El multifacético Parapsicólogo peruano Reynaldo Silva, se ha destacado, con el transcurrir de los años, no solamente en su área profesional, sino también en la narrativa y el cuento: acá les presentamos uno de sus cuentos de miedo, los cuales serán publicados en 2017.
Un relato de: Reynaldo Silva Salas
Respirando agitadamente, el agotado hombre miraba sonriente el mar encrespado, ese día de invierno. El sol se alzaba calentando apenas la playa rocosa de aquella desolada isla. Jadeante, mojado, el fornido joven sonreía mostrando todos los dientes, mientras observaba el océano, mientras se quitaba lentamente todos los implementos que llevaba sobre su traje de buzo. Mientras soltaba una sonora carcajada, escuchaba los gritos que, de cuando en cuando se dejaban escuchar en medio de la estática que soltaba su transmisor, ahora a sus pies, junto a su cinturón, con sus otras herramientas.
“….FZZZZ!!....¡CARRASCO; MALDITA SEA, TENIENTE. REGRESE DE INMEDIATO A LA LANCHA ES UNA ORDEN!!!....FZZZ!!!...” – se escuchaba bramando a un iracundo instructor de voz ronca-, “….¡NO ME IMPORTA CUÁNTO TARDE EN ENCONTRARLO: LO ENCONTRARÉ!!!…..FZZZZ…..LE ESPERA EL CALABOZO!!!…FZZZ…..”. Sin inmutarse ante las terribles amenazas, el Teniente Guillermo Carrasco, comando anfibio de la Marina de Guerra, observaba la desértica isla a la que había arribado. Se había vuelto a salir con la suya. Hijo de un muy alto oficial de la Armada, siempre se las había ingeniado para hacer lo que le viniese en gana. Era el mejor en todo: el mejor de su promoción en la Escuela Naval, el mejor nadador, el mejor comando de la Unidad de Operaciones Especiales.
Mirando las escarpadas rocas frente a él, Guillermo se sentía satisfecho consigo mismo. No lo había planeado. Faltaba apenas una semana para que termine su entrenamiento y fuese destacado a una embajada en Europa: su equipo salió a hacer una de sus últimas prácticas en mar abierto. Apenas vió la isla, envuelta en la niebla del amanecer, simplemente se decidió y se lanzó de la lancha rápida en la que iba. Fueron cinco horas nadando. Nadie lo pudo detener; el era el único que podía hacer ese trayecto nadando, y él lo sabía. Respirando a todo pulmón, sintiendo que las gélidas aguas del Pacífico a las que había vencido lo hacían sentir totalmente vivo, miró como si fuese su trofeo el lugar al que había llegado: la isla de El Frontón, también conocida como la isla del Muerto.
El Frontón fué utilizada por mucho tiempo como una isla-prisión, una de las peores del Perú; delincuentes, políticos de todo calibre y finalmente, terroristas había vivido y muerto en ese pedazo de tierra. Después que los terroristas de Sendero Luminoso la convirtiesen en una especie de Iwo-Jima llena de túneles y trampas, en 1986 tomaron el penal. La marina tuvo que debelar el motín, a sangre y fuego. Desde ese entonces, la isla es Zona Militar Restringida: nadie vive ahí, los pescadores no pueden acercarse a ella; ni los mismos marinos tienen acceso. Todos sabían que ahí murió mucha gente,…de manera turbia. Toda esa historia había atraído al Teniente Guillermo Carrasco a ese lugar. No le gustaba que le cuenten historias: él prefería vivirlas.
Durante todo ese día, el joven comando se dedicó a disfrutar de su libertad: nadó a sus anchas en las caletas en medio de lobos de mar y pingüinos de Humbolt, sin más sonido que el mar y las gaviotas a su alrededor. Buceó y pescó un suculento almuerzo para más tarde. Recorrió las ruinas del penal destruido a cañonazos navales hacía mucho tiempo; se decepcionó de no encontrar siquiera el más minúsculo recuerdo para llevarse como testimonio de su presencia ahí. Cruzó la isla de lado a lado y se divirtió escondiéndose entre las peñas al paso de dos lanchas de la marina que lo buscaban. Les demostró a ellos y a sí mismo que era el mejor comando: no pudieron descubrirlo. Casi al atardecer, se quedó mirando los restos de una pared destrozada a balazos del llamado “Pabellón Azul”, el último reducto de los presos insurrectos. Se leía aún ahí en medio de los boquetes chamuscados “VIVA LA LUCHA….”. Cuando el sol se ponía, se encaminó a la playa junto al destruido muelle del viejo penal. Pensaba en probar cuántos días podía sobrevivir en ese pedazo de roca en medio del océano.
