jueves, 1 de noviembre de 2012

Dónde, a quiénes y por qué se aparecen los fantasmas


Es una noche cualquiera de julio de 1830, y nos encontramos en Londres. De repente, la policía recibe un aviso: 2.000 personas descontroladas habían acudido a la casa de un clérigo muerto en el barrio de Bermondsey que se decía estaba encantada y era necesaria la intervención de todo un cuerpo de policía entero, que para entonces ya estaba harto de las falsas alarmas que durante la época previctoriana saltaban con especial frecuencia. Esta es solo una más de los cientos de historias que se recogen en A Natural History of Ghosts. 500 Years of Hunting for Proof (Penguin Books), que se publicará este uno de noviembre, coincidiendo con Halloween y en el que el investigador Roger Clarke ha intentado trazar una historia de la parapsicología durante el último medio milenio, con el objetivo principal de averiguar qué es eso que nos hace ver fantasmas. En especial, porque en su país natal un tercio de sus habitantes afirman seguir creyendo en los visitantes del más allá, y 30% de los habitantes de Gales, Yorkshire y otras zonas de la isla británica afirman haber tenido algún encuentro paranormal.

Periodista de publicaciones británicas como The Observer o Sunday Times, Clarke afirma haberse criado “en lugares considerados como casas encantadas” y haber estudiado el tema a fondo desde su adolescencia, cuando comenzó a escribir relatos paranormales en las páginas de las recopilaciones de Robert Aickman The Fontana Book of Great Ghost Stories, aunque él mismo nunca haya sido testigo de este tipo de apariciones. Es más, el autor, el miembro más joven en formar parte de la Ghost Society, asegura que, por primera vez en la historia, después de tantos años de empeño por explicar lo en apariencia inexplicable, nos encontramos cada vez más cerca de encontrar la explicación final a este tipo de acontecimientos, gracias entre otras cosas a los avances de la neurociencia.

Gran parte de las historias relatadas por Clarke sugieren, precisamente, el carácter meramente cultural y contextual de las apariciones. Por ejemplo, señala, sus compatriotas ingleses ven muchos más fantasmas que los franceses, y no porque los espectros sean oriundos del país británico, sino porque los franceses apenas creen en ellos. Algo que también se traslada a las distintas ramificaciones de la Iglesia cristiana: entre la población católica, las experiencias fantasmales son mucho más frecuentes que entre la protestante, ya que los primeros consideran que pueden ser ánimas escapadas del purgatorio, algo que no coincide con la perspectiva protestante.

Los orígenes de la fantasmagoría

En los últimos años se han realizado determinados experimentos que intentan averiguar en qué condiciones estamos más predispuestos a visualizar figuras de otro mundo, y tal y como recoge Clarke en su obra, señalan en direcciones muy claras: cuando nuestra percepción está alterada, como cuando somos víctimas de infrasonidos –como demuestra un estudio realizado por la propia NASA– o de drogas alucinógenas. “Sabemos que estamos más inclinados a ver un fantasma cuando estamos dormitando en la cama, cuando acaba de morir algún familiar cercano, cuando tenemos alguna clase de daño cerebral o cuando se toman sustancias que interfieren con nuestros niveles de dopamina, como la cocaína”, señala el autor en las páginas del medio del que es colaborador, The Sunday Times.

A ello hay que añadirle la influencia que tienen otro tipo de fenómenos puramente físicos –y que, curiosamente, ya se sugerían en la adaptación cinematográfica de Otra vuelta de tuerca de Henry James que realizó Jack Clayton a comienzos de los años sesenta–, como son la acción de las manchas solares, si nos encontramos en zonas saturadas de electrostática o si se sufren ultrasonidos, que pueden causar la aparición de sombras en nuestra visión periférica y cosquilleos en nuestra nuca, dos señales que pueden ser fácilmente confundidas con la acuciante presencia de un espectro juguetón. En concreto, es la zona temporoparietal del cerebro (relacionada con nuestro sentido de la orientación) la que una vez estimulada, genera esta sensación de que tenemos a alguien al lado.

