miércoles, 12 de agosto de 2015

Cada vez que muere un chamán expira un cuerpo de conocimiento


En una época en la que el new age reboza como nunca y casi todos consumimos ayahuasca para ser mejores personas (lo que sea que eso signifique), la figura del chamán ha adquirido un lugar especial en la cultura pop. Sin embargo, un aspecto que el actual imaginario colectivo pocas veces toma en cuenta alrededor de estos personajes enigmáticos, es que cada uno de ellos constituye en sí un verdadero cuerpo de conocimiento. Por eso, como dice José Roque, curandero shipibo del Amazonas, “cada vez que muere un chamán es como si un libro se consumiera entre las llamas”.

Además de la creciente popularidad de los chamanes entre jóvenes alternativos que buscan comulgar con los espíritus de la naturaleza vía plantas psicoactivas, estos hombres, su información herbolaria, también han adquirido mucha mayor relevancia ante la ciencia, ya que, como advierte Simeon Tegel en un artículo para el Global Post: “Sus habilidades y conocimiento, obtenidos a lo lardo de miles de generaciones experimentando con la vida salvaje del Amazonas, son hoy considerados como clave para revelar el vasto potencial que tiene la selva para proveer nuevos fármacos –para todo, desde un resfriado común hasta para el cáncer o el VIH”.

De acuerdo con Tegel cinco de las 10 medicinas más prescritas en Estados Unidos tienen un antecedente natural, es decir, provienen de organismos vivos. Pero el trayecto que la sustancia activa de una planta debe completar para convertirse en un medicamento industrial es bastante largo, y aproximadamente solo uno de cada 15 mil compuestos naturales que analizan los científicos termina utilizándose como medicamento aprobado por la FDA. Y es en este punto en el que los curanderos podrían ahorrar mucho trabajo a los hombres de ciencia, ya que su milenaria experimentación con estas plantas, el probado conocimiento que tienen de sus efectos y propiedades, aceleraría de forma significativa los procedimientos.

Independientemente de las necesidades de la medicina alópata para obtener y sintetizar propiedades de las plantas, y sin dejar de enfatizar en que la industria farmacéutica es una de las más cuestionables del mercado y por ende no debiera importarnos facilitar sus procesos, por otro lado resulta preocupante un creciente fenómeno entre las poblaciones rurales del Amazonas y, en general, del mundo. Me refiero al desapego de las nuevas generaciones frente a los conocimientos tradicionales de su comunidad. Y en este caso no se trata de una defensa ideológica o pasional de lo autóctono, sino de una preocupación práctica: el cuerpo de conocimiento acumulado entre estos grupos es transmitido oralmente, y si no existen nuevos receptores disponibles entonces se corre el riesgo de que esa información se pierda. 

Desde hace unas décadas los jóvenes de las comunidades nativas se han visto cada vez más influenciados por la cultura occidental vía los medios electrónicos. Esto ha acelerado la transformación de los grupos y debilitado las viejas costumbres. A lo largo del siglo pasado desaparecieron 90 tribus amazónicas, ninguna de las cuales dejó registro escrito de sus prácticas y conocimientos; y hoy nadie sabe cuántos curanderos existen en la región.

Es evidente que el reto de preservación cultural es enorme, ya que más allá de la conservación de las especies naturales endémicas y de la flora en general, “la tradición curandera es un complejo arte de diagnóstico, examinación, comunicación, ritual y tratamiento, que no puede salvarse simplemente preservando las plantas”, advierte un estudio de una tribu colombiana realizado por la Universidad de California y citado por el propio Tegel. Al respecto, el antropólogo Michael Harner –creador, por cierto, de la Foundation for Shamanic Studies– confiesa: “Me parece pesimista. Es una situación bastante seria”.

Esperemos entonces que entre los miles de entusiastas de la etnopsicodelia emerja más de uno interesado en, además de expandir su conciencia, idear una forma de documentar todo ese conocimiento que, más allá de la pirotecnia psicoactiva de algunas plantas que utilizan, representa el verdadero tesoro que las tribus amazónicas y demás grupos alrededor del mundo han forjado. 

(FUENTE: pijamasurf.com)

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