La noche era muy fría y ventosa. Sentado y cubriéndose del viento tras unas peñas, el Teniente Carrasco trataba de calentarse apretujándose a una pequeño fuego que había improvisado con algunos pedazos de madera que encontró en el muelle. Tranquilo, Guillermo degustaba sus raciones de combate y un pescado que se asaba a fuego lento. La neblina nocturna de invierno envolvía todo. Cualquier persona no hubiese soportado semejante frío, pero él estaba en su elemento: puro músculo sólido templado a punta de las pruebas físicas más extenuantes, apenas se sentía algo incómodo. Las luces de la ciudad apenas se veían en medio de la oscura noche. El viento silbaba en medio de las rocas. Por precaución, el marino había dejado su radio encendida, pero ésta estaba muda. Hasta exactamente las 8 de la noche.
“….FZZZ…..¡ES SU ÚLTIMA OPORTUNIDAD: RÍNDANSE Y DEPONGAN LAS ARMAS!!...FZZZZ”- se escuchó de pronto en la radio. Carrasco se sobresaltó. La voz era perfectamente entendible,…pero la voz era extraña, cavernosa, casi inhumana. Casi de inmediato, el sorprendido marino escuchó algo inaudito: cientos de voces, cantaban una profunda salmodia, era una horrenda canción, mezcla de canto andino y canto guerrero. Jamás había oído algo así. Se le escarapeló la espalda. El canto parecía salir del derruido pabellón al frente suyo, parecía emerger de las entrañas de la tierra, de todos lados. ¡Esto no puede ser posible!, pensó el marino: ¡he recorrido la isla de cabo a rabo: AQUÍ NO HAY NADIE!
Instintivamente, se ocultó tras un peñazco, mientras buscaba a tientas desesperadamente su cuchillo de comando en la oscuridad de la noche. Agazapado, observaba a las ruinas que retumbaban por ese canto que sólo hablaba de muerte y sangre, y que se escuchaba horroroso, como proveniente de ultratumba. Casi al mismo tiempo, la radio se volvió a encender, dejando escuchar nuevamente esa voz: “….FZZZ….TENIENTE, CABO: USEN LAS CARGAS. ECHEN ABAJO ESA PUERTA….FZZZ”. Tras quedar totalmente desconcertado por esa transmisión, un tremendo estrépito lo sobresaltó por completo: una potente detonación hizo retumbar toda la isla. El comando quedó paralizado de terror: sus oídos no le mentían, una explosión casi le hirió los tímpanos, pero no hubo ningún fogonazo. Casi de inmediato, lo imposible; un infernal estruendo se desató a su alrededor. Ráfagas de ametralladoras, disparos varios, explosiones de granadas,…gritos de comandos lanzándose al ataque, gritos de dolor, lamentos, insultos,…proviniendo de todas partes,… ¡pero las voces no provenían de gargantas humanas!,…. ¡las explosiones retumbaban pero nada las ocasionaba!,…¡AHÍ NO HABÍA NADA NI NADIE, SÓLO LA OSCURIDAD!!!
