De verdad, me preguntaba si realmente estaba de parto, porque se suponía que tenía que ser más doloroso”. Shona describe así el reciente nacimiento de su hija. ¿Su secreto? La hipnosis. Durante el embarazo aprendió a hipnotizarse a sí misma y, de ese modo, alcanzar un estado mental que le permitió reducir al mínimo los dolores del alumbramiento y, según sus propias palabras, “disfrutar de la experiencia”.
Es posible que la palabra hipnosis haga pensar en el movimiento pendular de un reloj o en un ilusionista haciéndole creer a alguien que está desnudo sobre el escenario, para regocijo del público. Detrás hay una historia de brujería y magia, de cuentos esotéricos y charlatanes aprovechados. Los que la llevan a cabo rara vez son médicos o psicólogos, es difícil conseguir fondos para ensayos clínicos y no hay una autoridad reguladora que vigile la práctica. Sin embargo, a pesar de todos estos problemas, la gente recurre a esta técnica en busca de ayuda para todo tipo de cosas, desde sofocos menopáusicos y ansiedad hasta dolores crónicos, y cada vez son más las investigaciones que parecen confirmar sus beneficios.
También se empieza a entender cómo funciona y qué ocurre realmente en el cerebro durante la hipnosis. El resultado es que nuestra forma de definir este fenómeno está cambiando y que su uso crece en la medicina convencional. Hoy distintas instituciones, como la organización británica de comadronas, ofrecen cursos en hipnoparto y aportan fondos para la formación en esta técnica. Algunos anestesistas incluyen la hipnosis entre sus herramientas e incluso hay quienes la ponen de ejemplo como solución a los problemas de adicción a los opioides. Está claro que no lo cura todo, pero aprender qué es lo que funciona, cómo y por qué, y, además, cómo utilizarla nosotros mismos, puede ayudarnos a aprovechar el poder de la mente para lidiar con algunas duras batallas vitales.
La hipnosis tiene una larga historia en medicina
Su primer uso conocido se remonta al año 1550 a. C., pero despegó en el siglo XVIII, cuando al médico alemán Franz Mesmer se le ocurrió que la influencia física de los planetas sobre las personas podía manipularse con imanes para inducir en ellas un trance que sirviese para curar enfermedades. Mesmer fue luego acusado de fraude y tildado de embaucador, pero la idea de modificar la conducta de los individuos a través del trance persistió y adquirió mayor credibilidad en el siglo XIX, cuando el cirujano escocés James Braid empezó a investigar qué podía encontrarse en la base de tan extraño fenómeno.
Hoy en día, la hipnosis se emplea en una gran variedad de dolencias. Pero incluso si su uso se ha vuelto más habitual, su alcance dentro de la medicina ha sido limitado. Esto se debe en parte a que pocos están de acuerdo sobre en qué consiste exactamente. Si hacemos un rápido repaso a las opiniones de distintos investigadores, podemos describir el trance hipnótico como un estado de concentración en el que la persona queda absorta, ensimismada, de modo que no es consciente de lo que hay a su alrededor. Es algo que probablemente todos hayamos experimentado alguna vez, cuando nos hemos encontrado tan centrados en una actividad que no notamos nada de lo que sucede en nuestro entorno. Incluso no somos conscientes del tiempo.
Un concepto con una historia controvertida
También sabemos que las hazañas de algunos ilusionistas que consiguen que la gente haga todo tipo de cosas extrañas en el escenario tienen más que ver con la presión ambiental que con la hipnosis, como se explica más adelante, en estas mismas páginas. Lo cierto es que no existe un método estándar con el que hipnotizar a alguien. Una forma habitual de empezar es indicar a la persona que piense en algo relajante y que luego se imagine en un lugar apacible que estimule los sentidos. A continuación, se profundiza en ese sentido, con afirmaciones que ayudan a conseguir el objetivo. Este estado puede ser inducido por otra persona, pero también por el propio sujeto. Tal como veremos, hay buenos motivos para seguir llamando a este proceso hipnosis, pero lo borroso de su definición y su controvertida historia dificulta saber qué funciona y qué no. “La clasificación como terapia complementaria y no como principal dentro de muchos sistemas de salud tampoco ha ayudado”, indica Jane Boissière, de la Sociedad Británica de Hipnosis Clínica y Académica. Tal cosa hace que la obtención de fondos para ensayos, formación y creación de servicios clave dentro de esos sistemas sea casi imposible.
