lunes, 27 de abril de 2009

Colegiales realizando "el juego de la ouija"



En esta oportunidad, deseo compartir con ustedes un fragmento de mi último libro, en el cual reseño la más frecuente leyenda urbana existente con respecto a la práctica de la oui-ja: dicha leyenda urbana se ha convertido en un escenario frecuente de decenas -incluso miles-, de historias que se repiten una y otra vez, principalmente en centros educativos a lo largo de nuestra iberoamérica; la reseño de manera general, incluyendo los puntos en común que tienen sus diferentes versiones, y finalizo con un comentario personal acerca de la misma: espero que ladisfruten.


Este escenario ideado por el imaginario popular es el que tiene ahora más vigencia, gracias a la frecuencia en que se descubre que ha acontecido, ya sea en base a un supuesto ó a hechos reales.

Ocultos de sus profesores, un grupo de adolescentes, casi niñas, se encuentran encerradas en un salón de clases, a la hora del recreo ó en un ambiente en el que puedan mantenerse -por lo menos el tiempo prudencial-, seguras: ahí donde el control de los adultos esté ausente. El grupo es dirigido por la chica más decidida e influyente entre sus compañeras, por la que siempre lee libros que serían reprobados por sus padres o maestros, y que domina, aunque sea inicialmente, la lectura de manos, de cartas, ó algún otro arte esotérico.

Ha convencido a las demás con la promesa de obtener respuestas inmediatas de un inminente examen ó saber si su amor secreto les será finalmente correspondido. El miedo inicial de algunas ha sido vencido con algunas recriminaciones de las más “maduras”, logrando que la sesión sea considerada como una prueba de valor, intimidando a quienes se acobardan ante el hecho, temerosas de ser descubiertas, y temerosas a la vez, de lo que pudiera pasar. Casi obligando a algunas a participar, y a las demás, a no revelar lo que se está realizando, finalmente se da comienzo a “el juego de la Oui-ja”.

Tras repasar algunas oraciones extraídas de algún antiguo y ajado libro de magia –o como ahora se estila, de algunas copias impresas de datos extraídos de Internet-, se da comienzo con el “ceremonial”. Sentadas, recogidas alrededor de una hoja de papel ó un pedazo de cartulina donde están garabateadas a toda prisa las letras del alfabeto y colocando sus dedos temerosos sobre un vaso ó una simple moneda, comienzan con fervor a invocar al espíritu que desee comunicarse con ellas. Están a la vez aterradas y ansiosas; tienen muy presente las historias que se cuentan acerca de este peligrosísimo juego, y los aterradores desenlaces de las mismas, realizadas por algún grupo parecido al de ellas, muchos años atrás. Aún así continúan en pos de lo que desean saber, o en busca de la simple aceptación por parte de las demás. De pronto, la copa comienza a moverse, generando la sorpresa y el asombro de todas. Lentamente comienza a responderles sus preguntas.

De pronto, las cosas comienzan a ir mal: el vaso acelera su desplazamiento y el espíritu se muestra “molesto”. Rehusándose ya a seguir órdenes, él espíritu comienza a descargar una serie de sombrías predicciones, aumentando el terror cada vez más reinante en el grupo de jovencitas. La encargada de dirigir la sesión comienza a tener miedo: asustada les hace saber a las demás, que no sabe cómo deshacerse del agresivo intruso. Muertas de pavor, algunas tratan de romper la conexión, queriendo sacar la mano del tablero y sólo salir corriendo. Las demás las conminan a no hacerlo, ya que el resultado sería aún peor. Presas del más absoluto de los pánicos, las jóvenes no saben que hacer. Casi al mismo tiempo, una de ellas, que se había quedado junto a la puerta, les advierte que alguien viene. Ahora el temor es a ser descubiertas, y el terrible castigo de maestros, y padres, al verse sorprendidas en tal trance. Sin pensarlo, alguna de ellas recoge de improviso el papel y el vaso, dando por terminado, así de golpe, el “juego”.

Ya repuestas de la experiencia, el mismo día ó algunos días después, las jóvenes se hallan de nuevo en el salón de clases. A pesar de que muestran tranquilidad tras lo sucedido, ninguna de las participantes del “juego” está realmente serena: sólo disimulan. Todas las que participaron saben perfectamente que no sólo cometieron un terrible pecado ante los ojos de Dios, sino que peor aún, que no terminaron la sesión de la manera correcta, por lo que ahora esperan en silencio, la venganza de las fuerzas oscuras que han liberado. El miedo al inminente castigo de los espíritus las está minando lentamente, inexorablemente, agotando sus fuerzas. Se asustan ante el menor ruido: no duermen. “Escuchan voces”, y sienten que “alguien” les vigila. Lo sienten de noche en sus cuartos, y aún de día en el aula. Al principio eran “heroínas” ante los ojos algunas de sus compañeras, por atreverse a lo que nadie se atrevería; pero otras les ven con miedo: prefieren apartarse de ellas, como si su sola cercanía las pudiese “contagiar de maldad”. Como no pueden comentar a nadie lo que les pasa desde que “hicieron la Oui-ja” (ni a sus maestros, ni a sus padres, ni siquiera entre ellas mismas), están al borde de una crisis nerviosa.

