La atracción entre hombres y mujeres es tan natural como que de ella se alimenta la vida. Las hembras de todas las especies hemos sido cabezas y soportes de nuestras crías, pero en un mundo cambiante, el reacomodamiento de sus placas sacude con fuerza los cimientos con que crecimos.
Lejos de todo feminismo o machismo errado, la cuestión no es si este nuevo concepto de los roles es del todo bueno o del todo malo; porque siendo tan cambiantes los valores en un mundo regido por el dinero y el reconocimiento, a pesar de seguirnos lanzando a la aventura de vivir juntos, dar el sí en una notaría o altar genera más escozor que ilusión.
Esa verdad ya ha sido sujeta a numerosos estudios mundiales. Y no solo los jóvenes colombianos se toman más tiempo para asimilar el compromiso que este paso requiere, también la poca disposición a ceder y la mala comunicación son constantes en las parejas del mundo.
Pero al parecer, el miedo al divorcio es tan grande como al compromiso. Pues con la excusa de hacer un experimento, son muchas las parejas que prefieren convivir primero antes de ‘legalizar’ la unión.
Otras lo hacen por sus condiciones económicas o porque vivieron el divorcio de sus padres; pero según las estadísticas, está claro que no importa el tipo de compromiso que se adquiera, la fecha de caducidad de las relaciones padece masivamente la falta de un conservante emocional.
Por otro lado, a pesar de que la mayoría profesa la fe católica, sus ideas sobre las uniones son más laxas y vivir ‘en concubinato’, no es ni de lejos siquiera un pecado mortal para la mayoría. Además, esa idea de perfección a todo nivel que supondría la ‘felicidad’ en el mundo actual, es bastante diferente de los matrimonios que han conocido.
Según recientes cifras reveladas por la Superintendencia de Notariado y Registro, SNR, cada día, más de 36 matrimonios se rompen. Al parecer, según constatan los resultados, las personas más vulnerables son aquellas con relaciones cortas y generalmente menores que los más estables.
En promedio, las mujeres se casan entre los 25 y los 27 años, mientras los hombres esperan a los 30. Pero de todas formas, la inmadurez, la mala comunicación, la intolerancia; y su incidencia en problemas como la violencia y el alcoholismo, son los principales detonantes de las separaciones entre esposos y ‘compañeros’.
Según lo registrado en las notarías del país, en 2011 se unieron 64.258 parejas en matrimonios religiosos, civiles y uniones libres. Pero un 24 por ciento, más o menos unas 15.326, se divorciaron durante el mismo periodo.
Los argumentos
A propósito del VI Congreso Internacional de Familia que organizó la Universidad de la Sabana, les preguntamos a dos especialistas de diferentes áreas y nacionalidades por qué y cómo se manifiesta esta ‘fobia’ al altar desarrollada en la mayoría de los jóvenes.
“Da la impresión de que ellos valoran menos la familia. Ahora se casan más tarde; muchos cohabitan, pero no se casan. Parecen tener más miedo al compromiso, se divorcian antes, cambian de pareja más rápido… El modelo de estructura familiar en sus mentes parece haber cambiado. Pero creo que esto solo es una impresión porque las circunstancias sociales, económicas y profesionales antes eran diferentes. No había la presión social de ahora”, opina el siquiatra español Aquilino Polaino, autor de más de 450 artículos y libros.
Así que para ser más responsables con las opiniones, lo correcto sería evaluar los factores externos que influyen en una relación. Y ya que para nadie es un secreto que la economía mete sus tentáculos en cualquier esfera de la vida, encontramos sin extrañeza que las incipientes crisis mundiales no favorecen el camino al altar.
En España, según cifras proporcionadas por este experto –responsable de un estudio sobre la comunicación durante el noviazgo en ese país- el 60 por ciento de los egresados universitarios duran más de tres años buscando trabajo sin éxito.
A pesar del peso de esta estadística, los problemas económicos no son la mayor determinante. Algunos factores educativos han hecho de los jóvenes actuales seres muy diferentes a quienes fueron nuestros padres.
“Se les han permitido muchas cosas. Por eso tienen miedo al compromiso, pues los padres se han volcado tanto sobre ellos que no saben vivir sin los padres. Tienen el síndrome de Peter pan, les cuesta crecer”.
Y aunque el miedo al compromiso y al fracaso son también determinantes en la sociedad norteamericana, según Elizabeth Marquardt, vicepresidente de Estudios de la Familia y directora del Centro para el Matrimonio y la Familia en el Instituto de Valores Americanos (IAV), también va en aumento el número de hijos nacidos fuera del matrimonio.
