Cerca de un bosque encantado en una diminuta isla en medio del Lago Victoria, en Uganda, viven los últimos guardianes de un espíritu que toma forma de pitón.
Cuenta la leyenda que hace cientos de años, las Ssese, un exuberante archipiélago compuesto por 84 islas, estaban habitadas por la tribu Abassese, una raza de superhumanosno sólo conocidos por su impresionante tamaño, sino también por su conexión con el mundo sobrenatural.
Creían en un espíritu llamado Mbirimu que iba cambiando de forma y era capaz de encarnarse en humanos y en animales.
Un día, según cuenta la historia, Mbirimu se sentía solo, así que tomó el cuerpo de una mujer y dio a luz dos criaturas: una pitón y un humano.
Los hermanos se fueron a vivir a la isla de Bugala, la mayor de las islas Ssese, donde la pitón adoptó el nombre de Luwala.
El primer emandwa
El niño construyó un santuario para su hermana pitón, y la tribu Abassese comenzó a idolatrar y pedirle consejo a Luwala.
Sus habilidades para resolver problemas se hicieron tan famosas que la gente de pueblos lejanos venía en busca de ayuda.
El hermano humano actuaba como un intermediario y se convirtió en el primero de una larga lista de curanderos tradicionales que todavía existe hoy.
Se hacen llamar emandwa, que significa "el hombre que tiene un espíritu sobre su cabeza" y son las únicas personas que pueden hablar con Luwala.
Sólo puede haber un emandwa al mismo tiempo, y debe ser elegido tanto por sus ancestros como por el espíritu, para dedicar el resto de su vida a Luwala.
Encuentro con Lubala Simon
Fascinada por la historia de Luwala, viajé hasta la isla de Bugala, el hogar donde habita el espíritu de la pitón, para buscar al emandwa.
Encontrar Bugala fue fácil, pero encontrar al emandwa resultó casi imposible.
Normalmente, los visitantes no están permitidos y mis preguntas se encontraban con miradas en blanco.
Sólo más tarde, a la noche, después de unas cuantas cervezas y platos de tilapia frita en un bar con el alcalde de la isla, mi petición fue escuchada.
A la mañana siguiente llegué al lugar secreto donde se encontraba el santuario.
"Luwala, nuestro espíritu de pitón y antepasado, es eterno. Estaba aquí antes que todo lo demás. Y nosotros le protegeremos siempre". Lubala Simon.
A mi llegada, me saludó un muchacho que me dijo que el espíritu de la pitón ya sabía que yo estaba allí, pero que los ancianos tendrían que ser consultados antes de que pudiera conocer al emandwa.
Horas más tarde, me concedieron el permiso y llegó el emandwa.
No era como me lo había imaginado: llegó manejando una moto sin pena ni gloria, vestido como cualquier otro habitante de la isla, con pantalones, una camisa y botas de plástico.
"Lubala Simon," dijo, señalándose a sí mismo. Después sacó una brillante pipa y la llenó con tabaco.
Centro espiritual
"Estás en la casa de Luwala", comenzó Lubala Simon, abriendo teatralmente los brazos de par en par. "Aquí es donde vive el espíritu de la pitón".
Miré a nuestro alrededor: podría ser cualquier pueblo, salvo por un par de pequeños detalles. En la distancia, ardía un fuego rodeado de lanzas junto a un gran cobertizo con ornamentos.
Se impuso el silencio y tuve la sensación de estar en un lugar especial; un lugar sagrado.
"Cuando el espíritu me habla se sienta sobre mi cabeza y se comunica conmigo a través de mi cuerpo. Hay pocos que puedan ser un emandwa", me dijo Lubala Simon.
Se han contado muchas historias sobre estos curanderos, cuya omnipotencia y capacidad de comunicarse con Luwala los convirtieron en actores importantes en la historia de África Central y Oriental.
De hecho, las islas Ssese todavía se consideran uno de los centros espirituales del país.
