jueves, 2 de julio de 2009

Casas embrujadas de Argentina: La Guarnición de Sarmiento


La Guarnición Militar Sarmiento, en la provincia de Chubut (Argentina), como muchos otros establecimientos militares en el orbe, cuenta con extrañas historias paranormales, fruto de los sucesos pasados –antiguos o no-, que ahí ocurrieron.

Esta guarnición –a la fecha de los sucesos, la más importante del sur argentino- se encuentra ubicada a ocho kilómetros del pueblo homónimo, Colonia Sarmiento, y a casi 200 kilómetros de la ciudad de Comodoro Rivadavia. Está ubicada en un punto situado en el centro de la meseta patagónica.

Es una región asaz extraña, casi lunar. Flanqueando la guarnición se encuentran dos lagos, sumamente extensos, conocidos uno como Colhué Huapí y otro como lago Musters (en honor al explorador inglés de la Patagonia) Este segundo es el menor, pero el más insólito. Se desconoce su profundidad ya que los sondeos realizados no lograron uniformar las presunciones sobre el fondo real, e inclusive –se dice-, científicos japoneses que estuvieron trabajando allí afirman que está subterráneamente conectado con el mar, pues el reflujo de las aguas coincide con las pleamares y bajamares en la costa. Tal vez ésta sea la explicación para los fantásticos y mortales remolinos que sorpresivamente se forman en su superficie, habitualmente tranquila, y que ya ha engullido muchos botes con sus tripulantes para sólo devolverlos a la superficie en contadas ocasiones.






A pocos kilómetros existen dos reservas naturales de bosques petrificados. Es relativamente sencillo encontrar, casi a flor de tierra, fósiles prehistóricos de imprecisa antigüedad.



Hasta principios de la década del ’60 Sarmiento era, por su aislamiento natural e inhospitalidad, lo que se denominaba una “guarnición de castigo”, donde eran enviados soldados, suboficiales y oficiales penados por la comisión de diversos delitos y faltas, insubordinación o deserción. Fue entonces cuando se construyó otra base militar, Cobunco, en la provincia de Neuquén, que a partir de entonces pasó a ser la nueva “guarnición de castigo” del Ejército argentino, y Sarmiento se integró al conjunto de destinos militares convencionales. Creció, hasta alcanzar un número de efectivos de tres mil hombres, con dos barrios de viviendas –de oficiales y suboficiales- más las respectivas familias allí asentadas. Extendió sus límites, pero permaneció fiel al trazado original, absolutamente rodeada por el desierto.


La historia del fantasma de la guarnición
Allá por 1954, ocurrió un hecho luctuoso en su periferia. Cierto conscripto destinado al lugar había comenzado a flirtear con una jovencita del pueblo. Por la escasez de días francos y licencias –habida cuenta de que difícilmente las tienen quienes se encuentran castigados- sus encuentros debieron ser absolutamente furtivos, para lo cual debieron agudizar el ingenio con el fin de generar las situaciones de encuentro.

El 8 de agosto de ese año, por la noche, al conscripto le correspondía tomar guardia. Había sido destinado a lo que aún hoy se conoce como “puesto del cementerio”: una casilla que es llamada así por estar situada en el acceso al camino que conduce al cementerio local. Desde aquél es posible observar lápidas y cruces de éste, apenas delimitado con un sencillo alambrado. Este camino se prolongaba entonces hasta el pueblo, pero por lo general –especialmente en horas de la noche y considerando el lugar por donde pasa- no es transitado en absoluto. Era ideal, entonces, para una cita a solas. El muchacho se las arregló para hacer saber a su chica del horario que cumpliría –las guardias son de dos horas, siendo muy difícil que alguien se aparezca en el ínterin, y el propio puesto está protegido por una hilera de árboles, a salvo de miradas indiscretas- y quedaron entonces de acuerdo en encontrarse en ese punto.

Esa noche, sin embargo, ocurrió algo con lo que ellos no habían contado; a última hora se dispuso una nueva distribución de guardias, y el conscripto en cuestión fue destinado a otro punto, sin tiempo de advertir a su reemplazante de la visita que tendría en la noche. A la hora acordada, la joven bajó caminando por el sendero en dirección al puesto, lentamente, casi a tientas, ya que la noche era especialmente oscura. El soldado, ya de por sí nervioso –como declaró en las investigaciones posteriores- por el macabro lugar en que le tocaba hacer guardia, se asustó al escuchar los pasos y el ruido de piedras crujientes. Gritó el “¡Alto, quién vive!” de rigor, al cual la muchacha no respondió, quizás creyendo que era una broma de su novio, y siguió avanzando en silencio. Por costumbre militar, el centinela debe repetir tres veces la voz de alto. Pero la tensión psicológica a la que este guardia estaba sometido era excesiva. Casi impulsivamente, disparó.

Y cuenta entonces la leyenda que todos los nuevos aniversarios de la muerte de la chica, su fantasma regresa al lugar clamando por su amor perdido.

