domingo, 12 de febrero de 2012

Regañar a tu pareja es más peligroso que engañarla


Él es despistado, independiente y algo desorganizado. Ella, disciplinada, ordenada y levemente ansiosa. Lo que al comienzo de la relación parecían pequeñas desavenencias que podían pasarse por alto fácilmente, como la incapacidad de él de lavar los platos cuando es su turno, limpiar la casa en el momento indicado o apagar las luces de las habitaciones en las que no se está presente, poco a poco comienzan a convertirse en dificultosos escollos que complican la vida en común. Ella ordena, él se escaquea; ella se enfada, él le grita ofendido. Discusión, reconciliación y dos días después, otra vez lo mismo.

A pesar de que el rol de los sexos puede invertirse, los expertos afirman que lo más común es este reparto en el que la mujer adopta el papel de la figura responsable y sensible a cualquier posible problema mientras que el hombre tiende a despreocuparse de las obligaciones diarias, una situación que suele derivar en constantes reproches. Esta coyuntura en la que entran en juego los problemas de comunicación es una de las más comunes de la vida en pareja, y una de las que tienen más papeletas para terminar mal.

De hecho, los problemas en la comunicación son una de las principales razones que conducen al fracaso de un matrimonio, por encima incluso de la infidelidad. La mayor parte de parejas a punto de divorciarse suelen sentir que no son capaces de hacerse entender, aunque esta no sea la razón principal de su separación: un 86% de los matrimonios infelices considera que su pareja no entiende sus motivos de enfado. Igualmente, según un estudio publicado en el Journal of Family Psychology, las parejas que sufren mayores problemas en su matrimonio utilizan un 20% más de comunicación negativa y un 12% menos de interacción positiva que en el momento en que se casaron: el proceso de deterioro es paulatino y casi imperceptible.

Ordenar y obedecer

El término nagging, que se podría traducir aproximadamente como una mezcla de "regañar", "fastidiar", "insistir" y "gruñir", siempre con un matiz negativo, se ha utilizado ampliamente en al mundo anglosajón para nombrar este tipo específico de problemas de comunicación en el que un miembro de la relación pide, y el otro, hace caso omiso. La palabra proviene del escandinavo "nagga", que significa "roer", puesto que el efecto psicológico que se produce en la pareja al repetir una y otra vez las mismas ideas ("haz la cama", "llama a tu hermana", "acuérdate de recoger luego a tu hijo") es semejante al que un ratón lleva a cabo con su comida: lenta pero inexorablemente, la insistencia termina devorando la cordialidad de la relación. Los naggers no dialogan, sino que ordenan; a veces con aires de superioridad, otras veces como consecuencia de ver que sus palabras caen continuamente en saco roto.

Varios son los problemas que se producen a raíz de esta actitud. Por un lado, se debilita la confianza entre la pareja puesto que su comunicación se enturbia. En segundo lugar, el conflicto puede surgir en cualquier momento, ya que alude a actividades comunes en la vida en pareja, como limpieza, organización o reparto de tareas. Y finalmente, crea un círculo vicioso de difícil salida en el que ambos miembros de la relación piensan que tienen razón. Y en parte así es: cuanto más se queja uno, más probable es que su pareja no le haga caso, lo que suele derivar en un enfado del primero y en la victimización del segundo. Otro problema aflora en estos casos: la sensación que tiene el que es regañado de que lo hace todo mal, y de que su pareja se comporta como lo había hecho su padre. Es decir, uno manda, el otro obedece.

“Eres siempre igual”

A simple vista lo más sencillo sería defender que cada uno se preocupe de sus responsabilidades, pero en la práctica no resulta tan fácil: en un gran número de ocasiones, los naggers responden a un perfil psicológico muy concreto que les lleva a buscar el conflicto continuamente, como forma de afirmación. Las características de este proceso fueron delimitadas en primer lugar por Edward S. Dean en las páginas del Psychoanalitic Review a finales de los años sesenta. "Este proceso suele ser producto de una situación en la que participa gente característica: mientras el que regaña suele ser recto, pero también débil, inseguro y temeroso, el regañado suele aceptar su culpa y mostrar mucho autocontrol", señalaba el psicoanalista. "Sin embargo, cuando el que realiza los reproches se encuentra con alguien que contesta directa y convincentemente a las críticas, es probable que poco a poco comience a controlarse".

