El multifacético Parapsicólogo peruano Reynaldo Silva, se ha destacado, con el transcurrir de los años, no solamente en su área profesional, sino también en la narrativa y el cuento: acá les presentamos uno de sus cuentos de miedo, los cuales serán publicados -Dios mediante-, próximamente.
- Un relato de: Reynaldo Silva Salas.
Desde que se legalizaron los casinos en mi país, han proliferado en todas las grandes ciudades, llenos de sus luces y promesas de fortuna. Pero ahí termina la similitud con el mundo de glamour que nos vende el cine, al mejor estilo de Las Vegas: en mi ciudad, como en todo el país, son lugares elegantes donde en las madrugadas vagan sombras de personas más que personas en sí: hombres y mujeres que buscan algo que no encuentran en sus vidas, jugando lo poco, mucho o nada que poseen. Espectros de vivos más que otra cosa son, y yo, por un tiempo era uno de ellos. Estos sombríos y tristes ambientes eran, al menos para mí, el último lugar en el mundo en que pensé toparme con seres del Más Allá, pero eso fue a final de cuentas, lo que precisamente sucedió,...
Era una época oscura de mi vida. Solitario y deprimido, mi trabajo y los buenos negocios que lograba día a día, no llenaban para nada mi existencia. Luego de alegrarme –incluso saltando, alzando los brazos y dándome hurras a mi mismo-, al final de un día en el que mi billetera estaba a punto de reventar de dinero, terminaba dándome cuenta que no me servía de nada, cuando al caer la noche me encontraba solo, sin alguien a mi lado con quién disfrutarlo o compartirlo. Aunque sea un afecto sincero siquiera. Solo otra vez.
Aquella noche no tenía ganas de regresar a mi casa; en realidad no tenía ganas de nada. Después de pasar gran parte de la noche en un bar bebiendo solitariamente, ingresé al casino. Me había vuelto ludópata –y no tengo vergüenza en admitir que aún lucho contra ese vicio-, y a pesar de que no llegué como otros a perder todo en el juego, me estaba ocasionando un significativo forado en mi economía.
El casino en cuestión -uno de los más importantes en esa época en la ciudad-, ocupaba, como era habitual en esos tiempos, los ambientes de un antiguo banco quebrado durante la crisis económica de los ochentas. Era el ambiente excelente para ser casino: amplio, techos altos y una caja fuerte heredada de su pasado uso; no era el primer lugar en la ciudad que, siguiendo un destino, un karma, recibía como en otros tiempos, dinero a carretadas, aunque ahora de otra forma.
Era ya de madrugada. El lugar estaba casi desierto, salvo por los eternos trasnochadores de siempre, ya totalmente absorbidos por el vicio. Algunos ricos, algunos pobres, pero todos imposibilitados ya de controlar su adicción. Apoyadas en la barra del bar, cabeceaban las camareras, jóvenes que, luciendo diminutas minifaldas, prácticamente vivían ahí, esclavizadas a su belleza, recibiendo un sueldo de hambre. Era un ambiente tremendamente triste. Era excelente para mí, por que así se sentía mi propio corazón.
Tras avanzar por en medio de las máquinas tragamonedas, tambaleándome bajo los efectos del alcohol, una atenta y despierta camarera –seguro era su primer día- , me invitó a subir al segundo piso, mientras ponía en mis manos un vaso de licor: estrenaban una mesa de ruleta electrónica esa noche. Como yo no jugaba a ese juego hacía mucho, fui a la caja a que me den una tarjeta electrónica para jugar y subí despacio las escaleras.
Arriba sólo habían cuatro personas, sentadas en la mesa de la ruleta: un fornido hombrón en mangas de camisa, gordo y siempre sonriente, un joven barbado y descuidado en su vestimenta, una señora de unos cuarenta años, elegante y bien arreglada y una señora de unos 60 años, con apariencia de una abuelita bonachona.
