sábado, 3 de noviembre de 2012

El cementerio de Guayaquil es un cofre de mitos y leyendas urbanas


El rápido caminar de un guitarrista por el interior del Cementerio de Guayaquil es frenado por un sobresalto causado por un gato que salió de detrás de uno de los mausoleos.

Son pasadas las 17:30 y el camposanto está próximo a cerrar. Quizás ese sea el motivo de su apuro. De pronto, el hombre, que luce un saco azul y lleva una guitarra en su mano, se detiene algo asombrado. Sobre el sepulcro del empresario José D. Feraud Guzmán, cinco gatos maúllan. Entonces acelera de nuevo el paso y desaparece en medio de angostos pasadizos.

Para el músico y muchos visitantes del cementerio resulta curiosa la presencia masiva de gatos, especialmente en los alrededores del ingreso de la puerta 3.

El cronista urbano Jorge Martillo cuenta que, años atrás, llegaba una monja a alimentarlos. Hasta que un día no llegó más. La noche que murió la religiosa los gatos maullaron hasta el amanecer. Y apenas salió el sol, estos desaparecieron. “Días después que la monja fue enterrada, cada vez un gato distinto arañaba la lápida y así terminaron borrando los datos y hasta el dibujo de su ascensión a los cielos”.

No se sabe cómo ni cuando llegaron allí ni tampoco cuántos hay. Lo cierto es que, según guardianes, hay quienes les dejan comida. Y también están los que llegan con gatos a abandonarlos al lugar.

Es apenas una de las tantas leyendas urbanas que se tejen alrededor del camposanto guayaquileño, y que han trascendido desde épocas antiguas. Otra famosa es la del ex presidente Víctor Emilio Estrada. Hay quienes aseguran haberlo visto salir en las noches y tomar un taxi.

William Merelo, quien pinta tumbas y vende flores, dijo que su padre, Segundo Merelo, trabajó en el cementerio y le contó que una vez vio a Estrada. “Vivíamos en Machala y Piedrahíta. Dijo que lo vio entrar a las 2 de la mañana por la puerta 7”.

Cuenta la leyenda que Estrada hizo un pactó con el diablo y para evitar que este se llevara su alma, mandó a hacer una tumba de cobre. Desde entonces se dice que su alma no descansa en paz y que suele subir a taxis en traje de gala y sombrero de copa.

Los dibujantes Mauricio Gil e Iván Guevara, integrantes del Cómic Club Guayaquil, se animaron a elaborar ambas historietas para este reportaje, a pedido de EL COMERCIO.

Quizás, una de las historias más antiguas es la de la Dama Tapada, cuya creencia surgió por 1700. Cuenta que una mujer aparecía a la medianoche por el antiguo cementerio, por la iglesia Santo Domingo.

En ‘Crónicas de Guayaquil Antiguo’, Modesto Chávez Franco narra que era el alma en pena de una bella que en vida había abusado del comercio de la carne sin ser carnicera. “Se dice que se la veía con un velo negro cubriendo su rostro y que su movimiento hipnotizaba a los trasnochadores que la seguían hasta el cementerio. Y que cuando se sacaba el velo aparecía una pestilente calavera”, cuenta Luis, quien hace 40 años es pintor de tumbas.

Asegura que nunca ha visto nada raro aunque un par de veces, hace unos 20 años, observó la sombra de una mujer vestida de blanco que luego desapareció.

Es posible que se refiera al mito de una mujer vestida de blanco que tomaba un taxi en las noches, pedía que la llevaran al norte y que la esperaran a que saliera para pagar la carrera. Pero al indagar los taxistas ante su demora, una señora les contaba que a lo mejor es el ánima de su hija muerta años atrás en un accidente de tránsito.

Otros misterios

Martillo ha contado en sus crónicas que todos los 31 de octubre, ‘Día de las Brujas’, muy temprano en la parte alta del cerro del cementerio muchas personas se reúnen alrededor de una urna. Se dice que ahí por muchos años estuvo una calavera. Allí, donde está la inscripción: “Almas del Purgatorio”, se realiza una especie de culto, adonde van devotos a poner velas y hacer peticiones. A la misa acude, en su mayoría, ente marginal.

La Guía del Ministerio Coordinador de Patrimonio detalla un nicho misterioso sin inscripción ni fecha, y aunque se supone bastante antiguo nunca le faltan flores.

También está la ‘tumba del brujo’, que siempre tiene velas y visitas. Tiene una extraña cruz dorada de metal que lleva inscrito el año 1912, e incluye una corona de espinas, una serpiente y una calavera.

Rodolfo Pérez Pimentel, historiador porteño, dice que por la puerta 3, el mausoleo de la familia Coronel, “tiene un Cristo airado, en una actitud amenazante”.

Además, refiere al mausoleo más antiguo, el de la familia Ycaza-Gainza que data de 1856, un monumento funerario y sepulcro suntuoso pero muy misterioso.

Es común que personas, en su mayoría mujeres, lleven flores y enciendan velas en la tumba de Manuelito del Río, fallecido el 16 de febrero de 1874. Algunas mujeres se refieren de él como “un abogado muy bueno y bondadoso”, pese a que murió hace 138 años lo recuerdan, aunque no son sus familiares. Pérez cuenta que Del Río (colombiano) presidió la Confederación Granadina y llegó exiliado cuando los conservadores perdieron la guerra.

Hay otras leyendas, como el Naranjo Encantado del cerro, o la novia vestida de blanco en las noches, cerca al ex anfiteatro que alimentan los mitos populares...

(FUENTE: elcomercio.com)

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