De pronto, sin ningún preámbulo, una de ellas trata de ponerse de pie, y luego cae pesadamente al suelo. Ante los ojos aterrados de sus demás compañeras, comienza a convulsionar en el suelo, botando espuma por la boca, con los ojos vueltos hacia arriba, diciendo incoherencias en un lenguaje gutural. El resto de alumnas que observa el aterrador espectáculo comienza a gritar presas del pánico: todas saben bien qué es lo que pasa. A los pocos instantes, otra de sus compañeras, y que estuvo también presente en la sesión, comienza a convulsionar igual que ella, cayendo también desmayada. El profesor corre hacia ellas, preocupado y a la vez totalmente desconcertado ante el súbito e inexplicable shock de sus alumnas, sin saber qué hacer: en medio de la confusión, las otras alumnas, a gritos destemplados comienzan a explicarle lo que había sucedido. Tratando buscar la forma de poder ayudarlas, toma a una de las que convulsiona, tratando de cargarla.

Al profesor se le hiela la sangre al ver los ojos desorbitados de la muchacha que trata de recoger del suelo, mirándole fijamente con odio, gritándole obscenidades, casi escupiéndoselas en la cara, para luego aventarlo con violencia contra la pared, de un potente manotazo, con una fuerza inimaginable para una pequeña adolescente. El terror reina en el aula, el maestro no sabe qué hacer: está preparado para cualquier situación, menos para esa. Pide finalmente a gritos que una de sus alumnas vaya en busca de ayuda.

El griterío y el pedido de socorro hacen volar la noticia por todo el colegio: “están poseídas”. En todas las aulas, el comentario es que se ha hecho algo que no se debía hacerse. Mientras unos profesores y el director corren a ayudar a las muchachas que convulsionan, otras maestras tratan de apaciguar a las demás alumnas de otros años: será en vano. Todas, o casi todas sabían desde el comienzo, lo que esas compañeras habían hecho. Ven entre murmullos, correr a maestros, enfermera, secretarias, rumbo al aula de las “poseídas”. Pequeñas y grandes tienen miedo. Se ponen a pensar si “eso” no les va a pasar a ellas también. Comienzan a rezar.

Todo el cuerpo docente y administrativo del colegio no sale de su asombro, tratando de buscar una explicación al suceso. Se discute sobre qué acciones se deben tomar. Alguien termina llamando a los padres de las alumnas afectadas; alguien más decide llamar un sacerdote. El colegio es desalojado inmediatamente para evitar que cunda el pánico entre el resto del alumnado. Basta que una sola de ellas informe en casa qué es lo que ha pasado ese día en el colegio, para que la noticia vuele por todos lados. Ya sea en el colegio ó en las casas de las niñas afectadas, todos pugnan entre gritos y desesperación, en pensar en alguna cura. Las niñas “poseídas”, al ver al sacerdote, ya sea consciente ó inconscientemente, comienzan a mostrarse aún más agresivas: el demonio ó el espíritu que tienen dentro “les obliga”, les ordena que actúen así. Siguiendo los cánones establecidos, el cura eleva fuertes invocaciones, acompañadas de lecturas en voz alta de las santas escrituras y continuas aspersiones de agua bendita.

Se suceden las horas y la escena es francamente insoportable: cada palabra del sacerdote es replicada por fuertes gritos de las adolescentes que se revuelven en el suelo, aumentando más y más el dolor y la impotencia de sus padres. Las voces de los presentes que se habían aunado a las del cura comienzan a disminuir, agotados de ver que a cada oración las niñas gritan aún más fuerte, volteando los ojos hacia atrás, riendo espantosamente. El religioso toma un descanso; se sienta a recuperar fuerzas, sin parar de rezar, pero en el fondo de su ser le atacan inmisericordemente, más de una duda, a sus más fuertes convicciones.

Ante los esfuerzos estériles por parte del sacerdote católico surgen las primeras discusiones acerca si no será mejor recurrir a un pastor evangélico. Otros optan por un brujo o chamán. Cuando alguien trata de expresar la voz de la cordura, considerando que es un caso de histeria, y que bien podría ser tratado por un psiquiatra, es recibida su propuesta con un total y absoluto rechazo y desprecio por todos: los presentes han visto ya demasiado para no creer ciegamente en que se encuentran enfrentando a lo sobrenatural. “Esta niña no está loca: esto es cosa del demonio” -, terminará diciendo alguien. Finalmente, la noche del primer día deja de ser una horrible pesadilla cuando las “poseídas” son dormidas por medio de fuertes calmantes. La noche transcurre a partir de ese momento en medio de una tensa vigilia, en medio de un incesante rezo colectivo, realizado ahora por un grupo de evangelistas.