Había dos asientos libres, así que me senté tras dedicarles una silenciosa venia. Todos asintieron con la cabeza y comencé a jugar. Conforme avanzaba la noche, comenzaron a conversarme, haciéndome sentir parte del grupo: Don Porfirio era el nombre del hombrón, siempre sonriente a pesar de los reveses en sus jugadas. Su tez morena y sus gestos campechanos evidenciaban que era un agricultor algo adinerado, pero venido a menos. César, en cambio, el joven de peinado descuidado y barba de tres días era uno de esos tipos desesperados y sin fortuna que esperan el día en que les llegue la suerte. Susy, la mujer elegante, era la esposa de un empresario que jamás estaba en casa y que mataba las noches de soledad gastando su dinero, y esperando alguna fugaz aventura. Doña Lupita era una viuda sin hijos, que entró una vez al casino y no salió ya más.
“¿No vienes mucho por aquí, verdad?”-, me soltó Susy, sentada a mi lado, con una voz muy melosa y haciéndome notar su espectacular delantera enfundada en su ajustado suéter de casimir. “¿por qué tan solito?”. Se notaba que había puesto su mira en mí. A pesar de sus años era una mujer muy atractiva. “Por que sí….” -, fue mi respuesta. No deseaba que nadie me preguntase acerca de mi vida.
“Ten cuidado, muchachito”-, me dijo en tono de confidencia Don Porfirio, pícaramente, codéandome-, “que si Susy te agarra, ya no te suelta”. Casi de inmediato soltó una tremenda carcajada que hizo retumbar el lugar. “¡Cállate viejo viagra!” -, le soltó Susy junto con un pellizcón, ocasionando que todos se rieran también. “¿Por qué tan seriecito, corazón?” -, volvió a la carga Susy. “….Cómo no voy a estar serio, si estoy perdiendo”- le dije. Mostrando su mejor sonrisa, volvió a la carga: “si es por dinero, no te preocupes; yo te presto,…”- dijo para luego voltear y alzar la mano-, “…señorita: dos escoceses en las rocas, por favor”.
Mientras la camarera nos traía las bebidas, el resto siguió la plática. Don Porfirio llevaba la voz cantante, como siempre: “¡bah!, ¿y qué si se pierde?, yo voy perdiendo 350 y no me quejo….”. Yo ya voy 600” -, agregó César, cogiéndose la cabeza de desesperación para luego dar un puñetazo a la máquina-, “¡maldición, esta porquería está arreglada!”.
“Cuidado Cesaritos, que te van a botar,…” – intervino Doña Lupita con tranquilidad, soltando un suspiro-, “yo voy 180 perdidos, pero que más da, ¿de qué me sirven si estoy sola?...”. Aquella gente era de cuidado: me estaban desplumando pero casi ni se inmutaban de las pérdidas que tenían. Alcé la vista y me encontré con los ojos azules de Susy, tendiéndome un vaso; “¿y a quién le importa?, ¡es sólo dinero!”-, me dijo como si leyese mi pensamiento.
De repente, Doña Lupita soltó un profundo suspiro y dijo: “….si al menos viese a Patty otra vez,…”-, lo dijo como si fuese la tal Patty la persona más importante en su mundo. “…¡ya van a empezar con sus historias!”-, exclamó molesto César, apurando de golpe su cuba libre. “Por que no crees en ella, ella no se te aparece….” -, le respondió la mujer con tranquilidad. Habían picado mi curiosidad y no me pude resistir a preguntar: “¿y quién es esa Patty?”. Todos se miraron a los ojos, como preguntándose si debían revelármelo. A los pocos segundos Don Porfirio respondió con un guiño: “es un fantasma”.
“¿Un fantasma, y cómo es eso?”-, interrogué ansioso. Todos guardaron silencio y dejaron que Doña Lupita comenzara el relato. Ella lo hizo con respeto, levantando la vista, como si le hablase a alguien más: “cuando abrió este casino, entró a trabajar una chiquilla; tenía menos de 18 años así que mintió para conseguir el empleo. Era muy hermosa,…tenía una carita de ángel” - suspiró de nuevo y prosiguió –, “era taaaan buena!...”.
