sábado, 28 de octubre de 2023

Fantasmas en el Centro de Barranquilla: la mujer que canta en el balcón del callejón

“Las casas cuando quedan solas, los espíritus se apoderan de ella… y como esta casa, en este antiguo callejón, tiene años de estar vacía, pues los espíritus han llegado y son los que la habitan…” 

Si me sigues en Instagram, de pronto te topaste con algunas de mis historias transmitiendo desde una oscura, solitaria y muy vieja calle o callejón en el Centro de Barranquilla… y ¡pues sí! Ese era yo, la noche de un Viernes Santo, buscando historias y explorando en plena investigación de campo, lo que yo llamo “El Deep Trocen”.“Deep” de profundo… y pues “Trocen” de esa manía (de los barranquilleros) de decir palabras al revés.

De manera muy personal, siempre he pensado que la configuración del Centro Histórico es una desde el Paseo Bolívar (calle 34), y otra muy diferente de esta antigua calle ancha hasta el Mercado (la calle 30). Es como el centro del centro, ¡una zona súper histórica! Calles angostas, casi laberínticas, curvas, balcones deteriorados, muchas construcciones viejas, una que otra placa rememorando un hito, es como si fuera otro lugar en el corazón de la ciudad. 

Tenía que caminarlo, olerlo, escucharlo y la decisión más sabia fue pasar una noche en un viejo hotel de la zona que me permitiera caminar sus calles al caer la oscuridad para preguntarle a cualquier alma desvelada (casi todos vigilantes) sobre la presencia de  apariciones en un lugar que tiene todas las características para que salgan fantasmas. Que fuera una noche de Viernes Santo sí fue pura coincidencia… creo que eso aumentó el morbo y la atmósfera de misterio en la zona, una tarde nublada, triste y misteriosa como todo Viernes Santo que se respete. 

Antiguamente en Barranquilla lo que hoy conocemos como una carrera, era llamado “callejón”, una larga y estrecha conexión urbana de andenes angostos que aunque ya no podemos verlos tanto en nuestra ciudad, pero existen aún en los Centros de Santa Marta o Cartagena. Para mediados del siglo XX se inició un proyecto de apertura de esos viejos callejones cuando se demolieron todas sus aceras izquierdas para ampliar la conexión del Centro con esa nueva Barranquilla que se levantaba más alejada de los caños.

El callejón “Cuartel”, que debe su nombre al viejo cuartel militar que funcionó desde 1879 en toda la calle ancha, se convirtió en la carrera 44; el angosto “Callejón de La California” –nombre que se le dio por una loma ubicada donde hoy está el Sena– se convirtió en la “Avenida 20 de Julio” o carrera 43. De esta manera se fue transformando la configuración urbanística de un Centro que por medio del asfalto y nuevas construcciones quería dejar atrás el pasado arenoso de sus estrechas y polvorientas calles. 

Mi fascinación por lo que llamo el “Deep Trocen” se debe a que todavía esta parte del Centro se mantiene casi congelada en el tiempo, deteriorada y poco modificada. Si tienes suerte, tu mente te puede traicionar viendo a los antiguos pobladores caminar por sus viejas calles, una Barranquilla muy alejada a la actual: “moderna y ‘encementada’”. 

Parte de mi ejercicio investigativo era caminar el famoso “Callejón de la Policarpa” (carrera 42C) mejor conocido como “Callejón del Meao”, que hoy podemos transitar mucho mejor debido a la recuperación de su espacio público –el verdadero fantasma del Centro es la invasión de sus calles. 

Entrada la noche en la ventana de mi habitación y luego de pasar la tarde en la Plaza viendo la procesión del Santo Sepulcro de la Iglesia San Nicolás, pude ver a un sujeto que no se movía de su sitio, aparentemente era el vigilante de la zona y custodiaba el ingreso al callejón de manera muy atenta acompañando por varios gatos.