Al día siguiente, todos los noticieros centran su atención en el suceso: “niñas convulsionan tras realizar el juego de la Oui-ja”, reza un titular; “poseídas por los espíritus”, reza otro, “¡el demonio anda suelto!” aparece en la prensa más amarillista. Los medio de comunicación televisiva no escatiman esfuerzos en mostrar a la teleaudiencia las más chocantes e impactantes imágenes del suceso, los llantos desesperados de los padres y también una que otra reseña visual, convenientemente editada, que muestra “posesiones” anteriores y una que otra imagen sacada de alguna película. Sedientos de destacar sobre la competencia, cada canal busca superar al otro en cobertura; es así que cada uno de los involucrados y los no involucrados, darán su opinión ó testimonio sobre el caso: a más antojadiza o fantástica, mayor repercusión y espacio tendrá en los medios.

Conforme el segundo día de la “posesión” avanza, se alzan voces condenando “ese juego maldito”, pidiendo la intervención de las autoridades, exigiendo sanciones a los responsables, mientras que las jóvenes todavía luchan contra las entidades del Más Allá que les controlan. Curiosamente, al poco tiempo de darse a conocer el caso en los medios noticiosos, aparecen casos similares en otras partes del país y del continente. Los líderes religiosos locales ven esto como una demostración de que “el demonio anda suelto por el mundo”; los templos se abarrotan de gente y los pedidos de “recibir la protección y bendición de Dios” se multiplican. Eso es bueno. Se está ganando la batalla contra las huestes demoníacas.

Al tercer día de iniciados los insólitos sucesos, lentamente la calma surge en las casas de las “poseídas”; poco a poco las adolescentes se van recuperando. Para algunos fue la intervención de los psiquiatras especialistas, para otros fueron los rezos de los evangélicos. No faltará quien lo considere un “milagro” realizado por la estampita bendecida traída ex profeso del santuario de un santo o una virgen. Pocos considerarán que los calmantes lograron la “cura”. No importa. Las niñas ya están bien. Los periodistas ya no están presentes; la recuperación de la “posesión” no es noticia que venda.

Pasado un tiempo, el suceso dejará siquiera de ser consignado. Las niñas afectadas y sus familias desaparecerán de pronto del barrio y del colegio. Todo el mundo comentará versiones muy disímiles al respecto: que viajaron muy lejos, buscando una cura; que simplemente las muchachas no pudieron con “el espíritu” y acabaron siendo internadas para siempre en un psiquiátrico, perdidas ya todas las esperanzas.

Muy raro es el que piensa, que los padres decidieron que lo mejor era mudarse de casa y a las chicas de colegio, para que sus hijas no cargasen con el estigma de que sus compañeras y profesores les recordasen a cada momento, el haber pasado por esa extraña e inexplicable experiencia.

Al pasar de los meses ó años, lo sucedido se diluye entre lo real y lo fantástico. Poco a poco, sólo queda como una leyenda de las muchas que pueblan la historia no oficial del colegio donde aconteció, la cual es revivida cuando es relatada por la prima de una chica que estudió en el colegio ese año. Igualmente, el relato de los hechos pasados volverá a tener actualidad, cuando otro grupo de escolares, se reúna para decidir cuándo realizarán su propia sesión del “juego de la Oui-ja”.

Comentario:

El anterior escenario es el que más vemos varias veces al año, en los principales medios de comunicación del continente. Más de un psicólogo ha dejado entrever la posibilidad de que este tipo de “fenómeno” tiene como desencadenante principal la excesiva represión ocasionada por una educación en la cual los preceptos religiosos de las iglesias dominantes son impuestos a la fuerza a la población escolar de nuestros países.

Para muchos resulta inexplicable el por qué los jóvenes optan por adentrarse en una práctica, a todas luces, extremadamente peligrosa; la respuesta es obvia, pero no para muchos: una de las características propias de la juventud es cuestionar, experimentar, rebelarse ante lo establecido y buscar experiencias nuevas, aunque sean estas en cierta medida, riesgosas. Dicha tendencia se da de manera indistinta al sexo de los adolescentes en cuestión. Simplemente, la emoción, el reto y lo desconocido es algo que nos atrae con demasiada fuerza, a esas edades.

Si bien hay un alto contenido del binomio educación + religión en este tema, he decidido reservarlo en Capítulos posteriores para exponerlo con mayor amplitud. Es realmente lamentable que un estudio minucioso -desde el punto de vista psicológico-, acerca de la influencia de la educación religiosa represora en los adolescentes, y sus efectos, no haya sido aún realizada en profundidad, impidiéndonos así la posibilidad de poder encontrar respuestas claras y definitivas.


FUENTE: "El libro de la ouija,... lo que nunca se ha dicho", de Reynaldo Silva Salas, E-Book disponible en Internet en:



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