A pesar de ello, en el Reino Unido, por ejemplo, el Instituto Nacional para la Excelencia de la Salud y los Cuidados sí recomienda la hipnosis para una enfermedad concreta: el síndrome del intestino irritable (SII), que produce dolorosos retortijones, hinchazón, diarrea y estreñimiento. El SII –más conocido como colon irritable– es una dolencia de causa desconocida y para la que no hay cura, pero cuyos síntomas se alivian con algunos medicamentos y cambios en la dieta. Cuando los tratamientos no responden, la hipnosis puede propiciar una mejora de la calidad de vida. “En ese estado, los pacientes pueden visualizar el movimiento suave y regular de las olas del mar e imaginar que sus intestinos se mecen siguiendo un ritmo parecido”, señala Carla Flik, del Centro Médico Universitario de Utrecht, en los Países Bajos.
En Estados Unidos, tanto la Asociación de Psicología de ese país como los Institutos Nacionales de Salud promueven la hipnosis como parte del tratamiento habitual para combatir el dolor. Numerosos estudios han demostrado que puede emplearse en distintos problemas crónicos, como la lumbalgia y los efectos secundarios de los tratamientos oncológicos, y que a menudo da mejores resultados que las terapias exclusivamente físicas o cognitivo–conductuales.
Su uso como alternativa a la anestesia
Tan efectiva puede ser la hipnosis en este sentido, que desde 1992 se usa incluso en algunos procedimientos quirúrgicos —entre los que se incluyen biopsias, laparoscopias y cirugía plástica—, como alternativa a la anestesia general. “La técnica es bastante simple”, asegura Aurore Marcou, del Instituto Curie de París. “El paciente recibe un anestésico local y una sedación suave. Nos sentamos junto a él y le guiamos para que se concentre en su mundo interior y en su respiración, con el objetivo de que fije la atención en un espacio seguro. Le ayudamos a revivir experiencias del pasado. Todo su cerebro se centra en esos recuerdos”. El mayor beneficio es que, de este modo, nos encontramos con menos efectos secundarios. “No produce la somnolencia ni las náuseas de la anestesia”, dice Marcou. Según Guy Montgomery, de la Facultad de Medicina Icahn del Hospital Monte Sinaí, en Nueva York, las mujeres que han seguido técnicas de hipnosis antes de someterse a una cirugía de cáncer de mama luego refieren menos dolor, ansiedad, náuseas y fatiga. Y los beneficios no son exclusivamente físicos. Su equipo ha calculado que si en el 90 % de las biopsias de mama se utilizara la llamada hipnosedación, solo en Estados Unidos se ahorrarían más de 135 millones de dólares al año.
Dada la reducción de síntomas físicos y mentales, no es extraño que muchas embarazadas, como Shona, acudan a clases de hipnoparto. Oficialmente, sin embargo, todavía no existe una postura definitiva al respecto. En 2011, un análisis de trece estudios sobre esta práctica concluyó que se trata de una intervención prometedora para combatir el dolor que se sufre al dar a luz. El problema es que muchos de aquellos ensayos estaban tan mal planteados que no fue posible llegar a una conclusión. Una investigación de 2015 concluyó que el uso de la hipnosis no suponía ninguna diferencia en cuanto al número de mujeres que solicitaban anestesia en el parto, pero sí reducía sensiblemente los niveles de miedo y ansiedad que referían quienes se sometían a ella.
