lunes, 10 de abril de 2017

Los Ig Nobel y Japón: los insólitos caminos del progreso científico


Los premios Ig Nobel se otorgan a investigaciones que “hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”. Japón es un veterano de estos premios y lleva diez años seguidos recibiendo galardones. Examinamos la relación entre los científicos japoneses y la libertad investigadora del país, ilustrando cómo hay proyectos a primera vista inútiles que pueden acabar dando paso a grandes descubrimientos.

Hongos que resuelven laberintos
Fundados en Estados Unidos en 1991 como parodia de los Nobel, los premios Ig Nobel otorgan diez galardones anuales a proyectos de investigación que “hacen reír a la gente, y luego la hacen pensar”, y que indagan sobre cuestiones tan jocosas como por qué resbalamos al pisar una piel de plátano o cómo extraer aroma de vainilla a partir de las heces de vaca.

Japón solo ha quedado fuera del palmarés en siete de las veintiséis ediciones de los premios celebradas hasta la fecha, y ha figurado entre los ganadores cada año de 2007 a 2016, afianzándose como campeón habitual en el certamen. De hecho, las dos investigaciones que mencionábamos arriba son proyectos de investigadores japoneses que salieron galardonados. ¿De dónde surge la originalidad innovadora de este país? Hagamos un repaso de los premios Ig Nobel otorgados en el pasado para intentar hallar la fuente de la inventiva nipona.

El grupo del profesor Nakagaki Toshiyuki de la Universidad de Hokkaidō obtuvo el premio de ciencias cognitivas en 2008 con un proyecto que estudiaba los hongos mucosos o mixomicetos. Viscosos como babosas, estos seres no aparentan poseer ningún tipo de potencial. Sin embargo, el equipo del profesor Nakagaki descubrió que el mixomiceto Physarum polycephalum era capaz de resolver laberintos. Además de lo sorprendente de que un organismo tan sencillo como un hongo pueda realizar una tarea tan compleja, cabe destacar la genialidad de los investigadores que detectaron esa capacidad. Pero ¿cómo halla la solución de un laberinto el hongo en cuestión?

Los hongos mucosos son capaces de desplazarse lentamente en busca de alimento; si el alimento está distribuido en varios puntos distintos, van formando estructuras tubulares hasta unirlos. Por los tubos fluye un líquido denso llamado plasma que distribuye los nutrientes a todo el organismo, como la sangre cuando circula por las venas. Y son estos tubos los que revelan la solución de los laberintos.
Veamos cómo se produce este fenómeno. Primero se colocan los alimentos para que el hongo se extienda por todo el laberinto. Una vez cubiertos todos los recorridos, se deja el alimento solo al principio y al final, retirando el resto. En este proceso se va formando un tubo que conecta la entrada y la salida del laberinto, a la vez que toda la estructura ajena al recorrido principal se va desplazando y adelgazando. El resultado es un único tubo que marca la distancia más corta entre los dos extremos del laberinto. Aplicando la matemática y la biología, el equipo del profesor Nakagaki ha logrado identificar el sistema con el que se desarrolla este fenómeno y abrir el camino a un nuevo campo científico.

Una máquina para hacer callar a la gente
Veamos otro caso de investigación premiada en los Ig Nobel. En 2012 un grupo del Instituto Nacional de Ciencias y Tecnologías Avanzadas liderado por Kurihara Kazutaka recibió el galardón de acústica por el desarrollo del SpeechJammer, un dispositivo diseñado para silenciar de forma no violenta a las personas que hablan demasiado. Todos hemos deseado alguna vez hacer callar a alguien que eterniza una reunión con su verbosidad o que interrumpe el silencio de una biblioteca con su cacareo, pero no nos atrevemos a llamarles la atención por miedo a enzarzarnos en una discusión. El equipo de Kurihara se fijó en este incordio cotidiano en el que el mundo académico no había reparado hasta entonces.
El SpeechJammer integra un micrófono que graba el sonido procedente de una cierta dirección y un altavoz que lo repite en la misma dirección. El invento se enfoca hacia la persona que se quiere silenciar para registrar su voz y devolvérsela con un retardo mínimo. Oír sus propias palabras incomoda al sujeto dificultándole hablar, con lo que se acaba callando. Kurihara se sirvió de este fenómeno, llamado retroalimentación auditoria retardada y conocido desde hace mucho, para dar con una solución pacífica y divertida a algo tan común como el deseo de acallar a los que se exceden con su locuacidad.