“Preciosa realmente” -agregó Susy-, “mucho más que yo a su edad”. Doña Lupita la interrumpió, haciendo énfasis en lo que quería resaltar. “No sólo era su físico: era su alma. Siempre aconsejaba, te daba ánimos. Escuchaba tus problemas. Todos la querían y la respetaban. Si algún viejo verde la molestaba, no intervenía la Seguridad del casino: todos los clientes nos parábamos y sacábamos al insolente. Ella estaba sola en el mundo y nosotros éramos como una gran familia y ella era como nuestra hija”.
“Era la hembra más rica que haya conocido,…” -, exclamó César, interviniendo groseramente en el relato. “!Cállate imbécil; respeta a los difuntos!!” -, le soltó de golpe Susy. César le soltó un ademán con la mano y siguió jugando. “…Una noche, Patty se despidió y salió apurada….” –retomó el relato Doña Lupita, ahora más seria y triste-, “nunca se supo adónde se iba ó con quién. Tomó un taxi cualquiera, no de los de la empresa que hace servicio a los empleados del casino”.
De pronto, la ancianita comenzó a sollozar. Todos bajaron la mirada, muy serios. “Apareció a la mañana siguiente,….la habían matado. Unos malditos la habían violado y la tiraron degollada en un descampado, como si fuese un animal,… ¡malnacidos, ojalá se mueran todos!!!...”-, culminó la pobre mujer.
“Desde entonces, se aparece acá en el casino; aparece y te ayuda cuando tienes problemas”-, sentenció Don Porfirio. “yo nunca la he visto” -, intervino Susy. “Es que tú tienes plata, cariño: sólo ayuda a quién de veras lo necesita- , agregó la anciana-, “¿sabes?, una vez hice una tontería: aposté toda mi pensión a las tragamonedas. Tenía deudas y no me quedaba más que 5 soles. Me puse a pensar en ella. No la ví, pero sentí que estaba ahí conmigo: jugué de nuevo y la máquina me dio ¡tres veces seguidas el premio máximo!”.
“Una jugada en un millón….” -, volvió hablar César. “Si, es cierto –dijo la Doña-, “y yo por ambiciosa, quise seguir jugando, ¡y la máquina se apagó de pronto por completo!; ¡algo extrañísimo, ni el personal del casino sabían por qué!; en fin, entendí que Patty me decía que coja la plata y que me vaya,…. Pasé una bonita navidad ese año,…”.
“Yo sí la ví una vez…”-, comenzó a decir Don Porfirio-, “no la conocía hasta ese momento. Tenía deudas y el banco me dio un préstamo, ¡pero en vez de irme a mi casa me metí acá y lo jugué todo,….eran como 5,000 dólares!!!; me quedé toda la noche. A la una de la madrugada, me quedaban apenas 100. ¡Pensaba en pegarme un tiro cuando llegase a la casa,… lo había perdido todo!; entonces se apareció a mis espaldas. Me ofreció un cigarro y con esa sonrisita tan linda que tenía, me dijo: “14 - 33 y 8”,… y luego se retiró. No conocía su historia, así que lo tomé como una posibilidad. ¿Y sabes qué?, ¡jugué esos números y ¡los repetí cuatro veces en la ruleta y gané 8,000!!!, ¡JAJAJA!!!. ”
“Cuando cobré y me iba a ir, le pregunté a una de las chicas: “oye, ¿cómo se llama esa chiquita de pelo negro lacio, con uniforme naranja y blanco?, ¡se ha ganado un premio!”,…pero la chica me respondió muy seria, que no había ninguna chica trabajando con esas características,….y además, el uniforme naranja con blanco lo usaban dos años atrás, no como el de ahora que es azul”- , explicó apuntándome a la muchacha que nos traía cigarrillos. “Después me contaron que era una almita”.