Estudios insuficientes
Donde la hipnosis parece tener muchas posibilidades es en el campo de la salud mental. En Norteamérica, los trastornos de ansiedad se encuentran entre las dolencias más comunes e invalidantes. En uno de los primeros estudios llevados a cabo sobre este asunto, Keara Valentine, de la Universidad de Hartford, en Connecticut, cuantificó junto a otros colegas el efecto de la hipnosis en la reducción de la ansiedad. Para ello, analizó todos los trabajos realizados sobre este tipo de terapia. Los resultados fueron impactantes: el participante medio que había sido tratado con hipnosis mostraba una mejoría superior al 84 % en relación a las personas con las que no se había utilizado. Es más, no había diferencias entre los beneficios obtenidos por quienes habían recurrido a la autohipnosis y los pacientes tratados con hipnoterapia guiada. Pero la hipnosis no se usa únicamente para aliviar el dolor y la ansiedad. Cada vez se utiliza más para ayudar a personas que quieren aprender nuevos comportamientos o desembarazarse de malos hábitos. Una vez más, sin embargo, los resultados no son concluyentes, debido al deficiente diseño de los ensayos. En junio de 2019, Jamie Hartmann-Boyce, de la Universidad de Oxford (Reino Unido), publicó junto a un equipo de colaboradores un análisis de catorce trabajos sobre el uso de la hipnosis para ayudar a fumadores a dejar el tabaco. Pues bien, no encontró suficientes pruebas que permitieran recomendar esta terapia. “El problema no fue que no sirviera para tal fin, sino que los estudios eran caóticos”, asegura Hartmann– Boyce. Y añade: “Había muchos sesgos, eran imprecisos o no contaban con suficientes participantes. Es un asunto muy importante. Hay que hacer más y mejores pruebas”.
Nuevas esperanzas
En otras áreas, los resultados tienen más consistencia. Por ejemplo, a comienzos de los noventa, un metaanálisis de estudios sobre la pérdida de peso demostró que si se añadía la hipnosis a la terapia cognitivo–conductual, se perdían más del doble de kilos. Otra iniciativa parecida, realizada en 2018, obtuvo resultados igualmente esperanzadores. A pesar de la creciente evidencia sobre el potencial de la hipnosis, todavía subsisten muchas dudas sobre cómo funciona realmente. Pero esto también está empezando a cambiar. “No creo que nadie pueda decir ‘sé exactamente qué es la hipnosis’, pero sí tenemos una cierta idea”, apunta Laurence Sugarman, del Instituto de Tecnología de Rochester, en Nueva York. En su opinión, no deberíamos pensar en este fenómeno como algo que lleva a un estado único, sino como una disciplina que influye en la capacidad del cerebro para adaptarse y aprender. “Es una habilidad que podemos usar para ayudarnos a nosotros mismos a cambiar nuestra mente”, afirma Sugarman.
Esta adaptabilidad, conocida también como plasticidad, permite que el cerebro modifique sus conexiones neuronales para desarrollar más actividades, recordar nueva información y adaptarse a toda la variedad de experiencias que la vida nos pone por delante. Hay momentos en que el casquete pensante es más maleable; especialmente en los primeros años o cuando sentimos emociones fuertes. Es muy probable que la hipnosis ponga nuestra sesera en un estado propicio para esa remodelación, no en un sentido concreto, sino en muchas formas distintas, dependiendo de la persona y el tipo de estrategia que se emplee.
Por ejemplo, los estudios realizados mediante técnicas de imagen médica muestran que la inducción hipnótica suprime en parte la actividad en la corteza frontal, que es el área cerebral encargada de la planificación, la toma de decisiones y la atención. Esto relaja el freno que normalmente existe en otras zonas implicadas en el filtrado e integración de la información importante, procedente tanto de dentro como de fuera de nuestro cuerpo, que utilizamos para generar nuevos recuerdos, ideas y comportamientos. Algo parecido ocurre cuando tomamos alcohol, lo que igualmente nos hace más sugestionables. Da la impresión de que si nos encontramos en un estado hipnótico, nuestra mente es capaz de generar sensaciones más intensas.
Marie– Elisabeth Faymonville, responsable de la Clínica del Dolor del Hospital Universitario de Lieja, en Bélgica, ha podido observar que, cuando a un paciente que ha sido hipnotizado se le dice que imagine un recuerdo agradable, su cerebro muestra unas mayor actividad en las áreas relacionadas con el movimiento y las sensaciones que personas que simplemente están pensando en esa escena. “Aunque no existía un estímulo real procedente del mundo exterior, los individuos que estaban hipnotizados lo veían como si lo hicieran con sus propios ojos y estuvieran recibiendo información al respecto. Era muy parecido a la verdadera percepción ”, asegura Faymonville.