Apretando los dientes, mirando con desesperación a todos lados, Guillermo se sentía enloquecer. La que también enloquecía era la radio en ese momento: decenas de voces se dejaban escuchar: “….. ¡NECESITAMOS UN MÉDICO: A MI TENIENTE LE DIERON EN LA CABEZA!!!....FZZZ…..¡GRUPO ALFA, DISPARAN DESDE ARRIBA: RETROCEDAN!!…FZZZ….¡TRAIGAN LA BAZUCA AL LADO NORTEEE!!!....FZZZ…¡¡TENGO TRES BAJAS: NECESITO REFUERZOS!!!....FZZZ…”
Todo el cuerpo le temblaba al joven comando: lo habían preparado para toda situación, menos para esa. Sus instintos de militar le pedían luchar, la sangre le hervía. Escuchaba horrorizado gritos de hombres muriendo, agonizando, suplicando ayuda a gritos a escasos pasos de él,… ¡PERO NO HABÍA NADA NI NADIE A SU ALREDEDOR!,…sólo rocas y oscuridad, y lo desconocido. El Teniente Guillermo Carrasco creyó por un momento que había enloquecido por completo. Desesperado comenzó a gritar como un energúmeno. De pronto, todo el estruendo se apagó de golpe. Sólo se escuchaba en la isla sus propios gritos. Tardó en callarse. Sudaba, temblaba, con los ojos desorbitados, mirando a todos lados, mirando la neblina nocturna que le envolvía. El silencio era absoluto.
El comando se incorporó aferrándose a su cuchillo, amenazando las sombras que le envolvían con él. No dejaba de temblar, mientras caminaba alrededor de la pequeña fogata. Carrasco se agachó a recoger su transmisor, ahora mudo. Apenas lo alzó, la sangre se le heló en las venas: no se había percatado que la radio estaba inservible, al tomarla descubrió que la batería del aparato no estaba. Al llegar a la isla, seguramente se había caído al golpear con las rocas. Tratando de entender de alguna forma lo que estaba ocurriendo, el militar se tomaba la cabeza, buscando un por qué. Caminaba como atontado, aún afectado por semejantes sucesos. De pronto, en medio de la negrura de la noche, escuchó un gemido lejano.
Dispuesto llegar al fondo del asunto, reunió todo su valor y comenzó a avanzar hacia las ruinas del penal, de donde parecía provenir ese apagado gemido. Demostrando lo aprendido, el militar sigilosamente saltaba de una roca a otra, de un pedazo de pared a otro, apenas iluminado por la luna que ya se elevaba sobre la neblina baja. De rato en rato, se detenía, escuchaba atentamente, buscando de dónde provenía el gemido. Tardó casi una hora, atravesando los edificios derruidos. En lo profundo del pabellón, se detuvo ante una especie de cueva que se hundía en la roca. Tal vez era uno de los boquetes que los presos amotinados hicieron. Carrasco giró alrededor suyo. El gemido se había apagado. De pronto, un sonido de pisadas lo hizo voltear violentamente. Frente él estaba un muchacho asustado.
Llevaba uniforme militar completo, cargando en un brazo un fusil automático. Estaba muy pálido y asustado. Sus mejillas estaban surcadas de lágrimas y gemía mientras le observaba desde dentro de la cueva. “¡QUIÉN ERES TÚ!” –, le gritó tratando de mostrar aplomo. El muchachito, le vio con sus ojos grandes y llorosos. No parecía tener más de 19 o 20 años. Parecía que no entendió la pregunta, hasta que alzó la cabeza y dio un paso adelante. Se quitó el casco de acero y, con ambas manos lo pegó a su pecho al estilo naval y dijo con voz cavernosa: “¡Cabo de Mar Jaime Nina, 05732660, Señor!....”. El Teniente Carrasco se quedó paralizado del horror: ¡al quitarse el casco, el muchacho dejo ver que tenía en su frente un limpio agujero de bala!.