“Bueno, fue interesante la historia, pero ya me debo ir; me dejaron “limpio”-, les dije poniéndome de pie. “Nooo; quédate. Que yo sepa, la noche aún es joven”-, me dijo Susy. “Me gustaría, pero debo trabajar mañana”-, traté de explicarle. Al mismo tiempo, las bebidas habían hecho su efecto y necesitaba ir a los servicios higiénicos. Ví de pronto un empleado de limpieza que entraba rápidamente a un cuarto al lado de la mesa y salía igualmente de rápido-, “¿ese es el baño?”. Todos se quedaron mudos de pronto. “mejor ve al del piso de abajo”-, me sugirió Don Porfirio. “¿Pero por qué si éste está más cerca?”-, inquirí. “….Por que Patty no es el único fantasma que hay aquí….”, - , me respondió Doña Lupita, mostrándome el temor en sus ojos.
“¿Me dejan contarle ésta?” -, exclamó de pronto muy emocionado César. Todos asintieron-, “¡bien!; esta te va a gustar. ¿recuerdas que éste lugar era antes un banco?”. Asentí con la cabeza: “sí, mi hermano mayor trabajó aquí…”. Se notaba que César se regodeaba contando la historia, a pesar de estar ya totalmente ebrio. “¡Pues bien!, hace unos 10 años hubo un desfalco, ¿te imaginas?, ¡millones de dólares se hicieron humo!,…¡eso sí es dinero de verdad! .Como iba diciendo, acusaron al sub-gerente general, pero muchos dicen que el responsable era el gerente general, que era un tipo emparentado con los dueños del banco. En resumen, cuando apareció el escándalo en los periódicos, el sujeto vió desde su oficina llegar a la policía para detenerlo. Se paró, se fue al baño de empleados y se ahorcó. Pero, ¿sabes qué?, yo creo que lo “silenciaron” para que diga no nada, ¿comprendes?”.
“Es un alma atormentada” -agregó Don Porfirio-, “¿viste a ese tipo que salió como alma que lleva el diablo?, nadie entra ahí y si lo hace, no se queda mucho tiempo”. Mirando la puerta cerrada, le respondí: “yo tampoco me quedaré mucho. Además, si busca venganza, no creo que tenga nada contra mí”. Me miró como un padre ve a su hijo. “¿No escuchaste?, ese tipo fue asesinado, no es una buena alma. Yo que tú no iría”. Pensando en aquel momento más en mis necesidades fisiológicas, finalmente me decidí: “ya vuelo”-, les dije. La única que me contestó fue Susy: “te espero aquí, corazón,…”.
Al cerrar la puerta tras de mí, no percibí nada dentro del baño. Estaba limpio y aseado y del exterior no se oía nada más que los sonidos propios del casino. Hice lo que tenía que hacer y ya presto para salir, me encontraba en el lavado aseándome. Pensaba si en hacerle o no caso a Susy, mientras me miraba al espejo. Igualmente, pensaba en que aquel baño no revestía nada que diese temor. En eso pensaba cuando sentí el primer golpe.
Mi rostro golpeó duramente contra el espejo, pero no lo llegó a romper. Me tenían firmemente agarrado del cuello, apretando mi cara contra el cristal, impidiéndome ver al agresor. Tenía manos extraordinariamente fuertes y la que me agarraba la cara como si fuese una tenaza. Casi al instante sentí la descarga: tres fuertes mazazos con el puño de mi cobarde oponente rehundieron en mi costado, justo en el hígado, sacándome de golpe todo el aire. Mis brazos cayeron a ambos lados como si de un muñeco de trapo fuesen. Estaba yo indefenso e incapaz de defenderme. Cuando apenas estaba reponiéndome, sentí ambas manos alrededor de mi cuello. Me estaba ahorcando. El maldito que me atacaba rodeó con sus dedos mi cuello, asfixiándome. Sin poder pedir ayuda, tratando de respirar, comencé a agitar las manos como loco, tratando de asirme a algo para responder al ataque. Mi cara seguía pegada al espejo. Quería gritar y no podía, mientras sentía esos horrorosos dedos comprimiendo, tratando demencialmente que yo deje de respirar para siempre. Apenas pude abrir el grifo del agua en mi vano intento de buscar algo que me sirviese como un arma.