En Saving Your Marriage Before It Starts (Zondervan), los doctores Les y Leslie Parrot señalan que los naggers "critican sin parar y tienden a generalizar. Se sienten poco queridos y entendidos, furiosos porque saben que no van a conseguir lo que quieren. Sienten que la mejor defensa es un buen ataque, porque son incapaces de expresar dolor o miedo". Como solución, los Parrot proponen limitar las afirmaciones que impliquen al "tú" ("eres siempre igual") a favor de las que lo hacen con el "yo" ("me siento mal cuando me ignoras"), aceptar las diferencias que separan a ambos sexos y, sobre todo, pedir disculpas cuando sea necesario.

Otras estrategias se han propuesto para que los naggers no hagan daño a su pareja, como suavizar el nivel de los comentarios. Culpar a la otra persona, criticarla por cómo es (y no por lo que hace), y hacerle sentir estúpido o inferior son actitudes que raramente cumplen su objetivo y sólo dañan a largo plazo la relación. En su lugar, se propone reducir la longitud de nuestras quejas para que no suenen a regañinas y hacer que estas se ciñan al acontecimiento en cuestión, no plantear ningún ultimátum y reconocer de forma explícita cuándo el otro lo ha hecho bien, de forma que se sienta premiado.

"Eres una histérica"

También aquel que no cumple con lo que se le pide tiene gran parte de responsabilidad de la situación a la que se ha llegado. No puede hacerse la víctima, como ocurre con relativa frecuencia, ni considerar que todo es producto de la paranoia de su pareja. John Rowan, psicoterapeuta muy popular en Inglaterra, publicó un artículo en el British Journal of Guidance & Counselling a finales de los años noventa en el que defendía que el hombre que ha sido regañado siente en un gran número de ocasiones que está siendo sometido a un chantaje emocional.

"Cuando un hombre se siente criticado por su pareja, suele ocurrir que, por lo que a él respecta, ella tiene toda la culpa. Es algo malo que ella le está haciendo a él. Y así, piensa, debe ser ella la que cambie. La mayor parte de hombres asumen que tienen el derecho de determinar el curso de la conversación y su marco de referencia", aseguraba Rowan, que parte de la idea de que el sexo masculino suele evitar por regla general la expresión de sentimientos y las discusiones problemáticas. "Así que protestar ha sido definido como lo que las mujeres hacen cuando el hombre ha decidido que la conversación ha terminado. Esto es una interpretación equivocada, pero muy común".

Sin embargo, no todo son malas noticias, e insistir a tu pareja no tiene por qué ser siempre negativo: el pasado verano, la Asociación de Médicos Canadienses llegó a la conclusión de que los hombres casados tienen mayor probabilidad de superar un ataque al corazón que los solteros, puesto que las mujeres animan a sus parejas a acudir al hospital. El estudio concluía que los hombres casados llegaban al centro médico media hora antes que aquellos que se encontraban solteros, un período de tiempo que podía marcar la diferencia entre la vida y la muerte. La doctora Clare L. Atzema, que participó en dicha investigación, consideraba que "las mujeres se sienten más inclinadas a adoptar el papel de cuidadoras. Y como mi marido me dijo, aunque yo no estuviese presente habría oído mi voz en su cabeza pidiéndole que fuese al médico cuanto antes".

Decía Aristóteles que "no es difícil enfadarse con alguien, cualquiera puede hacerlo. Lo complicado es enfadarse con la persona adecuada, en el momento adecuado, y por la razón correcta. Es el arte más complicado." Así pues, una conversación seria a tiempo que clarifique las reglas a seguir por la pareja puede ser preferible a un largo proceso de deterioro de la comunicación. Situarse en el lugar del otro y aprender a controlarse (ya sea siguiendo ese pacto implícito establecido en la relación, ya sea atajando los accesos de ira) es uno de los grandes retos que se plantean a las parejas que empiezan, ya que de establecer una comunicación basada en la confianza y no en el reproche desde un primer momento dependerá el éxito de su matrimonio en el futuro.

(FUENTE: elconfidencial.com)

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