“Estos niños tienen un futuro preocupante, porque muchos se suman a situaciones de vulnerabilidad como menor educación e inestabilidad económica. Además, ahora el sexo, el matrimonio y los hijos se dan por separado. Por ejemplo, puede haber relaciones sexuales sin matrimonio, hijos sin relaciones sexuales y matrimonios con hijos de ex parejas. Lo que era antes totalmente armónico, ahora se da por separado”, complementa la experta.
Jugando al teléfono roto
Mientras que en Estados Unidos y Colombia las mujeres y hombres se casan entre los 25 y los 30 años, en España los pasos al altar se retrasan unos añitos más. Según el estudio hecho por nuestro asesor, las mujeres españolas dan el “sí” generalmente a los 32 años y los hombres a los 33.
“Esto es preocupante porque la siguiente generación, hablando desde los puntos de vista sicológicos y biológicos va a estar peor dotada. Se sabe que un niño concebido por una mujer en los veinte es mucho más sano probabilísticamente que uno de una madre de 37 años (en general, los hijos nacen cuatro o cinco años después de casarse)”.
Por su parte, En Estados Unidos los estudios respaldan el deseo de sus ciudadanos de casarse. “La necesidad de tener un vínculo cercano con otra persona es muy clara, pero primero quieren tener casa, conseguir carro, tener un buen trabajo y ahí sí… casarse. Esto es una contradicción, porque antes esas metas hacían parte del proceso de crecer juntos en todas las áreas”. Y es precisamente por el dinero, el tiempo, el sexo y la religión por lo que más se pelean los matrimonios.
“Creo que separarse o no estar en pareja no hace la vida precisamente más fácil. Yo he visto en mujeres que se divorcian o en madres que han decidido tener su hijo por inseminación artificial, que esas condiciones no les alivian las cosas”, explica la doctora Elizabeth Marquardt.
El porqué de la unión libre
El miedo al compromiso no es solo uno de los factores más importantes que impulsan a los jóvenes a cohabitar. Según el doctor Polaino, más que hacer un experimento para saber si la relación funciona, es una manera fácil de compartir los gastos. “Convivir no es ni siquiera un modelo experimental que pueda ser comparable y contrastable con un compromiso firmado que exige la transparencia de la íntegra persona. En España, por ejemplo, la mayoría cohabitan porque no quieren pasar por ninguna de las normativas jurídicas que hay en el sistema.
Y por otro lado, están en condiciones de mucha inestabilidad familiar, profesional y económica. Entonces dicen, ‘bueno, pues si la habitación me cuesta tanto y somos dos, compartimos el gasto’. Eso no conlleva ninguna promesa, es la vida misma la que los arrastra a esa situación”.
De todas maneras, no todas esas uniones terminan rápidamente. Al parecer, el 70 por ciento de las parejas que llevan cinco años conviviendo y tienen un hijo, en los siguientes cinco años se casan.
En Alemania también ocurre este fenómeno, solo que se alargan los tiempos. De hecho, el 85 por ciento de las parejas que cohabitan y tienen hijos, deciden también ir al altar o a la notaria.
“Estamos en la cultura del narcicismo y tenemos demasiado culto al ‘yo’. Pero este no existe si no es en referencia al ‘tú’. Incluso los niños pequeños, cuando llegan a distinguir el ‘yo’ respecto de alguien, es porque primero han descubierto un ‘tú’.
El orden del aprendizaje lo describe, por tanto, no hay ‘yo’ sin ‘tú’ y esa tensión es la que genera la necesidad del nosotros. Entonces los criterios de autorrealización ególatras y narcisistas son muy ruinosos y acaban en la frustración, en el vacío interior y en una crisis existencial”, puntualiza el siquiatra.
Un estudio revelador
En sus más de 30 años de experiencia como terapeuta de pareja desde la siquiatría, el doctor Aquilino Polaino observó en un 85 por ciento de las parejas en tratamiento un problema de “incomunicación conyugal”, así que él y otros colegas quisieron analizar qué pasaba con este ítem desde el noviazgo.
Para ello se tomaron dos años y medio, en los cuales estudiaron a varias parejas de novios en dos grupos objetivos, uno experimental y otro de control. Según los resultados que serán publicados a finales de este año, hay muchos temas que los novios no hablan.
“Política, religión, hijos en el matrimonio, los conflictos con las familias de origen, el presupuesto; esos y otros temas son tabú. Por otro lado, se ha visto que el conflicto más importante que tienen en pareja es lo que ambos llaman terquedad o tozudez, no darle la razón al otro. El balance es que ambos tienen miedo a una comunicación en profundidad, porque no quieren discutir, porque como son tozudos cada vez se distancian más”, asegura el experto.
(FUENTE: eluniversal.com)