domingo, 25 de abril de 2010

Ceremonia de limpieza de espíritus en Haití


El carnaval se llama Rara y, cada año, reúne a miles de seguidores del vudú en Souvenance, una localidad a 140 kilómetros de la capital Puerto Príncipe. Los fieles, ataviados con sus ropajes de lienzo y de blanco satén, los cuerpos ceñidos por fajas y pañuelos, danzan al ritmo de tambores antiguos. Desembocan en Souvenance y se entregan a un frenesí religioso que dura cinco días. Este año, tres meses después del terremoto que se cobró las vidas de 230.000 personas, la ceremonia ha estado teñida del recuerdo de las víctimas.

El vudú, religión oficial de Haití desde 2003 junto al catolicismo y al protestantismo, considera que los espíritus de los muertos son el verdadero vehículo para acceder a la entidad sobrenatural que, dicen, gobierna el Universo. Por ello, justo antes o después de la muerte de uno de los fieles, los sacerdotes vudús (conocidos como hougans si son hombres y mambós si son mujeres) se acercan a los moribundos para el 'dessounen', una ceremonia que persigue liberar al difunto de los espíritus que le aprisionan.

El día 12 de enero, cuando el seísmo desbarató Haití, no hubo tiempo para el 'dessounen'. Y los 'guédés', los espíritus, quedaron encerrados en los cadáveres bloqueando su camino hacia la reencarnación. Y eso que las almas avisaron de la catástrofe. Papa Ogou, feliz y festivo de suyo, no abrió la boca en la ceremonia del 'couché yanm' o comunión de los espíritus celebrada días antes. «Lo sabían, nos lo dijeron, pero no supimos entender su mensaje», reconoce André Ismaite, hougan de Tabarre.

En Souvenance se sacrificó una cabra, los fieles se tiñeron el rostro y las manos con su sangre, hubos baños y purificaciones rituales, cantos y posesiones ante las cámaras.

Una ceremonia de vudú supone una experiencia imborrable. Contra lo que pueda pensarse, no se trata sólo de esos ritos de posesiones convulsas, ojos en blanco, danzas en trance y profusión de sangre. Hay una suma difusa de belleza, brutalidad, dulzura y fe. Como en la ceremonia de purificación que se celebra cada año en la peregrinación al Salto del Agua. Miles de fieles se apiñan bajo una cascada para recibir el baño de la suerte y se invoca la figura de Ewa Ezili, una de los principales personajes del panteón vudú. Bajo la tromba de agua es imposible oír una palabra; los devotos bailan, hacen abluciones con sus botellas y sus cuencos de calabaza y se entregan a la comunión con sus santos, los 'loas'. Estos tienen nombres barrocos y coloniales como Barón Samedi, Maman Brigitte, Papa Legba, Damballa y Papa Ogou.

Los miembros de una misma congregación visten una suerte de uniformes ceremoniales. Las mujeres de Ville-Bonheur usan vestidos de cola larga, se ponen gafas de metal y fuman para acercarse a los espíritus. «Sus gestos son poses, puro teatro», asegura el belga Gaël Turine, que ha pasado cuatro años en la isla fotografiando las ceremonias.

El espíritu del caimán
En julio (por comparar, serían como nuestras fiestas patronales o romerías), los adeptos se reúnen en Plaine-du-Nord para festejar a Ogou Feray, que encarna la guerra, el fuego y la potencia. Reina en el lago (lakou) Saint-Jacques: las mujeres cantan y rezan; si una es poseída por el espíritu se arroja al agua, turbia por las entrañas de los bueyes y gallinas sacrificados, por los cientos de litros de ron y los cientos de kilos de comida derramados como ofrenda a los espíritus. Unos muchachos, 'los niños de Ogou Feray', pueden apropiarse de todo. Si el elegido por el espíritu es un hombre, éste se transforma en caimán... Una sacerdotisa bailará a su alrededor hasta que el hombre-caimán despierte del trance.

Estas son algunas pinceladas de esta religión sincrética nacida del mestizaje entre las creencias de los esclavos llevados a Haití y la fe cristiana de sus amos y empleadores. Compleja, colorista, estridente. En Souvenance, donde las ceremonias no están abiertas al público, sin espectadores, son menos tumultuosas. El último día, un puñado de elegidos por los 'loas' se bañan en el lakou. Aquí, los árboles sagrados, adornados con telas y cordones dorados, dan testimonio del vínculo pleno del vudú con la naturaleza.

Sin embargo, habrá que esperar al 13 de enero de 2011. Un año y un día después del seísmo se celebrará la ceremonia esencial del bruzelin. Ese día hablarán los muertos y explicarán el por qué del terremoto. «Estaremos listos para entenderles. Pero en ese momento vacilarán las cabezas; nadie en Haití tiene el aplomo suficiente para oírles», dice Jean-Alex Marc, el papa del vudú haitiano.

(FUENTE: eldiariomontanes.es)

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