martes, 12 de febrero de 2019

Sakteng, el santuario butanés del Yeti


Bután es uno de los países más peculiares del mundo. Pequeño reino enclavado en las montañas del Himalaya, queda encajonado entre el Tíbet y los estados indios de Sikkim, Arunachal Pradesh y Assam.

Es conocido que ese pequeño país himaláyico no toma como medida de la prosperidad de su población el Producto Interior Bruto –a diferencia de la mayoría de estados del mundo–, sino que tiene su propio baremo, que se llama Felicidad Nacional Bruta, atendiendo a parámetros culturales y de bienestar más que económicos.

Cuanto más se rasca en las peculiaridades butanesas, más chocante resultan. El propio rey tuvo que convencer a la población de que era bueno celebrar elecciones en 2008 para arrebatarle parte de su poder y cedérselo a los partidos políticos y al parlamento

Al visitar zonas rurales –aunque todo el país podría calificarse así, el único semáforo que había en la capital, Timbu, se eliminó porque los ciudadanos lo consideraban “feo”– como Bhumtang se descubre que las casas suelen decorarse con unos fetiches que las preservan de la entrada de demonios y malos espíritus. Ello no tendría nada de raro en un mundo himaláyico donde la magia y la religión se confunden. Pero es que el objeto protector de las casas butanesas son falos. Pintados en las fachadas, colgados de los aleros, presidiendo las entradas a comercios… Cuanto más grandes, más beneficiosos. A menudo se representan acompañados de los símbolos auspiciosos del budismo y eyaculando.

La explicación a esta práctica: en el siglo XVI el monje Drukpa Kuenleng derrotó, utilizando como arma su propio pene, a unos demonios que aterrorizaban a la población. Desde entonces el falo se considera un símbolo que cierra el paso a los espíritus malévolos, como en otras zonas del Himalaya lo son los marcos de las puertas y ventanas pintados de color negro.

País que regula la afluencia de turistas con una política gubernamental de cupos, Bután no termina con eso sus tradiciones que para los occidentales resultan chocantes. El migoi es la versión local del Yeti, el entrañable monstruo que vaga por las montañas más altas del mundo. La mayoría de la población cree en su existencia y los avistamientos se recogen meticulosamente en escritos que publican diferentes editoriales.

El gobierno protege específicamente al migoi con una reserva situada al este del país. El santuario de Vida Salvaje de Sakteng, en la frontera con India, abarca un área de 750 km² y en él viven animales destacados como el panda rojo, el leopardo de las nieves, una subespecie de urraca en peligro de extinción o árboles como el pino azul oriental. Pero en su declaración de protección, se cita específicamente que la reserva natural se creó para la protección del Yeti local. Aunque, atendiendo a los relatos recogidos en los últimos años, el migoi suele ignorar los límites del parque natural y se mueve a sus anchas por todas las zonas montañosas del país.

El ‘migoi’ es la versión local del Yeti, el entrañable monstruo que vaga por las montañas más altas del mundo.

(FUENTE: lavanguardia.com)

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