Fantasmas para adinerados

Clarke identifica hasta nueve clases diferentes de apariciones fantasmales, pertenecientes a tradiciones y culturas muy distintas. Como cualquier aficionado a lo parapsicológico sabe, aunque creamos en la veracidad de toda esa gran cantidad de instantáneas tomadas de hechos paranormales, hay un detalle que poca discusión admite: que los espectros apenas se parecen en sí, y en ocasiones, adoptan formas completamente opuestas, de la cara flotante y espectral a la figura que se asoma tras el cristal pasando por los fantasmas que no parecen más que una cortina extrañamente doblada.

Entre estos modelos, destacan los elementales, que están conectados con las zonas donde se realizaban entierros tradicionales, y que por ejemplo son altamente frecuentes en zonas como Escocia; los célebres poltergeists, caracterizados por su violencia y que generalmente suelen ver niños y adolescentes (y que Nandon Fodor identificó con la furia o la sexualidad reprimidas); o los llamados “fantasmas vivos”, que es la presencia en nuestra habitación de personas que sabemos que no han muerto, y que han sido utilizados con frecuencia por los detractores de las creencias paranormales para señalar lo poderosa que es nuestra imaginación cuando se trata de generar imágenes realistas. También se encuentran en la lista los fantasmas tradicionales, las manifestaciones mentales, las apariciones en los dormitorios (propias de época de guerra, señala el autor), los viajes mentales en el tiempo, los objetos que se mueven y los fantasmas animales, por lo general, gatos y perros especialmente queridos por los que los visualizan.

Otro de los detalles que más llaman la atención en el libro de Clarke es la demografía que generalmente ha existido entre estos visionarios del más allá. Por ejemplo, que sólo los más ricos y los más pobres veían fantasmas, y raramente la clase media lo hacía. ¿La razón? De una lógica aplastante: dado que las mansiones y otras viviendas de tamaño mastodóntico donde más frecuentes son los avistamientos de ectoplasmas y ruidos raros (ya que la propia arquitectura del edificio lo favorece) sólo se encontraban al alcance de los más adinerados, estaban más inclinados a vivir estas experiencias, a lo que había que añadir la tradicional fascinación de las clases altas hacia el ocultismo, especialmente durante el siglo XIX. ¿Y las clases bajas, qué ocurre con ellas? Pues que eran las que se convertían en sirvientes de los más ricos, y por lo tanto, compartían en esas grandes mansiones las visiones del otro lado. Por último, Clarke señala que en las épocas de crisis como la que vivimos nos encontramos más inclinados a ver espectros, ya que la inseguridad nos hace sentir que estamos a merced de fuerzas que no podemos controlar, como los fantasmas o la especulación bursátil.

Los fantasmas también evolucionan

Clarke también señala que la forma en que percibimos a nuestros compañeros los espectros está determinada en un alto grado por la cultura de cada momento. Por ejemplo, recuerda que hasta la aparición del teléfono y el telégrafo, nadie creía que la comunicación telepática fuese posible, lo cual demuestra que nuestra visión de lo paranormal va simplemente un paso por delante de nuestra tecnología. Precisamente, la gran época del ocultismo y la magia negra –finales del siglo XIX– coincide con la era de la revolución tecnológica y el descubrimiento de la electricidad y el cinematógrafo, un arte especialmente relacionado con lo fantasmagórico: la sala oscura, las sombras que se mueven y las presencias de otro tiempo y otro lugar que se traen al presente.

Uno de los protagonistas principales del libro de Clarke es Harry Price, una de las figuras relacionadas con lo paranormal más célebres del siglo XX, de innegable parecido con todo un Bela Lugosi y gustos filonazis, y que llegó a retransmitir desde la BBC una incursión en una “casa encantada” o a fotografiar un ladrillo flotante que, más tarde, se descubriría que efectivamente se encontraba en el aire porque había sido lanzado por un ayudante de cámara. Fue, asimismo, el hombre que pronunció la célebre sentencia que decía que “la gente no quiere la verdad, quiere la mentira”, y que ha sido repetidamente utilizada para recordarnos por qué, milenios más tarde, nos siguen atrayendo las fantasías de lo paranormal.

(FUENTE: elconfidencial.com)

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