miércoles, 30 de enero de 2013

La leyenda de El Pescador de El Carrizal


Esta leyenda proviene de la Argentina.

¿Hay pique? Le pregunta la figura al pescador desprevenido, que gira sorprendido la cabeza hacia un costado y la ve por primera vez. Está casi pegada a él, hombro con hombro, pero no la escuchó cuando llegó.

Parece ser un hombre alto, algo así como de 1,85. Tiene puesta una especie de capa de lluvia, con capucha. En realidad, es lo único que se ve de él. No se alcanza a ver ni siquiera el perfil de su rostro, pese a que está a setenta centímetros.

Dicen algunos que han tratado de mirarlo con detenimiento que la capucha está vacía. Que no hay rostro ni cabeza allí dentro. Que sólo hay una capa… Y un hueco, un vacío, nada.

La aparición insiste en saber si hubo pique y luego hace alguna recomendación sobre la utilización de alguna carnada. “Ponga mojarrita”, dice. Después desaparece. Se diluye.

La aparición es identificada como El Pescador de El Carrizal, y sobre ella no hay muchos detalles. Vendría a ser un alma en pena que todavía recorre las orillas del lago en donde murió ahogado alguna vez y que cada tanto decide trabar un breve e impersonal diálogo con algún otro apasionado de la pesca.

Son muchos los que dicen haberlo visto y hablado con él. Lo describen siempre igual. Como un curioso espectro del que no se sabe procedencia, que no hace milagros ni ejecuta maldiciones. Sólo está ahí, como parte del paisaje.

Dicen que es el espíritu de un pescador muerto en ese embalse, pero nadie da precisiones sobre su identidad. Es que (quizás) hay demasiados cadáveres en ese lago.

“Yo lo vi. Era el atardecer y ya había poca luz. Esa es mi hora preferida, porque es cuando hay más pique”, dice Arturo, un maipucino de 54 años. “Fue hace unos 3 años, un día de semana de febrero. Había poca gente y yo estaba en la orilla, en la costa de Rivadavia”, recuerda el hombre, que es herrero.

“Escuché que alguien me preguntaba por el pique. Entonces giré la cabeza hacia la izquierda y lo vi, casi al lado mío. Casi me muero del susto, no tanto porque me haya causado miedo sino por la sorpresa. Le contesté que venía más o menos y me dijo que probara con otra carnada. Entonces yo sentí un pique y empecé a recoger, y cuando volví a girar la cabeza este tipo o lo que haya sido ya no estaba más”.

Así son todos los relatos, con mínimas diferencias, y la descripción de la aparición es idéntica: una figura con una capa negra de lluvia, con capucha, en la que no se alcanza a ver el rostro.

Como en todos estos relatos sobrenaturales, por lo general quien cuenta la experiencia no es quien la vivió. Casi siempre es un amigo, el primo, un cuñado, el sobrino o el entenado del protagonista. Pero también es verdad que el relator defiende la veracidad de la experiencia como si en ello le fuera su propia honra. “¡Te lo juro!”, dicen casi siempre.

Mi concuñado Luis el Chino Gomes (sí, con “s”) es uno de esos relatores de experiencias ajenas, con la virtud de que es un muchacho de mucha fe, que cree fervientemente en todo este tipo de fenómenos y es medio curandero… O algo así.

El Chino me relató media docena de apariciones de este pescador fantasma. Lo hizo con tanto detalle y pasión que sería una injusticia desconfiarle.

Mi concuñado es de esos tipos que “cortan” una tormenta con sal de mesa. Yo lo he visto. ¡Qué tanto lucha antigranizo, radares, aviones, Contingencias Climáticas y mapas satelitales!¡Mi concuñado, el Luis Gomes con “s”, te corta una tormenta machaza haciendo una crucecita en el suelo con un salero de mesa!

¡Yo lo vi, una noche en que estábamos haciendo unas costillitas arqueadas a las que les faltaban como 40 minutos de cocción, cuando se nos quiso venir una tormenta de viento, lluvia y piedra!

Ahí nomás, el Luis pidió un salero e hizo la cruz junto a la churrasquera. ¡Y listo, se terminó el problema! ¿Entonces, por qué le voy a desconfiar al Luis, eh? Capaz que no voy a ver al pescador ese, pero seguro que de lo que cuenta algo es cierto. O, en todo caso, merecería serlo.

(FUENTE: diariouno.com.ar)

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