Decidí bajar y hablar con el personaje, al cual abordé no con mi famosa pregunta, sino expresándole que estaba buscando “leyendas nocturnas” en el Centro. Su acento delató que era paisa y con su look bastante pintoresco, me respondió: 

“Este callejón no solo lo vigilo yo, también lo vigila el espíritu de una mujer. Ahora a esta calle le dicen también el ‘Callejón de los Burros’ porque aquí vienen a fumar hierba. 

Pilla allá donde está el segundo poste –prosiguió el hombre–, en esa casona de dos pisos dicen que sale una señora y se asoma en el balcón. Todo esto aquí es puro patrimonio histórico, usted no se imagina todo el tiempo que esto lleva abandonado. Yo una vez, casi a la medianoche, iba caminando y vigilando y vi el visaje como de una persona asomada que luego se entró, pero lo extraño es que eso tiene uhh… mucho tiempo abandonado, en ese segundo piso no hay nadie. ¡Ahí no vive nadie!”. 

¡Lo que escuchaban mis oídos era maravilloso! Me gusta cuando los inmuebles históricos se conectan con apariciones o actividad paranormal y la casa de la cual hablaba mi nuevo amigo paisa/vigilante, es una de las tres del sector que tengo en mi mente gracias a unos datos suministrados en una caminata junto a la Secretaría de Cultura y Patrimonio de la ciudad ya hace algún tiempo. 

Se dice que en Barranquilla no fue un asentamiento colonial, por tal razón, afirmar que existen casas coloniales es un error. Se recuerda un gran incendio en la ciudad en el siglo XIX que consumió gran parte de las estructuras de madera con vestigios de la colonia, pero al día de hoy en el Centro Histórico podemos encontrar tres casas con este tipo de arquitectura: 

Una de ellas queda en ese mismo callejón, pero más abajo, en esquina con la calle 30: la propia casa con balcones de madera, muy parecida, a menor escala, a cualquiera en el centro de Cartagena. Otro inmueble de este estilo está a un costado de la Plaza de San Nicolás, el famoso edificio Lacorazza, una casa de dos pisos, de balcones y tejas que luego de un voraz incendio, y tras su restauración, es hoy una papelería del sector… y la tercera, adivinen ¿cuál? ¡Sí! La protagonista de esta historia y en la que en su balcón aparece el fantasma de una mujer asustando a todo aquel que se atreva a caminar por el callejón a altas horas de la noche, ¡o sea, a nadie! Jajaja.  

El vigilante me recomendó hablar con el Sr. José, propietario de lo que parece un punto frío en el primer piso de esa casa que comparte locales con dos negocios más. Siendo casi las 10:30 p.m. y al ver la luz prendida y la puerta abierta del cual brotaba el sonido de un vallenato suave, llegué para preguntarle al señor sin tanto adorno: “Llave, ¿aquí salen fantasmas?” A lo que este hombre mayor, sin camisa, y entre unas viejas rejas de hierro, me contestó: 

“Vea, amigo… las casas cuando quedan solas, los espíritus se apoderan de ellas… y como esta casa tiene años de estar vacía, pues los espíritus han llegado y son los que la habitan. Yo vivo junto a mi mujer aquí en el primer piso, también tengo aquí en la mitad de la casa un parqueadero de motos, pero cuando subo al segundo piso a veces para hacer limpieza, siento la presencia de alguien más.

Aquí al frente la vecina la vio y la escuchó. Ya esa señora se mudó, pero ella me contó que una medianoche escuchó a una mujer cantando. Una voz tan concentrada en la melodía que ejecutaba, que los oídos de la vecina se fijaron no solo en ver a una señora en la terraza de una casa al frente que estaba deshabitada, sino en su voz. Ella cuenta que por un momento estaba como embobada, pero luego reaccionó y del susto se encerró a dormir.

Hasta la propia dueña de esta casa dice que ha visto sombras. Una vez que la visitó me dijo que yo qué creía, que si me había pasado algo aquí, porque ese día acababa de ver lo que parecía una sombra femenina detrás de ella. Esta casa es muy vieja y tiene mucho rato de estar sola… si quiere venga y subimos y la conocemos”, me dijo el Sr. José.