Guillermo jamás había sentido miedo ante nada ni nadie. En ese instante las piernas le temblaron, y dejó caer su cuchillo al suelo. Sabía perfectamente que nadie sobreviviría a una herida así,….ese infante de marina frente a él NO PODÍA ESTAR VIVO. Paralizado por el pánico, escuchó a la aparición que seguía hablando: “….del pelotón “Delta”: le informo que todo mi equipo ha muerto. Mi Teniente me ordenó proteger esta posición, Señor”. Carrasco se sentía embotado, casi al borde de la locura; conforme la luna llena iluminaba al joven, veía un inmenso manchón de sangre en su uniforme que abarcaba todo el pecho: el pobre muchacho tenía también un tajo que le cruzaba el cuello casi por completo. “¿Vino a reemplazarme, Señor?”-, preguntó ansiosamente el muchacho. “¡Tú,….tú…!”-exclamó Carrasco, aterrado-, “¡TÚ ESTÁS MUERTO!”. La aparición parecía no entender. Movía la cabeza incrédulo mientras decía: “no, yo no estoy muerto: estoy herido. Recuerdo que algo golpeó mi cabeza, pero después me puse de pie y seguí en mi puesto. Mi Teniente, ¿regresaré a casa?”. Temblando sin cesar, Carrasco trataba de caminar hacia atrás, alejándose de la aparición, sin saber que hacer: “¡tú no puedes volver por que estás muerto!!”. Le dijo una y otra vez. El muchacho le escuchó tratando de comprender. Comenzó a caminar mirando al frente, casi ignorándolo. Alzó su pálida mano apuntando hacia las luces de la ciudad: “¿ve?, allá por Comas está la casa de mi mamá. Me espera. Mañana es su cumpleaños. Me gusta la comida de mi mamá,… ¿entonces,…no la volveré a ver?”. Aterrado, descompuesto, Carrasco comenzó a negar con la cabeza.
Abriendo sus ojos más, mirando las luces que apenas se observaban, Mostrando un dolor muy profundo, comenzó de nuevo a gemir. Al voltear hacia el Teniente, le tendió la mano y le dio algo: “tome; lléveselo a mi mamá. Lo va a necesitar”. Guillermo observó lo que le había dado: era una raída billetera. En ella sólo había su carnet de identidad militar y dos míseros billetes de 10,000 intis. Mientras el joven caminaba de nuevo hacia la cueva, se detuvo y volvió a hablarle al comando. Le tendió su viejo fusil: “hay algo más,….debe irse cuanto antes de aquí. Ellos están bajo la tierra. Tome mi arma, mi Teniente; la va a necesitar”. La mano temblorosa del Teniente Carrasco asió el cañón enmohecido del arma. Se aferró con fuerza a él mientras veía a la aparición arrastrando los pies, llorando amargamente, mientras se perdía en las profundidades de la cueva.
Fue demasiado para el joven comando: se dejó caer en donde estaba, llorando amargamente. El miedo lo había doblegado y el cuerpo le fallaba. No sabía que hacer más que dejar salir todos los sentimientos encontrados que le dominaban. De pronto, una serie de jadeantes susurros comenzaron a rodearle, salidos de la nada. “….MIRA, AHÍ HAY OTRO…”-decía una voz-, “…DEBE MORIR…”-decía otra. “NO SALDRÁ VIVO DE AQUÍ….”- escuchó casi como si estuviese alguien a sus espaldas. Voces de odio, con sed de sangre, profundas, roncas, burlonas, que le rodeaban por todo lado. El Teniente se incorporó. Tener el arma en sus manos le daba ahora el valor que le hacía falta. Con el fusil en una mano y el cuchillo en otra, comenzó a bramar, sintiéndose invencible de nuevo, otra vez se sentía el mejor. “¡VENGAN MALDITOS: NO LES TEMO. LOS HARÉ PEDAZOS!!!...”-, dijo una y otra vez el comando, retando a quienes le rodeaban. No pudo avanzar mucho: en menos de un segundo, la tierra bajo sus pies se abrió.
¡Como vomitadas por la tierra, decenas de manos huesudas, garras de hueso y tendones apenas, comenzaron a tomarlo, a asirlo, aferrándose a él por todos lados, impidiéndole correr, caminar siquiera!, ¡aullando de pavor, el militar trataba de zafarse, mientras asestaba cuchillada tras cuchillada, que apenas dejaban marcas en los huesos!. Carrasco apretó una y otra vez el gatillo del fusil hasta que se dio cuenta que el arma no funcionaba. Rápidamente, las garras de los agresores de ultratumba lo hundieron en el boquete en medio de los escombros, llevándose a su víctima que no dejaba de gritar, mientras desaparecía. Lo último que vieron sus ojos en este mundo fue la luna llena allá arriba en el cielo, luz pálida que después se volvió en total oscuridad.
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