Los tontos también descubren tesoros
Como observamos en los dos proyectos que acabamos de describir, los premios Ig Nobel otorgan reconocimiento a ideas originales e inéditas. Aunque resulta difícil determinar cuándo surgió esta forma de valorar la investigación, podemos identificar una pista en un ensayo escrito hace ochenta años por un científico japonés. El autor es el físico Terada Torahiko (1878–1935), célebre por investigaciones punteras en su época como el análisis de la estructura cristalina mediante rayos X y por ensayos que analizaron hechos cotidianos desde un punto de vista científico. La obra a la que nos referimos se titula Kagakusha to atama (Los científicos y la inteligencia) y sigue leyéndose en las universidades ocho décadas después de su publicación en 1933.
Terada expone lo siguiente:
“Todo el mundo da por sentado que para ser científico hay que ser inteligente. Aunque creo que en cierto sentido es verdad, también estoy convencido de que, en otro sentido, es igual de acertado afirmar que los científicos tienen que ser tontos.”(*1)
En general se dice que los científicos necesitan poseer una mente lúcida. Ciertamente, hay que tener una buena capacidad analítica para descifrar con precisión los intricados fenómenos de la naturaleza. ¿Qué significa, pues, eso de que los científicos “tienen que ser tontos”? El físico lo explica así:
“Aquellos a los que solemos considerar como personas inteligentes son como los viajeros que andan rápido: llegan antes que los demás donde nadie ha llegado, pero en contrapartida corren el riesgo de pasar por alto todo lo interesante que hay en los márgenes del camino y en los desvíos. Las personas tontas, es decir aquellas que caminan despacio, van rezagadas pero a veces hallan esos ‘tesoros’ tan valiosos que a los más rápidos se les escaparon.”
Los dos casos de premios Ig Nobel que mencionábamos antes reflejan esta máxima a la perfección: los científicos lograron nuevos descubrimientos e inventos fijándose en algo a lo que nadie prestaba atención. ¿Que pasaran desapercibidos por los demás implica que son hallazgos triviales y sin transcendencia? Terada Torahiko defiende que ese no es siempre el caso.
“Cuando dan con una nueva línea de investigación, los científicos inteligentes ponderan primero el valor de sus posibles resultados, y a menudo la acaban desestimando si prevén que el esfuerzo que deberían dedicarle no se traduciría en resultados relevantes. En cambio, como los científicos tontos no realizan previsiones, se lanzan a emprender proyectos que pueden parecer absurdos al público general y los llevan adelante sin escatimar esfuerzos. Y así es como no pocas veces logran cazar importantes hallazgos que no previeron al principio. En estos casos las personas inteligentes sobrestiman la capacidad intelectual humana y olvidan que los límites de la naturaleza son insondables. Normalmente nadie conoce el valor de los resultados de una investigación científica hasta que se han obtenido. Tampoco es raro que los resultados de una investigación que no se valoró en absoluto en su momento reciban reconocimiento décadas o incluso siglos más tarde.”
El potencial de desencadenar nuevos hallazgos
A menudo estudios que parecen fútiles a primera vista acaban dando valiosos frutos gracias a la constancia investigadora. También los dos proyectos que tomamos como ejemplo en este artículo dieron lugar a posteriores desarrollos.
El equipo del profesor Nakagaki, que descubrió que los hongos mucosos podían resolver laberintos, observó el parecido entre los caminos que forman los hongos entre los alimentos y las vías que enlazan una población con otra, y decidió estudiar la aplicación del hallazgo a la planificación urbanística para diseñar el recorrido de vías de trenes y carreteras. Los investigadores criaron hongos sobre un mapa de Japón elaborado con agar-agar, colocaron cebos en los municipios principales de los alrededores de Tokio y comprobaron que la estructura de caminos que trazaron los hongos para unir los cebos se parecía mucho al plano real de los ferrocarriles de la zona. Investigando el sistema matemático de los hongos podrían llegar a desarrollarse nuevos métodos de simulación. El proyecto ganó el premio Ig Nobel de planificación de redes de transporte en 2010, siendo el segundo galardón que recibían Nakagaki y los suyos.
El profesor Kurihara que desarrolló el SpeechJammer fundó en 2014 un grupo dedicado a la investigación de tecnologías para ayudar a las personas que no logran comunicarse con soltura a causa de su timidez. El equipo de Kurihara ha bautizado las soluciones técnicas para reducir las cargas psicológicas —como el hartazgo derivado de la comunicación a través de las redes sociales— como SHYHACK, y sigue con sus investigaciones desde un nuevo enfoque. El grupo también está lanzando nuevas tecnologías cargadas de humor como un sistema de diseño de fiestas concebido para los que se preocupan demasiado por cómo los ven los demás.
Aunque no existen pruebas de que la obra de Terada Torahiko haya inspirado de forma directa a los ganadores de los premios Ig Nobel, no cabe duda de que el entorno investigador libre y abierto que representa Kagakusha to atama (Los científicos y la inteligencia) ha dotado a los científicos japoneses de una imaginación muy fértil. Me pregunto con qué innovaciones seguirá sorprendiéndonos en el futuro la “investigación tonta”.

(FUENTE: nippon.com)

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