Durante el tiempo de la existencia de la temida Inquisición española, era normal que cualquiera que fuese requerido para compadecer ante ella considerase ese solo hecho como una condena a muerte, ya que era bien sabido que raro era el caso en el que el Santo Oficio dejase escapar una presa,...
Esto era tanto con nobles y plebeyos, pero existe una de las pocas excepciones, que es realmente insólita: Don José de Armendáriz y Perurena, Marquéz de Castelfuerte (1670-1740), Virrey del Perú, utilizó una forma única de escapar de las garras de los Inquisidores.
Debido a que ordenó a los corregidores del virreynato que le informasen sobre la conducta licenciosa de los curas, fué por esto requerido por el tribunal de la fe; el Marquez de Castelfuerte, ni corto ni perezoso compadeció ante la Inquisición: frente al Santo Oficio en Lima, colocó su reloj sobre la mesa del tribunal y les advirtió que sólo podía disponer de una hora,... pero que si ésta transcurría, ¡dos piezas de artillería estaban listas en la calle para bombardear el edificio!!
Los Inquisidores conocían muy bien su fama: en 1731 había comandado sus tropas personalmente para aplastar un motín popular que quiso impedir la ejecución del oidor Antequera,... y en la cual murieron varios curas que la promovían.
Ante tales antecedentes y sabiendo de lo que era capaz el Marquéz de Castelfuerte, a los inquisidores no les quedó de otra: después de fútiles explicaciones, se apresuraron a despedirlo, acompañándolo cortésmente hasta la puerta ( por si se fuese a perder en el camino,...)
No queda más que resaltar la opinión al respecto de tal acto el inmortal Don Ricardo Palma, quién reseñó tal suceso en sus magistrales "Tradiciones Peruanas":
"Convengamos en que Don Juan de Armendáriz era todo un hombre, superior a su siglo y con más hígados que un frasco de bacalao".
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