El cerebro y el amor siempre han mantenido una relación a distancia en cuanto a su simbología. “Piensa con la cabeza” o “te quiero con todo mi corazón” son alardes de expresiones coloquiales que buscan separar la razón de la emoción. Y es que no hay un sentimiento que caracterice más al ser humano que aquel que nos hace perder la racionalidad que nos distingue del resto de las especies.
Visceral y en muchas ocasiones indomable, el amor invade los poemas de cualquier poeta o poetisa, el argumento de millones de canciones y novelas y el hilo conductor de los guiones de innumerables películas. Todos queremos sentirlo y, aunque fracasemos en el intento, estamos condenados a vivir el mito de Prometeo para ver si por fin encontramos a esa persona que pueda ponernos de nuevo el mundo al revés. Pero ¿qué nos pasa con el amor?
En el campo de la neurociencia, numerosos son los estudios que buscan esclarecer qué le ocurre a nuestro cerebro cuando nos enamoramos. El órgano más hermético para los investigadores por su elevada complejidad -86.000 millones de neuronas y billones de conexiones entre las mismas- cuenta con diferentes áreas, neurotransmisores y hormonas que varían su actividad y su concentración durante el proceso del enamoramiento.
El catedrático y neurobiólogo Semir Zeki del University College of London lleva años inmerso en los estudios conductuales afectivos para comprender los mecanismos que se ponen en marcha en el cerebro enamorado. “El amor en sí es normal, pero el estar enamorado no es una situación normal porque las personas están en un trastorno transitorio, ya que se comportan de manera anormal cuando están enamorados”, explicaba a Eduardo Punset durante una entrevista.
Sea o no de manera trastornada -algo para lo que no hace falta estar enamorado- te mostramos cuales son los cambios que la ciencia ha podido demostrar hasta ahora que ocurren en el funcionamiento de nuestro cerebro cuando Cupido decide, acertadamente o no, lanzar sus flechas.
El amor coloca
Es probable que se hable poco sobre ello, pero podríamos afirmar que el amor es de las drogas más potentes que existen. Durante las fases iniciales del enamoramiento, la dopamina inunda nuestro cerebro activando de manera constante nuestro sistema de la recompensa. Este neurotransmisor se segrega sobre el núcleo accumbens, conocido como el centro del placer del cerebro, y sobre nuestro lóbulo prefrontal para condicionar nuestra conducta dirigiéndola hacia la búsqueda insaciable de aquello que nos provoca placer. En este caso, el amor.
Sin embargo, la dopamina no está sola. Hormonas como la oxitocina y la vasopresina que se liberan durante el enamoramiento desde el hipotálamo -centro regulador por excelencia-, favorecen la liberación de dopamina sobre estas áreas cerebrales. Este sistema de la recompensa es el que se encuentra constantemente activo en los pacientes con drogodependencia. Además, algunas drogas como la cocaína actúan directamente sobre el núcleo accumbens generando ese éxtasis momentáneo que provoca su posterior depresión y, como consecuencia, la búsqueda ansiosa por parte de nuestro cerebro de esa droga -síndrome de abstinencia-. Así que sí, el amor coloca y mucho.
Lo que tú sientes se llama obsesión
Cuando los niveles de dopamina están tan elevados, la actividad de los centros liberadores de serotonina baja en picado. Podrías pensar que es una contradicción teniendo en cuenta que la serotonina es comúnmente conocida como el neurotransmisor de la felicidad. Pero no olvidemos que cada cosa tiene su función según dónde actúe. La serotonina regula muchos procesos conductuales que van más allá del estado de ánimo. Una bajada de este neurotransmisor en regiones prefrontales corresponde a lo que ocurre en pacientes con trastornos obsesivos compulsivos (OCD). Entenderás ahora que es normal que no te saques de la mente a esa persona.
Miedo, tengo miedo… O no
El miedo y la incertidumbre se apoderan de todos nosotros cuando iniciamos una relación, pero los estudios cognitivos que se han llevado a cabo con personas enamoradas demuestran que nuestro nivel de alerta disminuye cuando vemos a la persona de la que estamos enamorados. La amígdala es un cuerpo del sistema límbico -emocional- situado en el lóbulo temporal formado por muchos núcleos neuronales que regulan motivaciones y emociones íntimamente relacionadas con la supervivencia, entre ellas el miedo y la huida. En las primeras fases del enamoramiento, la actividad de la amígdala baja notablemente en presencia o visualización a través de imágenes de nuestra persona amada. Quizás por eso somos capaces de saltar al vacío si fuera necesario.
En un solo corazón
Nuestro cerebro tiene mecanismos que nos hacen ser conscientes de nuestra propia identidad individual, de lo que nos distingue del resto y de intuir cómo piensan los demás en base a nuestras diferencias y similitudes en lo que se conoce como mentalización o Teoría de la mente. Cuando nos enamoramos, las regiones prefrontales, parietales y uniones parieto temporales -que utilizamos para mentalizar- bajan su actividad para favorecer que haya una fusión entre dos sujetos para conformar una “única unidad amorosa”. Romper la frontera del yo para dar pie a un nosotros.
Se acabó
Lamentándolo mucho, todo acaba. Por un lado, las fases del enamoramiento evolucionan hacia un amor pasional y maduro (12 - 24 meses) hasta llegar al amor compasivo una vez pasados los 7 años en el que nuestro cerebro vuelve por completo a un estado previo y de “normalidad”. Por otro lado, a veces esta evolución no se da porque inexplicablemente el amor se termina. Los estudios funcionales en el cerebro de personas que han experimentado rupturas amorosas románticas recientes ponen de manifiesto una bajada de la actividad en toda nuestra red neuronal de manera similar a lo que les ocurre a las personas que sufren depresión. Pero tranquilos, todo apunta a que este estado también es temporal. Al fin y al cabo, ¿a quién no le han roto el cerebro alguna vez?
(FUENTE: revistagq.com)
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