Cada segundo que pasaba trataba en vano de decir “ayuda,… ayudaaa…” y lo único que salía de mi garganta eran estertores y sonidos guturales. Afuera nadie me escuchaba y sólo podía oír la mecánica voz femenina de la ruleta electrónica diciendo: “…HAGAN…SUS APUESTAS, SEÑORES….NEGRO EL 26…” . Cuando casi me daba por vencido, me sentí de pronto alzado en el aire: el muy maldito era más alto y más fuerte que yo y sosteniéndome con ambas manos por el cuello, me levantó del suelo. Sentí con terror cómo mis pies se despegaban del piso. Desesperadamente con las puntas de mis pies trataba yo de apoyarme de nuevo.
No sé si fueron minutos o segundos los transcurridos, pero conforme sentía la terrible falta de aire, las venas de mi cabeza a punto de estallar y como que mis ojos se salían de sus órbitas, el sujeto que intentaba asesinarme separó mi cara del espejo, y así pude ver finalmente la cara de mi agresor: no tenía cara….
¡NO HABÍA NADIE AHÍ!,…. Vi con horror cómo yo flotaba en el aire, a escasos centímetros del suelo: ese ser invisible, me ahorcaba salvajemente, pero sólo podía ver la forma que sus también invisibles dedos marcaban alrededor de mi cuello. Ahí sentí lo que me parece, hasta hoy, lo que se debe sentir al morir: una sensación de extraño vacío, una sensación de abandono, un embotamiento de las ideas,…. No sé cómo describirlo.
Cuando casi ya aceptaba mi destino, aquella entidad me agitó en el aire como un muñeco unas cuantas veces, para luego dejarme caer pesadamente al suelo. Sentir de nuevo el aire entrando en mis pulmones es una sensación que no olvidaré jamás. Tardé un buen rato en incorporarme,…. si no hubiese ido al baño minutos antes, tengan por seguro que me hubiese hecho encima. Sudaba yo a mares y mi pulso estaba apenas componiéndose cuando mirando mi deplorable estado en el espejo, y sorprendiéndome por las rojas marcas de dedos en mi cuello. A través del espejo pude ver a mis espaldas cómo la puerta de metal de uno de los excusados se abría y cerraba a una velocidad fenomenal, casi desprendiéndose de sus goznes. No lo pensé dos veces, ese ser quería que me largase y así lo hice.
Salí como una tromba del baño. No pensé en nadie ni en nada, sólo quería salir cuanto antes de ese lugar. Al pasar por la mesa de la ruleta, todos comenzaron a reírse con fuerza, sin importarles mi deplorable estado; ¡malditos desgraciados!, pensé que eran mis amigos…
Al bajar las escaleras tambaleándome dirigiéndome a la salida, comencé a respirar mejor. Los demás empleados del casino estaban tan adormilados que ni se fijaron en mí; pensarían que era simplemente yo otro borracho que se iba. No dejaba de temblar e instintivamente volteé hacia tras para ver si “eso” me seguía, y ahí fué cuando la ví: estaba parada atrás de dos señoras que jugaban en una tragamonedas. Era delgada, de pelo lacio oscuro, su cuerpo delgado enfundado en una blusa blanca y una minifalda naranja. Llevaba en la mano una charola con cigarrillos. Nadie la miraba excepto yo. Me miró fijamente, con una mirada que mostraba una infinita pena. En silencio, comenzó a menear su cabeza; entendí que me decía que no volviese. Eso fue lo que hice.
Los moretones en mi cuello tardaron en sanar. Jamás volví a ese casino. Aún juego pero por nada del mundo iría de nuevo allá. Al poco de lo que me pasó, me enteré que la gerencia del casino decidió clausurar el segundo piso del mismo, ignoro por qué. Sólo sé que algunas amigas mías han trabajado ahí después de ese día y todas aseguran haber visto a Patty en más de una ocasión. Con respecto a “lo otro”, ese baño ahora es un depósito lleno hasta el techo de cajas.