Según la leyenda, uno de los mayores grupos tribales de lo que hoy es Uganda, los Buganda, le pidieron a un emandwa que les ayudara a derrotar a una tribu rival, y el emandwa les dio un bastón hecho de un árbol encantado para alcanzar la victoria.
Los reyes de Buganda siguen portando ese bastón.
Bosque desaparecido
Me llamó la atención el árbol, que dicen que todavía está en uno de los bosques vírgenes que quedan en la isla, el Buswa, y le pregunté a Lubala Simon si podía verlo.
Me explicó que se tardaba en llegar como una hora a pie. Mientras caminábamos, la gente nos miraba abiertamente y todo el mundo mantenía cierta distancia con Lubala Simon, quien no hablaba con nadie.
Se unieron a nosotros algunos hombres con machetes; nuestros guardianes, cuyo trabajo era proteger el bosque de los intrusos.
El bosque de Buswa resultó ser una decepción. Ha desaparecido prácticamente en su totalidad y ha sido arrendado para la producción de aceite de palma por los más mayores, que necesitaban los ingresos.
Los árboles que seguían en pie no tenían el aspecto de estar encantados, pero yo seguía queriendo ver cómo era el más sagrado.
Al atravesar un pequeño valle boscoso me lo encontré sobre un arroyo, majestuoso y antiguo. También estaba muerto: parecía una versión ahuecada de lo que una vez fue.
Lubala Simon se acercó a él, tocándolo suavemente y observándolo con devoción.
"Seguiremos usándolo, pero el espíritu de la pitón ya tiene otros árboles preparados", dijo, moviéndose hacia un árbol más joven.
Pero los árboles no son lo único especial en este lugar. Lubala Simon recoge musgo para los rituales durante sus visiones.
En el camino de regreso hacia el recinto, se une a nosotros el joven muchacho a quien saludé unas horas antes.
Cuidadosamente elegido por los ancianos a través de los mensajes del emandwa, es el cuidador del espíritu de la pitón. Su trabajo consiste en mantener el fuego encendido las 24 horas del día; si se apaga, el espíritu se disgustará.
Me contó que duerme con las puertas de su cabaña abiertas y que no tiene miedo de que las pitones entren y salgan. Para él tan sólo son Luwala y sus hijos.
El santuario
El joven y Lubala Simon me llevaron hasta el santuario. Me quité los zapatos y me agaché para pasar a través de la entrada.
Vi a Lubala Simon prender las llamas, rodeado de boles con tabaco, collares, conchas marinas, fruta seca, huesos, granos de café y papel moneda.
"Ofrendas, regalos, pagos", dijo, sosteniendo un cuenco en cada una de sus manos.
"La gente pide de todo: fertilidad, riqueza, protección. A veces, desean que ocurra algo malo. Si lo que desean es muy complicado, entonces deben cumplir una tarea. Si lo hacen, tal vez Luwala les concederá el deseo".
Salimos del cobertizo cubiertos de hollín y humo.
Más tarde, uno de los ancianos me contó que muchos se han visto obligados a trasladarse a la ciudad para trabajar y que la vida moderna hace que los niños ya no quieran ser emandwa porque supone un compromiso de por vida.
El número de creyentes también está disminuyendo: el cristianismo y el islam son las dos religiones principales en la isla, y los dioses tradicionales se están quedando atrás y que incluso se ven como malos.
Pero el anciano también me explicó que es un malentendido, y que Luwala no es malo; es simplemente "un espíritu, y los espíritus deciden lo que quieren ser".
Es difícil saber cuántos aún le veneran porque creer en Luwala es una práctica privada y ni siquiera se habla abiertamente sobre las visitas al santuario.
"Cada vez más y más viejas prácticas están desapareciendo. Nuestra tierra, nuestros lugares especiales, nosotros.
"Pero Luwala, nuestro espíritu de pitón y antepasado, es eterno. Estaba aquí antes que todo lo demás. Y nosotros le protegeremos siempre".
(FUENTE: 24horas.cl)
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