascual Cuba nativo del lugar y trabajador de una gasolinera del pequeño caserío denominado Los Morochucos, descubre y realiza las investigaciones arqueo-astronómicas, según la experiencia adquirida en un curso a distancia que realizó con la Universidad Sergio Arboleda de Colombia. Según Pascual el último amerindio Yachaq, sabio de la Cosmovisión Andina los bautizó con el nombre de los CENTINELAS DE PARIAHUANCA o megalitos de Ayacucho.

La plaza astronómica de Pariahuanca y sus promontorios Kullunayuq y Zapalluyuq, alberga varios centenares de megalitos o menhires que cumplían una función ritual astronómica como observatorio solar, lunar y estrellas agrupadas en constelaciones, planetas y demás astros. Fue construida hace unos siete mil años, siendo considerada como el PRIMER CALENDARIO NEOLÍTICO más antiguo de América, que cruza un Secce o alineamiento gigantesco de megalitos con dirección del noreste al sureste, siguiendo el recorrido que señala la Via Láctea o Chaskamayu o Río de Estrellas.

El sofisticado calendario cósmico cuenta con más de 600 estructuras megalíticas conformadas por uno, dos o tres menhires unidos o rodeados por enlosados de piedras que configurarían los calendarios Helio Lunares, el Reloj Solar de Piedra (Intiwatana), monolitos de culto al sol, la luna, las estrellas y monumentos conmemorativos. Según las mediciones realizadas por Pascual Cuba algunos de estos monumentos marcarían los equinoccios y solsticios en las diversas épocas del año.

El 20 de abril pasado en mi nueva visita a la increíble nación que es Perú, visité el departamento de Ayacucho, situado al este del país y uno de los pocos lugares que me faltaba conocer de las tierras de la cuna de la Civilización Inca. Regresábamos de visitar el Complejo Arqueológico de Pumacocha, unas ruinas incaicas de extraordinario valor arqueológico por el lugar tan espectacular donde se encontraba enclavada la antigua ciudad inca.



Debido a mi interés por la arqueología, hice mucha amistad con Eligio el guía que nos acompañó a visitar el lugar. Ya de regreso en horas de la tarde, cuando pasábamos por el lugar conocido como los Morochucos en la provincia de Cangallo, me indicó que hace varios años había subido a la montaña situada enfrente del pequeño caserío y que conocían con el nombre de Pariahuanca, enclavada a casi 4,000 metros de altitud.
Me dijo que fue acompañando a un ingeniero de una empresa de telecomunicaciones que quería instalar una antena de repetición en la cima de la montaña y que durante el recorrido por la zona había visto enormes ‘columnas’ de piedras erguidas, algunas de ellas muy altas y dispersas por toda la pampa, unas solas y otras en grupos de dos y tres ‘columnas’, así como círculos de grandes piedras con un monolito erguido más alto en el centro. En ese momento me picó tanto la curiosidad, que al otro día tenía pensado regresar a la ciudad de Lima y decidí quedarme dos días más para visitar el lugar que me había indicado el guía Eligio.

El 22 de abril a las seis de la mañana agarré el primer transporte público que salía para la población de Cangallo, capital de la provincia del mismo nombre, con el fin de apearme en el caserío de Los Morochucos. Después de algo más de una hora de trayecto llegaba al lugar con ese nombre, entonces le pregunté a los pasajeros que iban en la camioneta, lo que buscaba y si estaba en el sitio correcto, nadie me dijo nada, hasta que una campesina de la zona, que las conocen con el nombre de ‘cholitas’, me contestó que lo que buscaba estaba en la zona donde ella vivía, fue así como nos apeamos unos tres km más abajo, de donde pensaba bajarme, la joven que no tenía ni 20 años, cargaba un bebé a su espalda y la acompañaba una señora de la tercera edad, que según me dijo era su abuela.

Empezamos a subir por un camino hacia la montaña donde en la parte media pude divisar dos casas, siendo la más alta donde ellas vivían con su abuelo y el marido de la chica, que trabajaba en la población de Cangallo. Al llegar a su casa después de descansar un rato, me señaló hacia lo alto de la montaña y me dijo que allá se encontraban las ‘piedras altas’ que yo buscaba. Le dije que me acompañara hasta más arriba para no perderme, que yo le pagaría, dijo que no podía, conversó en quechua con sus abuelos y decidieron entre los tres, que me acompañaría el abuelo, un señor de más de 70 años, pero que por su apariencia aparentaba más edad y que solo hablaba quechua, me dijeron que él me acompañaría a caballo, pues no estaba bien de salud y que como no tenían más bestias, yo iría a pie al lugar, según me dijeron tardaría unas tres horas en llegar. 
Empezamos a subir y el anciano a caballo me sacaba distancia, pues como estábamos a unos 3,500 metros de altitud, me era dificultoso ir más rápido. A la media hora de caminar mi guía decidió regresar y dejarme prácticamente ‘abandonado’ en la montaña, señalando hacia dónde tenía que ir, pues era imposible comunicarme oralmente con él. El abuelo partió y me quedé mirando hacia la montaña y ‘algo’ me hizo bajar nuevamente hasta la carretera, a la que llegué después de media hora, me puse a un lado de la misma a ‘hacer dedo’, pues tenía que subir casi cuatro kilómetros de pendiente para llegar al caserío donde había una gasolinera, para allí descansar un rato y tomar información para ir a conocer las ‘piedras altas’.
Después de ‘hacer dedo’ durante media hora, pasaron apenas cinco vehículos y ninguno paró.

Decidí seguir a pie la carretera en pendiente, llevaba en mi mochila todavía buena provisión de agua y como estaba ya acostumbrado a caminar a grandes alturas, después de casi hora y media de caminata y hacer varias paradas, debido a la dificultad respiratoria causada por la altura, llegué a la gasolinera que había visto durante la bajada. 
Su único empleado estaba sentado en una silla, le pregunté sobre lo que buscaba y señalando una montaña que estaba enfrente del negocio, me dijo que lo que buscaba estaba allí enfrente. Dada la experiencia que había tenido con la familia campesina, le pregunté si sabía de alguien que conociera el lugar y que pudiera acompañarme, pagándole. Me dijo que esperara un rato que iba a preguntar a una casa situada al lado de la gasolinera, mientras tanto aproveché en un pequeño sitio de comidas, para refrescarme con alguna bebida y recuperar con algo de comida las energías perdidas. 
A los quince minutos apareció un hombre de mediana edad, que me saludó muy amable diciéndome que él era el descubridor que dio a conocer la existencia de los monumentos megalíticos situados en la planicie que hay en lo alto de la montaña conocida como Pariahuanca.

Me dijo que se llamaba Pascual Cuba Ramos, muy satisfecho al verme, me dijo que se sentía muy bien de que un extranjero como yo y arqueólogo se interesara por el lugar y los monumentos megalíticos que existían. Después de charlar un rato y mostrarme algunas fotos y un plano hecho por él donde marcaba los monumentos megalíticos descubiertos y después de recuperar fuerzas, decidió acompañarme, por lo que emprendimos la marcha inmediatamente. A pesar del cansancio que tenía en mi cuerpo, la emoción de conocer el lugar y ver las imágenes que me había mostrado, me dieron las fuerzas necesarias y emprendimos la marcha a la montaña de Pariahuanca.

(FUENTE: losandes.com.pe) 

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