¡Din! ¡Din! ¡Din! ¡Palabras mágicas! En serio no sabía que tenía tantas ganas de conocer las entrañas de la casa y más después de escuchar su historia en la mitad de la noche… ¡Es que realmente esa casa puede ser una de las más viejas de Barranquilla!

Aunque el inmueble fue construido en el siglo XIX, al cierre de esta publicación no conocía la fecha exacta de su construcción ni su primer propietario, sin embargo, como era usual en la época y la zona, gran parte de las casas en estos callejones eran locales de familias que en su primer piso tenían el comercio y en el segundo, su residencia. Muchas eran “Pulperías”, espacios destinados a venta de productos variados, que iban desde vestimenta y medicinas, hasta licores y herramientas. Estas casas también se convertían en espacios de encuentro y entretenimiento, es posible que la casa haya tenido este uso en su primer piso. 

Recorrer la casa fue maravilloso, pero también tenebroso, no solo por el fantasma de la mujer que nos podía salir, sino por el estado del lugar. Una casa vieja con unas escaleras y piso viejo que parecía que en cualquier momento podía venirse abajo. El Sr. José se movía a sus anchas por los pasillos de la terraza del segundo piso, mostrándome cada cuarto y detalle de la casa, contándome cómo los goleros hacen cría en los desocupados espacios del lugar y que el batir de sus alas a veces lo asustan.

Noté cierta motivación en la cara de mi anfitrión al quererme mostrar un lugar en especial de la casa. Me llevó al último cuarto, a lo más profundo del inmueble, donde me compartió su teoría de la aparición y lo que para él puede ser la razón del fantasma de la mujer. En ese cuarto en medio del “ladrillo acostado” de su piso –primera vez en mi vida que lo veía en una casa en Barranquilla– me mostró una especie de cubo, un levante de mampostería anexado a una de las paredes que rompe la tradicional área de una alcoba. Parece un altillo, un nicho. Su teoría es la siguiente: 

“Se cuenta que antes a la gente se le enterraba en sus casas, yo creo que ahí están los restos humanos de alguien. O puede ser también un altar donde estaba la imagen de un santo de la devoción del dueño de la casa… o puede haber una ‘guaca’, joyas ahí escondidas. Pero lo que se aparece en esta casa yo creo que viene de ahí. Yo nunca he sido capaz de meterle ‘mona’ a eso, me da miedo con lo que me pueda encontrar”, me dijo el hombre. 

Para nada sería extraño que esa casa del Centro tenga un “entierro”. Por lo antigua de la zona, es una teoría válida. Recuerdo un caso que conocí en mi infancia en el colegio San José, un compañero que estaba en mi misma ruta de bus cuando cursaba cuarto grado, vivía en una vieja casa en el Centro y nos decía que su familia veía en las noches una llamita en un rincón de la casa, donde encontraron un cofre. He tratado de contactarlo por redes sociales para ahondar en la actualidad el suceso, pero nunca lo encontré y ni más volví a tener contacto con ese chico apellido Alzate.

Una bola de luz o de candela, una llama al mejor estilo de fuegos fatuos, un espíritu que se manifiesta, pueden ser los detonantes para que la casa nos avise de algo que hay en ella, en lo profundo de su piso u oculto en medio de sus paredes. Monedas de oro, viejos documentos, utensilios de épocas pasadas o huesos que vibran noche de noche para ser encontrados y liberarlos del olvido. 

Hoy la casa con influencias de la arquitectura colonial está en venta. El espíritu de la mujer seguirá apareciendo, seguirá cantando, pero no todos la verán y mucho menos si la zona sigue casi “escondida”, inmersa en esa apatía que le tenemos al Centro, que en medio de su fuerte olor a “meao” aleja las buenas energías de la restauración, ¡pero atrae las malas! Las de la desidia y el deterioro como una maldición que no deja ver la luz al final del túnel. De pronto el canto de ese espíritu tiene como finalidad enamorar los oídos de aquellos que con la vista no han logrado cautivarse con la belleza oculta de nuestro Centro Histórico. 

(FUENTE: contextomedia.com)

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