Esa historia nos había sido contada a la mayoría de los soldados por campesinos del lugar, viejos suboficiales , soldados de clases anteriores. Según ellos, el “fantasma” no aparecía exactamente todos los años, pero las veces que sí lo había hecho solía ocurrir en la fecha indicada.

Uno de los testimonios acerca de la aparición fantasmal, data de 1979: según cuenta un oficial testigo del suceso, esto es lo que ocurrió:




“El 8 de agosto, nuestra compañía tomó a su cargo la guardia de la guarnición. Caminaba yo por los alrededores del puesto principal de guardia, descansando de las tareas del día y hojeando distraídamente una novelita de ciencia ficción. Frente a mí, en uno de los camiones destinados al transporte de tropas, comenzaban a ser introducidos los soldados que irían a ocupar los distintos destinos de ronda. Todos los rostros, invariablemente, mostraban una preocupación que trataban de ocultar. Uno de ellos, un chubutense pequeño y moreno, habitante de las solitarias mesetas del Alto Río Senguer, fabricaba, con dos trozos de madera y un piolín, un burdo crucifijo. Yo aún no lo sabía, pero en ese pequeño y simbólico gesto estaba preanunciando lo que ocurriría horas después,...”

“Alrededor de las once de la noche me encontraba escribiendo unas cartas personales en la oficina a mi cargo, en el área de operaciones de la compañía. Mi posición me permitió que fuera el único no implicado directo que apreció la procedencia de la ráfaga de disparos que quebró el silencio de la noche. Los reconocí inmediatamente –seis o siete disparos de FAL- provenientes de algún puesto situado al otro lado de la guarnición, camino al pueblo. Salí corriendo, por instinto quitando el seguro de mi pistola. Aún flotaba en las mentes el estúpido amague de conflicto con la hermana República de Chile el año anterior y asimismo los últimos ramalazos de la actividad guerrillera no eran desconocidos en el sur del país”.

“Realmente me tropecé con el centinela que estaba de imaginaria en uno de los oscuros corredores. Casi sin aliento, llegamos juntos a las habitaciones de los suboficiales en el momento en que estos salían a medio vestir, y fue entonces cuando una nueva tanda de disparos se hizo escuchar nuevamente, pero ahora bastante más cerca. En tropel, entramos en la cuadra, y allá el zafarrancho era total: doscientas personas, distribuídas en hileras de camas de tres niveles, tratando de bajar de ellas, retirar su ropa y equipo de combate de los cofres, vestirse y correr al cuarto de municiones y armas, todo eso en el mayor silencio posible y en completa oscuridad, ya que si la guarnición estaba siendo atacada (que es lo que todos pensamos en un primer momento) Dos disparos levemente aislados se escucharon nuevamente, pero esta vez en un punto muy próximo a los dormitorios, algo así como a unos cincuenta metros de nosotros. Seis soldados y un sargento primero salimos corriendo por una puerta lateral, corrimos hacia ese punto, llegamos en grupo,... y en grupo nos tiramos al suelo cubierto de nieve, cuando divisamos la figura del centinela que, asustado, giraba de un salto y levantaba su fusil en nuestra dirección”.

“Rápidamente se reunió a los tres autores de los disparos y se les confinó en cuartos aislados, incomunicados, mientras un nuevo grupo de hombres tomaba la posición de éstos. Sabíamos que le habían disparado a alguien o a algo, pero la rígida censura de los superiores nos impidió, en primera instancia, conocer los pormenores. Los informes militares explican lo que pasó: exactamente a la hora 22:25, el soldado que ocupaba el “puesto del cementerio”, observó –o creyó observar- una “forma nubosa blanca” que proveniente del cementerio parecía desplazarse en su dirección. Dio la voz de alto las tres veces reglamentarias, pero como la “cosa” no dio señales de alterar su rumbo, disparó. En realidad, tendría que haber hecho un solo disparo, pero en el nerviosismo del momento olvidó llevar la traba de “seguro” a “automático” (en lugar de “semiautomático”) y de allí las ráfagas”. Un segundo soldado, estaba situado a unos doscientos metros del primero, y al escuchar las lejanas voces de alto de su compañero se aprestó a disparar”.

“A esa distancia no vio absolutamente nada, pero pocos minutos después escuchó sacudirse unos pajonales próximos a él, de donde surgió una forma que, munido de mayor tranquilidad, pudo observar en detalle. Su descripción sería, a partir de ese momento, ilustrativa de las que se repetirían en las noches siguientes: “Imaginá -me comentaba al día siguiente, en la cantina de soldados- un cono levemente truncado en la parte superior, de alrededor de un metro y medio de altura y de unos setenta centímetros de ancho en la base, flotando a unos treinta centímetros del piso. Tenía volumen, era de un color lechoso y no parecía emitir luz propia sino más bien reflejarla, aunque no imagino de dónde. Se desplazaba bastante rápidamente, algo así como un hombre corriendo, y todo el conjunto parecía... vibrar o fluctuar, como si se lo mirara a través de aire caliente”. La aparición era demasiado clara –y sobrecogedora- para andarse con chiquitas: este centinela no dio la voz de alto y, simplemente, tiró a matar. Pero el ente no pareció darse por aludido y continuó su ronda a la guarnición (empero, no fue observado por los soldados del así llamado “puesto Roca”, el principal asiento de la guardia, acceso a la guarnición y que invariablemente se encontraba en su trayecto) hasta desaparecer poco después de ser divisado –y tiroteado- por el tercer conscripto”.