Cuanto más fuertes sean esas sensaciones, sean imaginadas o no, con más facilidad podrán incorporarse al comportamiento aprendido. Pero si se trata de controlar el dolor, la hipnosis puede ayudar de forma distinta. La percepción del mismo se da en el cerebro, y sabemos que este es influenciable. Pensemos en una gimnasta que se rompe la pierna en mitad de un ejercicio y sigue adelante, o en una madre que salva a su hijo de un edificio en llamas sin percatarse de las quemaduras que ha sufrido. Por lo visto, la hipnosis puede ayudarnos a conseguir algo parecido. Faymonville llevó a cabo la siguiente prueba: hipnotizó a un grupo de voluntarios y luego les aplicó mucho calor en la palma de la mano. El resultado fue que la incomodidad y la intensidad del dolor que estos percibieron fueron un 50 % menores que las de aquellos que no habían sido sometidos a hipnosis y únicamente se encontraban descansado y un 40 % más bajas en relación a quienes habían recibido la orden de distraerse recordando algo agradable.
En este contexto, una mirada más profunda al cerebro muestra que este fenómeno es capaz de reducir la actividad de la corteza del cíngulo anterior, una zona que recibe información sobre estímulos sensoriales y está íntimamente relacionada con aquellas áreas que organizan las respuestas emocionales y conductuales apropiadas. Una menor actividad en esta región con forma de collar alrededor del cuerpo calloso, sugiere, por lo tanto, que las señales que suscitan las sensaciones dolorosas reciben menos atención de lo normal. Otras investigaciones muestran que la hipnosis coloca a la persona en un estado mental en el que las ondas cerebrales –los patrones de actividad neuronal– son similares a las que se observan durante la meditación profunda.
En un estudio con pacientes de esclerosis múltiple que fueron sometidos a hipnosis para tratar el dolor crónico, Mark Jensen, de la Universidad de Washington, en Seattle, observó que existía una conexión entre la potenciación de las ondas cerebrales theta generadas durante el trance hipnótico y un mayor alivio del dolor. Esto puede ser porque las que se producen en ese estado mejoran la capacidad del cerebro para aprender y adaptarse a la nueva información que está recibiendo durante la terapia.
El secreto está en confiar
A pesar de estos avances, aún quedan muchos desafíos por delante. Uno de los más importantes es convencer a los médicos de que mantengan la mente abierta. Según Montgomery, muchos de los que están aún en proceso de formación preguntan: “¿Tenemos que hablar de hipnosis? Esta palabra puede asustar a los pacientes”. La respuesta es que sí. De hecho, el mismo tratamiento parece funcionar mejor si es denominado hipnosis que si para describirlo se utilizan circunloquios o términos como relajación o sugestión. La motivación para dejarse hipnotizar, así como el convencimiento de que se trata de una terapia creíble, pueden aumentar también la efectividad. Ocurre algo parecido a lo que sucede con el efecto placebo. Si se cree que el empleo de la hipnosis puede llegar a suponer una diferencia importante y, con ello, mejorar el tratamiento, quizá juegue un papel clave en su éxito. En todo caso, apostar por esta práctica en el marco de la medicina convencional podría reportar grandes beneficios. Los estudios muestran que gracias a ella se reduce el uso de analgésicos en los pacientes con dolor crónico.
En Estados Unidos, alrededor de 130 personas mueren diariamente de sobredosis por el consumo de fármacos de este tipo que resultan adictivos, en especial opioides. En el Foro Económico Mundial de Davos de 2018, el psicólogo David Spiegel, de la Universidad de Stanford, en San Francisco, señaló que la hipnosis ni lo es ni mata a la gente, sino que, por el contrario, puede tener un notable efecto en la reducción del dolor, por lo que merece la pena tomársela en serio. Pero ¿sirve la hipnosis para todo el mundo? “Lo cierto es que no, pero uno puede probar consigo mismo, pues el riesgo es mínimo”, dice Marcou. Y concluye: “Es, de hecho, una de las mayores bondades de esta técnica. Los resultados pueden ser verdaderamente asombrosos. Solo tenemos que estar dispuestos a dar a la hipnosis una oportunidad”.
* Este artículo fue originalmente publicado en una edición impresa de Muy Interesante
(FUENTE: muyinteresante.com)