“Los oficiales aseguraron que el soldado fue víctima de una confusión”, pero la noche siguiente –entrando de guardia gente del batallón de artillería-, todo recomenzó. Esta vez, los disparos se iniciaron a las tres de la mañana, y recuerdo pocos despertares tan violentos. Otra vez a cambiarnos, armarnos, correr por municiones, esperar órdenes,... y ser mandados nuevamente a dormir”.

“Todo continuó por seis noches más. Pero los jefes comenzaban a ponerse nerviosos. Se montaron guardias de dos hombres en algunos puntos mientras que en otros, estratégicamente distribuidos, se colocaron soldados con perros a cargo de nuestra compañía. El miedo hacía que los soldados dispararan a casi cualquier cosa: tres “avutardas” (gran ave de color blanco y hábitos nocturnos), una oveja y una vaca pagaron con sus vidas esta verdadera cacería de fantasmas,... pero no eran únicamente soldados inexpertos quienes lo observaban: varios oficiales y suboficiales también lo hicieron, al punto de ser ellos quienes motivaron a los ya levantiscos conscriptos a “tirar primero y preguntar después”.

“Una de esas noches –la tercera a partir del comienzo de los incidentes-, junto con un suboficial, un soldado con un perro y yo, fuimos al cementerio. Traspusimos el alambrado y deambulamos durante largo rato entre las tumbas. En determinado momento, nos sentamos a descansar sobre una lápida caída, junto a una tumba removida. Lado a lado, el militar y yo intercambiamos algunas palabras en voz baja, mientras frente nuestro, mirando hacia nosotros, se había echado, somnoliento, el perro”.

“Sorpresivamente, con un leve pero prolongado lamento, el animal irguió la cabeza y levantó las orejas, mirando fijamente hacia atrás nuestro, hacia algo que estaba detrás de nosotros. No me molesta decirlo: tuve miedo, mucho miedo. Recuerdo que en ese segundo, una frase retumbó en mi cerebro: “que no esté allí”. Tiempo después, el suboficial me comentó que instintivamente rogó que todo fuese una falsa alarma”.

“Echados cuerpo a tierra, allá, a unos veinte metros, aún dentro del perímetro del cementerio, flotó por un segundo una niebla luminosa de contornos imprecisos y algo así como un metro de diámetro que tan sorpresivamente como apareció, se desvaneció. Hecho esto, el perro volvió a tranquilizarse y nosotros a intercambiar los más desconcertantes comentarios”.

¿Seguirá apareciéndose el fantasma de la guarnición?,… el 8 de agosto se aproxima: tal vez en esa fecha, lo sabremos.

4 comentarios:

  1. almaraz juan jose clase 70 grupo artilleria 9 bateria comando y servicios varias veses ise guardia en ese puesto y la mayoria de las veses cambiava el pan y el jarro de mate a otros soldados que tenian miedo varias veses senti pisadas y me preparaba para disparar las noches eran muy oscuras nunca lo ise quiero pensar que heran liebres bueno esa fue mi esperiensia que tuve ahi y si algun dia pudiera quisiera volber a visitar ese lugar que como nos dijo el teniente coronel degano en el 89 cuando sali de baja tienen la puerta avierta para cuando quieran vicitar el lugar.facebook jose almaraz

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  2. en el puesto "9" sgto cabral aparecia cada tanto un monge sin cabeza. muy extraño era todo ese lugar de noche. siempre estaba nublado por lo tanto las noches eran tan cerradas que no se podian ver las manos. tambien se podia ver cada tanto una luz blanca muy intensa que venia del cementerio a no mas de un metro del piso que se asercaba a uno y por miedo le disparabamos con los fusiles. Soldado clase 1955 servicio militar en el año 1976

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  3. Yo estube en esa guarnicion y varios compañeros cuando hacian guardia en ese puesto escucharon a una chica llorar en el puesto conocido como el sementerio o tambien como puesto transformador en ese lugar es la bajada de la alta tension para distribuir la energia a toda la guarnicion y a los barrios militares

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  4. Y tambien dentro de las companias agunos soldados escuchaban en la parte de caldera a un chico llorar o pedir auxilo o golpes en la puerta en altas horas de la noche y hay una bateria abandonada que los soldados usabamos como casino tambien se escuchaba ruidos cuando de noche cruzabamos por ahi haciendo el recorrido de guardia

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